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Aquella mañana del veinte de mayo de 1974 llegó un telegrama al apartamento de Vicente Llobregat en Caracas. Aunque había escuchado el rumor, lo había descartado. Abrió el sobre, leyó las breves líneas de la misiva y se paralizó. Era un comunicado de la FIFA. La Federación Internacional de Fútbol Asociado le notificaba que había sido seleccionado como árbitro para dirigir partidos oficiales durante el Mundial de Alemania 74, con el aval de la Confederación Suramericana de Fútbol. En el mensaje también le indicaban que debía estar en la ciudad de Frankfurt el cinco de junio. Exactamente dos semanas antes del inicio del Mundial. Su sorpresa fue grande. Su felicidad también.

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El portal de un señorial edificio de clase media ubicado en Los Chaguaramos, frente a la Plaza Las Tres Gracias, es el umbral que da acceso a la casa de Vicente Llobregat. La estructura venida a menos revela las líneas de modernidad y viejo esplendor de la arquitectura caraqueña de los años cincuenta. Uno de los ascensores de color bronce está a oscuras. El otro es lento y, una vez que se cierran sus puertas, un peculiar ruido que sale desde sus entrañas invita a especular sobre su antigüedad. Un pasillo ventilado con matas de palma y helechos, luz natural, es la antesala a su apartamento. Sala-comedor con muebles estilo Luis XV cubiertos con telas verdes que protegen la tapicería original. Vitrina con copas, vajillas y vasos de cristal en un lateral de la mesa de comedor de seis puestos. Cuadros de paisajes y bodegones, fotos familiares, algunos portarretratos. Ésta la estampa de tantos hogares venezolanos que remite a otros tiempos. Al fondo hay una terraza/balcón que, por los movimientos de Llobregat, parece ser su espacio habitual. Desde allí se puede contemplar una gran vista de la ciudad con El Ávila de fondo. Pero lo más llamativo es la posibilidad de apreciar una espectacular visual del Estadio Olímpico de la Ciudad Universitaria que se ve imponente y cercano. La terraza de Vicente Llobregat es en realidad un palco privado con ubicación preferencial y la mejor vista frente al campo de fútbol más importante de Caracas. ”El destino siempre me vinculó al fútbol. El destino es así y cuando las cosas se van a dar, se dan”.

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El día antes del viaje preparó la maleta. No metió tantas cosas, solo lo necesario. No quería llevar gran equipaje, pero sí su material de arbitraje completo, usado pero en buen estado: zapatos deportivos color negro, varios pares de medias color negro y largas (llegaban hasta antes de la rodilla), pantalones cortos color negro, camisas color negro (dos), reloj con cronómetro y su silbato. Incluyó el estuche de cuero negro con la tarjeta roja y la tarjeta amarilla, y aunque estos papeles de color tan esenciales en la labor de un juez se suelen suministrar antes de cada partido en torneos importantes, por si acaso, prefirió llevar los suyos. La noche del cuatro de junio un taxi lo llevó hasta el aeropuerto de Maiquetía. Vicente Llobregat abordó un vuelo de Lufthansa sin escalas a la ciudad de Frankfurt. Al llegar a Alemania una comisión lo recibió y le dio la bienvenida: dos intérpretes que hablaban varios idiomas y dominaban el español, dos miembros de la FIFA y dos miembros del comité organizador alemán. Durante el torneo, se hospedó en el Hotel Esso Motor de Frankfurt, la sede del cuerpo de árbitros. Le asignaron una habitación compartida. Su compañero de cuarto fue el árbitro español Pablo Sánchez Ibáñez. De lo que metió en su maleta no usó nada. No hizo falta. A su llegada al hotel el comité organizador le suministró todo. Ropa deportiva, indumentaria oficial y un kit con lo necesario para sus funciones de árbitro que incluía varios uniformes, estuche con tarjetas, silbatos y un cronómetro de alta precisión. Llobregat y el resto de jueces mundialistas convocados —treinta y tres en total— recibieron un curso de inducción, uno teórico, uno práctico y entrenamientos físicos diarios. Luego los invitaron a unas sesiones especiales dónde la FIFA seleccionó los árbitros para cada partido del calendario. Llobregat fue designado como juez principal para el partido de primera fase del grupo D entre las selecciones de Italia y Haití a disputarse el quince de junio de 1974 en Munich.

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A modo de pequeño santuario, en la paredes de la terraza cuelgan todos los reconocimientos otorgados por su trayectoria de más de veinte años dedicados al arbitraje: diplomas, placas y premios de la Federación Venezolana de Fútbol (FVF), de la Comisión Nacional de Arbitraje, de la FIFA y de la CONMEBOL, honores que rodean una foto panorámica de Alicante, su ciudad natal.
”Soy alicantino, pero venezolano por decisión, por amor al país y por nacionalización. En los cincuenta la vida en España era muy dura. Ya desde entonces a mí me gustaba oír la palabra Venezuela. El sonido me agradaba. Sonaba a porvenir —en las calles la gente hablaba mucho de Venezuela, de que era un país de oportunidades—. Así que decido emprender la aventura de viajar acá. Mi familia no quería. El único hijo varón se iba de casa. Dejo a mis padres, a mis hermanas y a mi novia —luego regreso a buscarla y me caso con ella—. El viaje lo hice solo. De Alicante me fui por tierra hasta el puerto de Barcelona. Me quedé unos días en casa de unos tíos paternos a esperar que llegara el barco que me traería, un buque italiano casualmente llamado Venezuela. Mi tío de Cataluña trabajaba