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El viaje transcurrió sin mayores contratiempos. Mientras los jugadores descendían del “Camastrón Vinotinto”, tal como lo bautizaron secretamente los futbolistas, el sol caía sobre el horizonte del aeropuerto de Montevideo y le daba un brillo especial a la cola del avión. No faltaron las fotos. El grupo bajó compacto, siempre unido, como una familia que completaba la primera escala de un largo viaje. Fue entonces cuando sobrevino la primera burla.

¿Dónde está el otro avión?, preguntó con sorna un empleado que estaba en la zona de aduanas al tiempo que sellaba los pasaportes. Todos se extrañaron ante semejante interrogante, pues el equipo estaba completo y no venía nadie más.

Al salir de la zona de recepción del aeropuerto, la prensa no dejaba de hacer preguntas, entre ellas una asociada a los premios que recibiría la Vinotinto en caso de vencer a los uruguayos. Los futbolistas no prestaban mayor atención. Después del largo viaje desde Maiquetía sólo querían descansar en el hotel.

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El estadio Franzini, uno de los pequeños reductos del fútbol en Montevideo, era el lugar destinado para la primera sesión de entrenamiento. Ahí se habían desplegado los avisos de los patrocinantes de la selección y como todas las prácticas, fue a puerta abierta. Conos, barras, balones, mucha hidratación y el grito alentador de Richard Páez, el técnico de la selección, dominaron el ambiente por una hora y media. Al término de la práctica, futbolistas y turistas subieron a dos autobuses dispuestos para el regreso al hotel. Esa noche hubo una generosa cena. Luego los jugadores subieron a sus habitaciones. En la televisión del hotel se podían ver los diversos programas previos al juego. En todos se pronosticaba que Uruguay sería el ganador sin despeinarse.

La Celeste, con el técnico Juan Ramón Carrasco al frente, convocó a sus mejores jugadores. Álvaro Recoba no vaciló en negar que aquel juego que estaba por disputar era una revancha, en alusión a la victoria dos a cero que el catorce de agosto de 2001, durante la eliminatoria al Mundial Corea-Japón 2002, marcó el inicio de una senda ganadora para la Vinotinto. Para el delantero aquella era otra historia y en este partido la Celeste no podía darse el lujo de perder. “Lo más importante es que Uruguay gane”, dijo otro de los grandes jugadores, Diego Forlán. Ernesto Chevanton, uno de los delanteros del equipo uruguayo, lo secundaba en declaraciones a la prensa.