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3.

Por alguna razón estoy llorando, pienso en mi abuela, aunque sigue viva lloro por ella, la única abuela que he conocido. Se me vienen a la mente sus chistes, sus refranes, sus juegos de lenguaje. No puedo parar el llanto. Esos recuerdos iluminan esquinas de mi memoria llenas de telarañas. Comienzo a recordar cosas, muchas cosas de mi infancia, es imposible explicar cómo trabaja la mente en pleno viaje de ayahuasca, es como si tuvieses tres cerebros funcionando al mismo tiempo y puedes entenderlos a todos.

Sigo llorando, ya no por mi abuela, sino por lo que veo. Me veo jugando a los cinco años, no sé qué tengo que buscar en la infancia, pero sin duda la ayahuasca me trajo hasta acá. Imágenes e imágenes pasan frente a mí, escenas olvidadas. No son sueños, son recuerdos de mi niñez que estoy recuperando, un tesoro increíble. No tengo conciencia de mi cuerpo pero lo más seguro es que esté sonriendo, aunque aún con lágrimas.

De repente empiezo a llegar. Ayahuasca me dice que estoy llegando. Tengo  una palabra en la punta de la lengua mientras siguen viniendo recuerdos: en diciembre con mis tíos, almorzando en casa de mi abuela, en el preescolar. Busco algo que no sé qué es, pero que sabré reconocer cuando llegue.

Pero todo se interrumpe: de repente recuerdo que estoy aquí, en la finca. Siento demasiado frío y no me puedo mover, el cuerpo no responde, no puedo hablar tampoco. Tomo conciencia de eso y me asusto. Ya es de noche. A mi alrededor los arbustos cambian de formas, siento que son monstruos que me van a atacar, me da mucho miedo. El árbol grande ya no se mueve, es negro y está rodeado de otros árboles negros también. Sigo así por unos minutos, no puedo hacer nada, no me siento tranquilo. Aparece Eva.

Eva me salva. Más tarde me dirá que me vio temblando del frío y del susto. Me pregunta algo que no entiendo y a lo que no sé si respondo. Se queda unos segundos y luego me lanza una cobija sobre la cabeza. Se va el miedo, ya no veo los monstruos, ya no veo nada, la cobija me cubre por completo. Empiezan las imágenes más rápido que nunca. Escucho el eco de mi propia voz, pero sin reconocer lo que dice. La voz va por un camino y las imágenes por otro, hasta que se encuentran. Y allí lo entiendo todo.

No puedo creer que lo había olvidado. Era mi juego favorito de la infancia. El lenguaje nunca me alcanzó para decir todo, nunca nos alcanza. Yo quería solucionar eso, y así nació el juego. Desde los cinco años hasta los ocho yo era un inventor de palabras, le ponía nombres a cosas que no lo tenían o tenían otros. Y no lo había recordado desde hacía muchos años. Para eso estoy aquí, para recordar las palabras. Como símbolos de lo que yo quiero hacer el resto de mi vida. Adornar el mundo con ellas, crear otras realidades.

Me veo en mi cuarto hace casi veinte años pensando en la sensación de estar asustado, mientras miro la pared y a eso le pongo un nombre. Estar feliz y saltar: uso otra palabra para eso. Estornudar mientras desayuno: le doy una palabra también. Y así voy nombrando todas las sensaciones posibles, y construyo un universo que es el responsable, dos décadas después, de lo que hago hoy aunque no lo recordara: crear universos cuando escribo.

El problema es que no recuerdo esas palabras, y siento que el viaje está terminando. Ya conseguí suficiente. Siento que el efecto está pasando. Ya me puedo mover. Me doy cuenta de que la fogata está encendida, pero no voy para allá, voy a donde está mi sleeping, me siento y recuerdo mi corazón. Pienso en la hipertensión como un exceso de vida, como una exageración cardíaca. Siento que soy hipertenso porque tengo miedo de la muerte. Decido morir.

Me acuesto con los brazos cruzados en mi pecho y cierro el sleeping, viajo hacia mi corazón y puedo verlo, sentir los latidos. Hago que bajen su ritmo. Ya no hay música afuera sino una mujer recitando un poema sobre la ayahuasca: En la ayahuasca hasta el silencio suena, dice. Siento el corazón cada vez más lento, estoy débil, las pulsaciones van descendiendo. Hasta que me pierdo. No sé cuánto tiempo paso así, sé que logro morir al menos por unos minutos. Abro el saco de dormir y escucho el segundo llamado a tomar. En eso Indios se acerca: ¿Tudo bem, Carlos? Le digo que sí y me abraza. Le digo que quiero tomar de nuevo. Ve con Julia.

Todo está oscuro, sólo veo a Julia cerca de la fogata. Cuando estoy más cerca distingo a Anna también, los dos queremos tomar de nuevo. Julia pregunta si sentí los efectos, digo que sí, muy intensos, pero ya están pasando y…¿Quieres ir más profundo? –me interrumpe.Sí, respondo, y siento que detrás de ella se abre una puerta infinita. Ya no sabe a nada el líquido.