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En uno de los caseríos asentados entre las montañas de la isla de Margarita, las mujeres aprendieron a tejer la herencia al entrelazar por generaciones las palmas del dátil para confeccionar los sombreros de cogollo tradicionales. Nona, como la llaman sus conocidos, aprendió de su madre, quien heredó el oficio de su abuela. Ahora ella enseña a su sobrina y quiere dictar talleres para que otras aprendan.

Esta es un republicación en alianza con @gentesycuentos

Foto portada Liza López

Texto y fotos Ysabel Viloria

Entre las montañas de la isla de Margarita, en el estado Nueva Esparta, hay un caserío donde abunda la palma de dátil. En Fuentidueño se cultiva la tradición de tejido con cogollo tanto como el árbol del que se obtiene la materia prima. La casa de las Valerio, las artesanas que tejen ese legado, es una referencia obligada en la parroquia de San Juan Bautista.

—Veía a mi mamá tejiendo y me encantaba. Aprendí desde niña, desde que tengo memoria sé tejer. Siempre ayudé a mi mamá. A medida que pasaba el tiempo me enamoraba más del oficio.

Dianoris Valerio es parte de la tercera generación de su familia que hereda en sus manos la tarea de entrelazar la palma de dátil seca para hacer sombreros de cogollo. Su nombre artístico es Nona, como la llaman todos sus conocidos, y alrededor de ella se teje la tradición del vecindario. Su sobrina Lorena perfecciona las enseñanzas que ha recibido. Soraida, una vecina contemporánea con Dianoris, se dedica a tejer las brazadas, que son las tiras de cogollo. 

En la casa de Nona, en uno de los callejones de Fuentidueño, aprovechan el tiempo mientras pasa uno de los constantes cortes de electricidad. Se ponen al día con las tareas y esperan que repongan el servicio para encender las máquinas de coser y unir las brazadas que darán forma a las confecciones.

Las Valerio tejen y tejen. Concepción enseñó a su hija Prisiliana (que se dio a conocer en el caserío como Prisila) y ella pasó el testigo a Nona, como la conocen en la isla de Margarita y los visitantes foráneos que buscan sus producciones artesanales.

—De niña ayudaba a mi mamá —recuerda Nona—. A los 17 años empecé a trabajar en una cadena de supermercados famosa de Margarita y allí duré 22 años. Me retiré porque me operaron de la columna. En todo ese tiempo tejía con mi mamá y cada día que pasaba le agarraba más cariño.

Luego de retirarse de su trabajo, se dedicó por completo a la confección de productos artesanales hechos con cogollo y lleva más de dos décadas. Diversificó la oferta: de sombreros pasó a tejer viseras, carteras, individuales, sandalias, abanicos, vestidos, lámparas y hasta cojines. 

—Lo que más me emociona es tejer los vestidos de la Virgen del Valle. Es algo que me hace mucha ilusión porque a quienes los encargan me hacen sentir muy bien cuando los entrego y quedan felices. Hubo un año que cosí más de 20 vestidos.

El oficio que su bisabuela practicaba totalmente manual ha evolucionado. Hay quienes se dedican exclusivamente a tejer manualmente las brazadas. Y otras las cosen para crear el producto final.

Nona sabe hacer con delicadeza y dedicación cada parte del proceso. Pero se dedica a coser para producir diseños diferentes, inventar y relajarse. De tanto tejer confiesa que se le han lastimado los dedos y hasta ha perdido el registro de la huella digital, Soraida se ríe y comenta que a ella también, pero no se preocupa porque insiste en que sus manos son para eso: tejer y tejer. 

—Cuando tejo me relajo. Es mi terapia —agrega Nona—. Pienso en todo, la vida, mi casa, mi familia. También me quedo en blanco y me concentro en las puntadas de la máquina en el cogollo. Me adelanto a lo bello que van a quedar las piezas.

Cada rincón de su casa delata el oficio que los sostiene. Pilas de brazadas enrolladas que se irguen desde el piso, carteras a medio terminar, una máquina de coser cubierta con una tela y otra máquina de coser con el inicio de lo que será un sombrero, todo hace juego con el sofá que recibe a la visita. Al fondo se ve la cocina donde también se acumulan algunos restos de cogollo. 

En la casa de Nona todos están involucrados en el proceso. Ella no tuvo hijas, sino dos varones, entonces enseñó a tejer a su sobrina Lorena. El esposo de Nona es el encargado del “control de calidad” como él mismo bromea, y hace los retoques finales a las confecciones: corta los trozos de palma sobresaliente y está pendiente de los detalles. Daniel, el menor de la casa (con una condición de salud especial) es el empleado número uno como indica su mamá: limpia los patrones, apila el cogollo y prepara las estaciones de producción.

—Esta tradición no se puede perder. Para empezar se pone a secar al sol las hojas de la palma. De dos a tres días dependiendo de cómo está el sol. Se saca el cogollo de la mata, se abren las ramas y se pone al sol. Se rajan las hojas así con el cuchillo, se le van quitando las venitas (partes duras). Después de que el brazo está grande (ramas juntas) se envuelven en una hoja fresca, que puede ser de almendrón, para que se suavicen. Luego de una hora se puede empezar a tejer la crineja de once gajos que es la tradicional con la que se hacen las brazadas, que miden como un metro, y luego eso es lo que se cose.

Nona explica con pasión cada paso. Calcula que cada brazada puede demorar 20 minutos, mientras que coserlas para hacer un sombrero, puede tomar apenas 3 minutos con unas 6 o 7 brazadas. Lorena, su sobrina, admite con emoción que tejer es un orgullo. Aunque se dedicó al oficio después de sus 30 años, reconoce la alegría de un cliente satisfecho y recibe las bendiciones que echan a sus manos por producir las confecciones. Ellas quieren que la tradición la herede la generación de relevo, pero admiten que las “muchachas de ahora” son muy diferentes y demuestran poco interés. Pero Nona, que el 18 de septiembre llegó a sus 61 años, insiste y hasta se ofrece para asumir la tarea de enseñar.

—Las sentaría en mi casa y les enseñaría. Dictaría talleres. A quien viene y se interesa en aprender le explico. Esto es algo muy bello que tiene que seguir en el tiempo. Es una tradición bonita, natural, manual, es parte de nuestra identidad en Fuentidueño.

***Este texto fue publicado originalmente por @gentesycuentos***