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2.

Después de un par de horas en la arepera (donde algunos aseguraron sus vómitos porque lo único que había eran empanadas y arepas, de chicharrón, creo), arrancamos en autobús nuevo. Podemos dormir otra vez hasta unas horas después, cuando nos para una alcabala de la Guardia Nacional. Luego de pedirnos cédulas a todos, se antojan de bajar a los dos extranjeros que van en el autobús. Con Anna nos bajamos nosotros para defenderla de los si me das unos euros te dejamos tranquila por parte de los guardias. Después de pelear un rato con un militar, que le pide a Anna un de montón autorizaciones inexistentes, salimos libres. Otra vez en el camino, más cerca.

Como a las siete de la noche llegamos al terminal de Puerto Ordaz: veintitrés horas de viaje. Nos mareamos los unos a los otros con el olor.

Eva nos va a buscar y llegamos a su casa. Se supone que esa noche ya estaríamos haciendo la toma hasta el amanecer pero, gracias al autobús del infierno, los planes cambian. Los papás de Eva nos guardan comida y toallas para bañarnos, no hace falta más nada.

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No hay tal cosa como un mal viaje. La filosofía de Comunindios dice que si tienes una experiencia de miedo o de sentimientos negativos durante la toma, es porque tenía que pasar. En todo caso lo mejor es dejar fluir (la frase favorita de Indios). Si hacemos el viaje sin prejuicios ni expectativas, encontraremos lo que debamos encontrar, bueno o malo. Lo importante es la enseñanza, el camino que se abre para seguir adelante. Por alguna razón esto no termina de tranquilizarme, nadie necesita estar pasándola mal por ocho horas para aprender algo. Pero bueno, ya estamos aquí, a estas alturas es imposible echarse para atrás.

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Antes de dormir nos reunimos para que Indios y Pam nos expliquen un poco sobre la ceremonia. Nos hablan de la Ayahuasca, de sus experiencias, de ir abiertos a lo que sea: Dejar fluir, dejar fluir, dejar fluir. Y nos sueltan la siguiente perlita: es la mejor ayahuasca que han preparado hasta ahora, y con mejor quieren decir más fuerte.

Luego piden reunirse con quienes no hemos tomado nunca. No hay nada que temer, dicen, ellos nos van a cuidar, a mantener hidratados. Yo pregunto por mi corazón, me preocupa eso. Indios me tranquiliza: si tomé mis pastillas no va a pasar nada. Igual seré el primero en tomar, ya que el primer vaso servido es el menos concentrado, el líquido de arriba es el menos denso. Esa noche rezo por primera vez en casi diez años. Al día siguiente viene lo bueno: el Té Madre.

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La ceremonia consiste en un semicírculo hecho por los participantes alrededor de una especie de altar donde están la ayahuasca, la bandera de Comunindios y algunos instrumentos musicales: flauta, guitarra y un tamborcito que usarán después. Se recomienda realizarla en un espacio abierto, más o menos amplio y con mucha grama y árboles de ser posible, que facilite el contacto con la naturaleza. Hay una persona que sirve la bebida y que, junto con alguien más, debe cuidar a todos los participantes. Como la mayoría del tiempo no te vas a poder mover, tienen que darte agua, arroparte porque te va a dar frío (la ayahuasca baja la temperatura corporal), tratar de calmarte si la estás pasando mal, estar pendientes siempre. Para esta toma, la idea es que Julia sirva la bebida. Indios y Pam vinieron a entrenarla para que se quede acá como la oficiante de las ceremonias con el grupo de Caracas.

En un mismo rito se puede tomar hasta tres veces. La bebida se sirve en un vaso de entre cincuenta y cien mililitros de capacidad y se ingiere de un solo tirón. Después de que todo el mundo tome se hacen dos llamados más cada hora y media. Quien no sienta el efecto todavía, lo haya pasado ya o quiera profundizar más en el viaje, puede tomar de nuevo. La mayoría de la gente no necesita beber más de una vez. Ni escuchan cuando vuelven a llamar.

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La mañana antes de la ceremonia nos levantamos y desayunamos. Tomamos un par de fotos grupales antes de irnos, nos despedimos de los padres de Eva y agarramos camino. Somos doce personas en total. Paramos a comprar víveres para hacer una sopa cuando estemos allá, y seguimos. En los carros todos sentimos la atmósfera, bromeamos, nos reímos, pero sabemos que vamos a hacer algo importante, y no sabemos exactamente qué es. Indios, Simón, Alexey, Sergio y yo vamos en la parte de atrás de una camioneta pick-up, a veces hablamos, a veces miramos el paisaje en silencio. Indios nos cuenta que la primera vez que tomó no sintió nada, tenía como ocho años. Esperó unos años y la segunda vez que tomó fue increíble, dice que la medicina le reveló su destino. Desde entonces ha acompañado a su padre por todo el mundo llevando su mensaje de «amor, verdad y procreación».

Llegamos a la finca y nos instalamos. En el patio podemos estar todos tranquilamente, no hay ni un ruido, estamos a cuarenta y cinco minutos de la ciudad. La ceremonia empezará como a las cinco de la tarde, cuando baje el sol. Nos dividimos: algunos hacen la comida, otros construyen un baño ecológico abriendo un hueco en la tierra al lado de algún árbol (para no tener que entrar a la casa), y otros recogemos leña y armamos la fogata. Después de trabajar, nos reunimos a comer sopa de verduras; yo llevo horas queriendo un bistec o un sándwich de pernil, pero todo sea por la iluminación.

Luego de la comida nos dicen que la ceremonia será como en una hora. Tocamos música, descansamos, todos estamos concentrados desde hace rato, sabemos que estamos juntos, pero que al tomar cada quien irá por su lado. Es una sensación rarísima. Algunos se cambian de ropa (recomiendan ropa clara, no sé por qué, para llevar el estilo iluminado, supongo). Yo sólo llevo una camisa con el logo de pepsi, un suéter y un sleeping bag, todos prestados. Varios tienen franelas blancas con el logo de Comunindios, todos los que han tomado antes incluyendo a los brasileros, por supuesto. Cada quien ubica un espacio al que se va a ir cuando tome y pone sus cosas allí, todos estaremos separados. Yo elijo un lugar frente a un árbol inmenso y como a treinta metros a mi lado está Martha, mi novia.

Ya llegó el momento, nos reunimos. Hacemos el semicírculo y nos dicen que luego de recitar algunos mantras y cantar para relajarnos, nos harán una señal e iremos pasando uno por uno, primero los que nunca hayan tomado y luego el resto. Julia, Indios y Pam van a servir y Eva va a ayudar a cuidar; ella ya ha tomado dos veces antes, igual que Carla. Alexey se va hacia la casa, no se anima a tomar aún. Vino sólo a ver, esperará hasta la próxima oportunidad.

Recitamos algunos OM y luego cantamos una canción que compuso Paulo, el padre de Indios y Pam,: Es hora de beber/ para poder mirar, dice el coro. Todos estamos ansiosos, pero sabemos que todo va a estar bien, al menos yo lo sé: desde hace un rato me invade una sensación de tranquilidad.

Me llaman y paso.

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El Consejo Nacional Anti-Drogas de Brasil (CONAD) emitió en 2004 una resolución donde se permite el uso religioso de la ayahuasca, lo que hace a organizaciones como Comunindios aptas para realizar las ceremonias sin mayor problema. También permiten el uso de la sustancia como tratamiento médico experimental, ya que por muchos años ha sido usada en países como España y Argentina para tratar enfermedades como depresión, esquizofrenia, entre otras; bajo supervisión médica y sin el uso de otros medicamentos con los que podría interactuar negativamente, la ayahuasca puede funcionar para lo que en principio esta contraindicada. En Venezuela no existe ninguna legislación al respecto.

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Imaginen un cenicero lleno de colillas de cigarro, después de una fiesta, digamos. Ahora echen las colillas en un vaso con jarabe para la tos. Dejen reposar por unas horas. Luego tomen, sin detenerse, tómenselo todo. A eso sabe la ayahuasca.

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Me llevo mi vasito, y, después de que todos toman, incluyendo a los brasileros, me voy a mi lugar. Dicen que empiezas a alucinar como media hora después de tomar. Espero.

A los diez minutos no pasa nada. Me pregunto cómo sabré que ya empezó el rocanrol, cómo lo sentiré. Veo a mi alrededor y todos andan en las mismas. Indios está acostado en un chinchorro detrás de mí y una música tribal sale de las cornetas de un radio conectado en la casa.

A la media hora Simón está haciendo posiciones de yoga en la grama, riéndose y retorciéndose. A éste la soga de los muertos ya lo jaló, pienso. ¿Así de ridículo me voy a ver cuando me pegue la vaina? Bueno, por lo menos parece que está tripeando.

Cuarenta y cinco minutos y nada. Simón sigue haciéndole el amor a la grama, a nadie más parece haberle pegado la cosa. Empiezo a perder la paciencia. Sigo viendo el árbol frente a mí, es bellísimo. ¡A la mierda! Se movió, juro que se movió. Lo veo con más atención y veo cómo las ramas empiezan a dar vueltas en círculos, como si fuesen unas ruedas. Mientras se mueven cambian de color, colores psicodélicos, por supuesto, como metálicos: morado, dorado, verde, rojo. Sigo viendo la escena cuando el maldito árbol comienza a acercarse y alejarse, como si se estuviese balanceando para tocarme. Esto es arrechísimo. Me quedo pegado con él por diez minutos, no pienso, sólo veo, pero me acuerdo de que existe mi estómago, me dan náuseas, camino lo más rápido que puedo hacia un arbusto y vomito; es horrible sentir el sabor de la ayahuasca de nuevo. Me levanto y respiro profundo, me siento mejor. En eso llega Pam y me trae papel para limpiarme, la veo y siento una felicidad increíble, la gratitud hacia ella es como si me hubiese traído diez millones de dólares en lugar de un montón de papel toilette; nunca había sentido tanta alegría de ver a alguien. Me sonríe y se va, ella sabe lo que estoy experimentando. Me limpio y sigo respirando profundo, veo el arbusto en el que acabo de vomitar, en la punta hay dos hojas que se convierten en pájaros.

Todo se vuelve posible.

Trato de regresar a donde estaba, pero me doy cuenta de que estoy más cerca del árbol que se mueve. Ya no cambia de color pero sigue acercándose. Y me llama, me dice que vaya con él, puedo ir más cerca pero no con él, nos dijeron que no nos metiésemos tan adentro, pueden salir culebras. Me ubico a menos de diez metros y me siento. Miro hacia arriba y veo las ramas gigantes, las hojas que se acercan hacia mí. A veces pareciera que tiene ojos, otras veces es un árbol normal. Sé que este es el sitio donde debo estar, donde haré el viaje.