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Un trágico accidente truncó su vida pero no la huella que dejó en su familia y entre quienes compartieron con él entrenamientos y travesuras. Disciplinado, enfocado, corazón de león. Familiar, querido, extrañado. Selección nacional de triatlón y fanático de la pasta con carne. A casi 17 años de su muerte, en el estado Nueva Esparta se celebra en enero de cada año un triatlón con su nombre para homenajearlo. Su madre Olivia y sus hermanas Gerica y Gersenia, mantienen aún muy fresco su recuerdo

En Mucuraparo, por el centro de Porlamar en el estado Nueva Esparta, Olivia Noriega y sus hijas Gerica y Gersenia esperan con la puerta abierta y montañas de álbumes fotográficos a quien quiera saber la historia del pequeño de la casa, el más tremendo y también el más consentido, Oliver Núñez. Esa joven promesa del triatlón venezolano que murió en un accidente pero se mantiene intacto en el recuerdo de su familia. Cada rincón del apartamento donde nació y creció quedó marcado por su paso.

—Yo no siento tristeza. Mi hijo vivió 22 años y pudo hacer lo que quiso. Fue muy exitoso en el deporte y logró todo lo que se propuso. Dejó un legado que se fortalece —dice Olivia con la sonrisa de una madre que se infla de orgullo.

En la isla es recordado por su desempeño deportivo. Incluso quienes no lo conocieron en persona, tienen referentes que lo mantienen vivo como el complejo de piscinas en Guatamare que lleva su nombre y el triatlón que se convoca en enero de cada año para “prender los motores”, una competencia que también se llama como él, Oliver Núñez.

Los atletas de su época, en el primer lustro del siglo XXI, aunque no hayan compartido con él, lo reconocen como un aguerrido que perseguía cada una de sus metas. En 2004 tenía una beca deportiva, formaba parte de la selección de triatlón del estado Carabobo, era miembro de la selección nacional en la disciplina, iniciaba su ciclo olímpico y prometía ser campeón internacional.

Pero un arrollamiento en Valencia terminó con su vida.

—Corazón de león. No tenía miedo. No se dejaba vencer. Era fuerte de mente y cuerpo —dice con énfasis su hermana Gersenia, a quien Oliver disfrutaba hacer maldades en complicidad con Gerica, la mayor.

Gerica y Gersenia se deleitan viendo los álbumes y recordando tremenduras de su hermanito. Olivia sostiene un grueso currículo deportivo que resume las hazañas conquistadas.

—El día del accidente, el 22 de septiembre de 2004, hablé por teléfono con Oliver a las tres de la tarde para avisarle que tenía listo su currículo deportivo. Se lo mandaría por MRW a Valencia porque él lo iba a mandar a México. Estaba buscando nuevos horizontes. A las tres y media me llamaron para avisarme que mi hijo estaba muerto.

Oliver estuvo en la isla de Margarita, en Nueva Esparta, dos semanas antes del accidente que le arrebató su ciclo olímpico. Vio los primeros pasos de su sobrino Sebastián, el segundo hijo de su hermana Gerica. También le cantaba a su mamá Olivia y le pedía pasta con carne. A su hermana Gersenia, médica, le hacía transporte hacia el hospital para que cumpliera sus jornadas.

—La última vez que me llevó al trabajo íbamos tarde, pero él estaba feliz y manejaba más lento que nunca. Siempre estaba de buen humor. Yo le pedía que acelerara y él me decía que me calmara, que disfrutara la vida y me cantaba lo que sonaba en la radio. Hoy creo que nos debimos quedar cantando en el carro más tiempo —y Gersenia sonríe todavía por las travesuras de su hermano.

Ganador por naturaleza

—Cuando era chiquito estuvo en todas las selecciones del estado Nueva Esparta. Yo pasaba corriendo de la cancha de fútbol, a la de básquet y luego a la piscina. Hasta que le pedí que escogiera, no me alcanzaba el tiempo para acompañarlo a todas las competencias.

Olivia recuerda que la primera vez que su hijo hizo un triatlón fue hacia el año 1996. Oliver fue nadador desde muy pequeño y era una competencia por equipo en la Caracola, pero sus compañeros no pudieron asistir.

—Agarró unos zapatos prestados de su papá para correr y le dieron una bicicleta porque él no tenía. No se rindió. Llegó detrás de la ambulancia, de último, muy cansado, pero completó el recorrido y comenzó lo que sería su nuevo rumbo en el deporte —dice Olivia mientras muestra fotos del novato llegando a la meta.

Años después, con empeño, hizo del triatlón su disciplina. En una competencia en Puerto la Cruz, en Anzoátegui, los entrenadores de la asociación del estado Carabobo lo reclutaron. Le ofrecieron beca deportiva, alojamiento, cupo en la Universidad de Carabobo y gastos de alimentación y entrenamiento.

Olivia recuerda el humor y la tranquilidad de Oliver en cada cosa que hacía. La sencillez fue su herencia.

—En una época se fue a estudiar inglés en Miami, pero llegó hablando chino porque trabajaba en un restaurante y siempre me echaba broma y me decía: “mamá tengo que aprender a hablar chino para pelear bien con la dueña del restaurante”.

La madre confiesa que no podía controlarlo.

—Tenía mucha energía. Era imparable. De chiquito siempre tenía un chichón, un yeso, puntos de sutura. De grande, cada vez que lo regañaba no me dejaba tranquila hasta que me sacaba una sonrisa. Era un toro.

Gerica recuerda que era astuto para lograr sus travesuras.

—Cuando mi mamá se dio cuenta de que Oliver se llevaba el carro sin pedirlo, ella se guardaba la llave dentro de su camisa cuando se iba a dormir. Pero ya mi hermano le había sacado ventaja y tenía las copias de la llave —y entrecorta el cuento con carcajadas compartidas.

No había quien le pusiera carácter. Era un encantador, un enamorado. Su mamá reconoce que tuvo una vida plena: se portó bien y también se portó mal. Lo rasparon en el colegio, se escapaba con los amigos, amanecía echando broma en la playa. También fue muy disciplinado, cuando tenía una meta deportiva se enfocaba sin distracción.

—Todas esas marcas del piso las hizo él jugando trompo. Siempre inventaba algo. Mi mamá le compró un cable largo para el teléfono, para que el niño pudiera hablar con todas sus novias caminado por la casa. No lo dejaban tranquilo, lo llamaban a toda hora. Él era muy bello y las niñas lo perseguían —dice Gersenia con sentimientos cruzados entre el orgullo y los celos.

Un reto de amigos convertido en clásico

En diciembre de 2003, Oliver ganó una competencia nacional y clasificó a una internacional. Le propuso a sus amigos, como reto, que el 1ero. de enero, amanecidos después de celebrar el año nuevo, hicieran un entrenamiento de triatlón. Se juntaban en el muelle de playa Valdez, al final de la Caracola, luego rodaban bicicleta en la avenida Bolívar hacia playa Concorde y regresaban a correr en la Caracola de nuevo.

Sus compinches aceptaron el reto. Sus mamás los cuidaban en la ruta. Era una caimanera, sin jueces, ni custodia. Sin permisos ni avales. Eran los muchachos y sus familias. 

—Agarraban las gomas del manubrio de las bicis y con eso inventaban unas medallas para dejar constancia de las posiciones que ocupaba cada quien. Todo era casero, una echadera de broma —recuerda Olivia.

Tras la muerte de Oliver, los hermanos Hernández: Simón, Juan, Jesús, Jacob, Ramón y Alcira, sus compañeros de vida, decidieron mantener la convocatoria para honrar a su amigo.

—Los primeros años después del accidente, lo hicieron el primero de enero como lo inventó Oliver, pero después lo movieron de fecha. Cada vez se unía más gente y ahora es un evento de gran asistencia y con formalidades, autorización de las autoridades regionales —precisa con orgullo la mamá del homenajeado.

En Margarita, en enero de este año se celebró la edición XIX del triatlón Oliver Núñez.

El accidente

—Todavía no entiendo por qué salió solo, sin custodio. Dicen que estaba entrenando pero el marcaje de la bicicleta no dejó registro de velocidad ni distancia. Entre tanto comentario hay muchas versiones —y por un segundo la sonrisa abandona el rostro de Olivia.

Cuando recrean los detalles del día que murió Oliver, Gerica y Gersenia se corrigen entre detalles, Olivia tiene todas las versiones encontradas: 1. Había un carro estacionado. 2. Un camión lo golpeó mientras manejaba la bicicleta. 3. Fue una moto que se atravesó en la vía del camión. Aún cuando intentan ordenar las razones y eventos del accidente que acabó con la vida del pequeño de la familia, la emoción de mantenerlo en casa persiste.

—No sufrió, murió en el impacto —dictamina la médica fisiatra Gersenia, que además de su amor de hermana expresa las consecuencias orgánicas que sufrió el cuerpo luego del choque.

Jesús Hernández fue su compañero de entrenamiento desde la adolescencia en el complejo de piscina de Guatamare. Luego compartieron habitación en las villas olímpicas de Carabobo durante un par de años. Él hurga en su memoria desde Panamá donde vive y con claridad recrea lo ocurrido.

 

—El día del accidente recuerdo que fue un lunes. Yo acababa de llegar a Valencia el fin de semana. Entrené con él ese domingo, fuimos a rodar bici. El día del accidente fui a la universidad en la mañana, luego nos encontramos al mediodía para almorzar. Me invitó a rodar esa tarde a las cuatro. Le dije que estaba agotado del domingo que nos veíamos en la noche para entrenar natación. Fue a rodar solo. Cuando recibí la llamada no podía creerlo. Hasta que fui a la morgue donde prepararon el cadáver para enviarlo a Margarita, fue un momento muy duro. Vi su cuerpo después de la autopsia, tenía nudos en el pecho y un fuerte golpe en la cabeza. Estaba sobre una mesa acostado con los brazos abiertos. No podía creerlo.

Olivia llegó cuando el cuerpo de su hijo estaba dentro de la urna. Jesús tuvo que recoger todas las cosas de Oliver en la habitación compartida. Ella comenta que también fue muy duro para Jesús, eran muy buenos amigos.

Corazón de león

Carmen Gamboa fue presidente de la asociación de natación del estado Nueva Esparta, insiste en que nunca sabía diferenciar cuándo Oliver hablaba en serio y cuándo estaba bromeando.

—Era muy alegre y ocurrente, pero al momento de competir era enfocado, centrado en su estrategia para el evento. Oliver era cordial con sus rivales y los trataba con respeto. A pesar de la rivalidad era un caballero —cuenta su amigo Jesús.

Entre anécdotas, fotos y risas es imposible enumerar todas las experiencias.

—La primera competencia la ganó por barriga —suelta Gerica—. Estaba en preescolar, no practicaba ningún deporte pero participó en una carrera y ganó. Cuando le dieron la medalla era impresionante ver su felicidad. Nada lo había emocionado tanto.

Cuentos y anécdotas de triunfos salen sin parar de las bocas de sus hermanas y su mamá. Cuando llegó de tercero en una competencia en Cuba después de una caída en bicicleta y terminó fracturado, pero en el podio. Cuando iba de segundo al final, en el último tramo de carrera, respirando sin hacer ruido para rematar sin que su oponente lo notara y quedó en primer lugar. Cuando ganó la medalla de oro en una prueba de 200 metros pecho, en la categoría infantil B, y se la regaló a su abuelo en el Día del Padre.

—Si se caía, se levantaba, se limpiaba y seguía. Una vez tuvo una caída en otra competencia y se lastimó la rodilla. Le dije que no podía seguir entrenando así. Me respondió que sí podía, que todavía le quedaba su corazón, dos pies, los brazos y la otra rodilla.

Jalaba a los cansados en los entrenamientos, compartía sus trucos y estrategias para alcanzar el triunfo. Fue monitor de natación y tuvo su equipo.

—Hablamos de comenzar a hacer los entrenamientos. Yo cambiaba de categoría juvenil a sub-23 y tendría que competir en la misma división de Oliver. Eso significaba que tenía que incrementar el entrenamiento para distancia olímpica. Pero me emocionaba mucho el hecho de que estaríamos en la misma salida como su compañero de equipo —recuerda Jesús.

Un legado que trasciende

—He participado en 17 o 18 ediciones del triatlón Oliver Nuñez, pero formo parte de la organización desde hace 15 años. Lo hago porque quiero muchísimo a la familia de Oliver y es mi manera de recordarles lo mucho que la gente lo quería. Más que una competencia o una tradición es una manera de mantenernos unidos y comenzar los entrenamientos del año —cuenta Carolina di Bonaventura, pieza fundamental en el desarrollo del evento y reconocida atleta de la región—. Aunque él era menor que yo y no compartimos como atletas, mantengo mi compromiso y afecto con su recuerdo.

Juan Hernández, hermano de Jesús, miembro de la organización y novio de Carolina, precisa que en los últimos tres años el evento ha reunido a más de 100 atletas entre novatos, consecuentes y de alto rendimiento. De una caimanera entre panas pasó a una escala de cientos que en 2021, a pesar de la pandemia por covid-19, alcanzó su edición XIX.

En el muelle de Valdez, Porlamar, desde hace casi veinte años, todos los eneros se encuentran jueces de la Federación Internacional de Natación (FINA), atletas con participación olímpica, novatos de todas las edades, las hermanas y mamá de Oliver, Juan (el único el hermano de los Hernández que queda en el país) con su novia Carolina, mejor conocida como Katy, todos los colaboradores y quienes se acercan a mirar. En Margarita hay Oliver Núñez para rato.

Nombre completo: Oliver Enrique Núñez Noriega.
Fecha de nacimiento: 5 de mayo de 1982
Fecha de fallecimiento: 22 de septiembre de 2004.
XIX ediciones de Triatlón Oliver Núñez.
Desde 2005, el complejo de piscinas Guatamare lleva el nombre de Oliver Núñez.
Campeón suramericano de triatlón en 2002, Argentina.

*Esta es una producción en alianza entre Historiasquelaten.com y Gentesycuentos.com