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Llobregat revisa algunas fotos del Mundial de Alemania 74. En una imagen aparece con su uniforme de árbitro. En la camisa de la foto tiene cosida la insignia de referee FIFA. La misma insignia algo percudida aparece en la carpeta de periódicos, recortes y papeles viejos. Con la ayuda del gancho de su bolígrafo se la coloca sobre el bolsillo de la guayabera. Sigue viendo fotografías. A Vicente Llobregat le gustan las fotos. Le gustan porque son el registro de la memoria.
“Es importante la memoria y en este país a veces no tenemos mucha. Yo tengo una credencial FIFA que me acredita como árbitro internacional y mundialista con la que puedo entrar a cualquier estadio del mundo sin pagar entrada. Con esa credencial cuando he ido a España entro al Santiago Bernabeu o al Vicente Calderón sin inconvenientes y me asignan localidades de primera; recibo tantas atenciones que hasta me da pena. Pues hace poco me ha pasado algo acá… fui a un partido en el Olímpico. Llego, muestro mi credencial y el portero me dice que me vaya, que no puedo pasar, que esa credencial no sirve.
—El que no sirve eres tú—, dije yo, y me fui”.
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Venezia vuelve a ladrar pero menea la cola. Llegan la esposa y una de las hijas de Llobregat, Manolita Ramón y María Isabel. Justo a tiempo para preparar el almuerzo. Los que posan para esa foto que está en la sala son Vicente Manuel, su hijo mayor y Xiomara del Pilar, su hija menor. Los tres hijos ya están casados y han hecho abuelo Vicente Llobregat. Seis nietos: Los morochos Vicente Rafael y Vicente Manuel, Laura Isabel, Cristina del Pilar, Andrea Valentina y Sebastián Alejandro. “Cada cuatro años, cada vez que hay un Mundial, mi papá es noticia. Pero nosotros somos felices porque él es feliz al recordar ese pasado que añora”, dice su hija.
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Llobregat miró su cronómetro. Se paró en el centro del campo. Alzó su brazo izquierdo y con su mano derecha llevó el silbato a sus labios. Hizo sonar el pitazo del final del partido. Marcador final: Italia, tres. Haití, uno. Jean Claude Desir, de Haití, cabizbajo, le pasó a un costado. El italiano Romeo Benetti se acercó a darle la mano e incluso le hizo una reverencia. Los fotógrafos y reporteros saltaron al terreno. Sandro Mazzolla, uno de los mejores del partido, le dio un apretón de manos al juez venezolano. Luego hicieron lo propio Arsene Auguste y Wilner Nazire, de Haití, y Pietro Anastasi, autor del tercer y definitivo gol italiano. En las gradas se agitaron las banderas de Italia. Algunos jugadores intercambiaron sus camisetas. Emmanuel Sannon lloraba desconsolado. Los dos jueces de línea, Armando Marques de Brasil y Mohamed Halim de Sudán, se unieron a Llobregat y caminaron junto a él hasta salir del campo. Marques, el juez de línea brasileño abrazó a Llobregat. Son amigos. Se conocen de la Libertadores y habían trabajado juntos en otras ocasiones. Giacinto Facchetti saludó a Llobregat. También lo hicieron Dino Zoff y Fabio Capello —el entrenador italiano y actual director técnico de la selección de Inglaterra en el Mundial de Sudáfrica 2010—.

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Las imágenes del video de ese partido del 15 de junio de 1974 las observa Llobregat en la pequeña pantalla de una cámara de video. Es un partido minúsculo de fútbol. Llobregat reconoce cada escena vivida sobre el césped del Olímpico de Munich durante esa jornada. La última escena antes de que termine el video muestra a Llobregat saliendo del campo de juego. Las barras de colores indican el final audiovisual del partido. Sin embargo, para Llobregat las escenas continúan y sobre la mesa pone a caminar sus dedos para simular el movimiento de sus piernas. “Termina el partido y me voy caminando al camerino. Me encuentro con el veedor oficial del encuentro que era el vicepresidente de la FIFA, Artemio Frankie. Me dice:
—Señor Llobregat lo felicito. Estuvimos temblando (era de nacionalidad italiana), pero le felicito, hizo usted un gran trabajo.
Me dio la mano y me dijo unas palabras que en aquél momento no capté:
—Nos veremos pronto.
No le di mayor importancia a la frase. Después del Mundial me llega un comunicado FIFA en el que me informan que había sido designado para arbitrar como juez de línea la final intercontinental entre el Atlético Madrid de España y el Independiente de Avellaneda de Argentina, en la sede del Atlético en la capital española. Cuando llego al estadio colchonero del Atlético, el Manzanares, a la primera persona que me encuentro fue a Artemio Franco, y me dice:
—No le dije que nos veríamos!
Y yo dije: ¡Coño! ”.

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Sobre el mesón de la terraza, entre sus periódicos viejos y papeles sobre fútbol aparece un reconocimiento de un banco.
“Sí. Efectivamente yo fui trabajador de la banca”, dice. “Llego a Venezuela un catorce de marzo de 1958 y el veintiséis de marzo ya tenía trabajo en el banco. Solo doce días después tenía empleo. En España antes del viaje yo trabajaba de contador y auditor”.
Llobregat trabajó veintinueve años como gerente de un banco. Se jubiló en 1989. Ese día —el de su jubilación— dejó de fumar. Por eso está vivo, dice.
“Fumaba mucho, a mí me salvó el ejercicio físico y que dejé el tabaco a tiempo”. También disminuyó el café. En su época de gerente tomaba once tazas diarias. Las contaba. Ahora solo una o dos.
Por la calidad de su trabajo y la confianza, el banco le daba permisos especiales para sus viajes de compromiso como árbitro. “Si no era así, pues me iba”.