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−Jonay, no quiero que este partido termine.

Faltaban cinco minutos para el final del juego entre Uruguay y Venezuela. La selección nacional de fútbol, la Vinotinto, vivía una ilusión fraguada apenas en la mente de unos pocos. Como un niño, Gilberto Angelucci, el espigado arquero de manos de largo alcance, compartía con Jonay Hernández, el lateral izquierdo del equipo, el sueño de prolongar aquel partido toda la vida.

No era para menos, Venezuela ganaba tres a cero en el estadio Centenario de Montevideo a la selección local, la bicampeona del mundo. Era la tercera victoria corrida en las largas eliminatorias del Mundial Alemania 2006. La Vinotinto estaba muy cerca de escalar hasta el tercer lugar de la tabla clasificatoria, que daba uno de los cupos directos a la cita universal del balompié. Era un logro insólito, una felicidad esquiva durante muchos años a los fanáticos del fútbol en el país, siempre resignados a apoyar a un equipo perdedor.

Era imposible predecir una goleada como la que estaba ocurriendo, pero los resultados de los anteriores cotejos permitían presumir que el juego sería mucho más disputado, aunque los uruguayos no compartían tal suposición. Los resultados previos a ese choque del treinta y uno de marzo de 2004, dos victorias ante Colombia y Bolivia, le habían dado al plantel la confianza necesaria, aunque esos triunfos no habían sido del todo contundentes. En el choque contra los colombianos, en noviembre de 2003 en Barranquilla, Juan Arango marcó el golazo de la victoria. Lo intentaron varias veces, pero la defensa y la suerte evitaron una anotación. Fue un sufrido logro, el primero como visitante ante los vecinos en la historia de las participaciones mundialistas de Venezuela.

Días después los dirigidos por Páez lograron vencer a Bolivia dos por uno en Maracaibo. Era un dieciocho de noviembre del 2004, en plena feria de La Chinita. Cuando faltaban dos minutos para el final, los locales estaban abajo en el marcador y José Manuel Rey puso el uno a uno de tiro libre.  No era el resultado esperado. En el tercer minuto del tiempo añadido, Juan Arango le dio la victoria. Eran seis puntos. Venezuela ocupaba el quinto lugar de la tabla.

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Tres días antes del juego, en Montevideo, el veintiocho de marzo de 2004, un grupo de ciento seis personas había abordado en Maiquetía el avión vinotinto. Aquel aparato, un Boeing 737 Stage Free de la línea Rutaca, con sellos de la Federación en su cola y alas, representaba la expresión saudita de un equipo de fútbol que apenas si había logrado escapar del sótano en la eliminatoria de 2002.