En la isla de Margarita, entre mayo y junio, el azul del mar sirve de lienzo para el espectáculo de los trenes sardineros. Círculos de boyas amarillas, sobrevuelo de pelícanos acechando, pescadores en su faena, el resplandor de cientos de sardinas plateadas. Aunque tantas tonalidades se desdibujan en este vasto mar Caribe, Ysabel y Yohennys siempre quedan embelesadas por esa escena y por eso cuentan esta historia
Texto y fotos Ysabel Viloria y Yohennys Briceño. Montaje y edición video Rayner Yanez
YOHENNYS: Desde el muelle se puede ver cómo la luz hace brillar las sardinas como escarchas dentro del bote. En la embarcación el tono suele lucir más. No puedo verlo, pero mi mente lo recrea a la perfección. Soy hija de pescador.
YSABEL: Mi mente no lo recrea porque soy de los altos mirandinos, en las afueras de Caracas. Crecí rodeada de montañas pero mi afición al mar creció conmigo. En cada vacación, feriado y momento libre, las salidas a la playa fueron mi primera opción. Yo sí subo a los botes de los pescadores para ver ese color único que reflejan los peces aún vivos y recién atrapados.
El plateado resalta incluso en la orilla. Refugiados bajo una de las palmeras de la bahía un grupo pequeño de pescadores limpia las sardinas.
YOHENNYS: Calculo que deben tener unos 30 kilos distribuidos en varios tobos. Ahí el plateado luce más oscuro pero sigue brillante. Es difícil opacar el relucir de unas escamas frescas. Algunos pelícanos observan la escena desde el aire. Esperan su oportunidad para obtener comida fácil y el gris de sus plumas complementa esa atmósfera plateada en medio del gran azul. Observo toda la escena haciendo un gran paneo. Me resulta fascinante y familiar. El color de las sardinas y el de las majestuosas alas de los pelícanos, que sobrevuelan el tren y de vez en cuando se roban un pez del interior del bote, ya la había visto. Que ese tono particular resalte en medio del mar es como estar en casa (Macuro, al oriente de Venezuela).
YSABEL: Mi fascinación por ese tono de plateado siempre me lleva nadando al interior de los trenes, en el medio del mar. Yo veo a los pelícanos que sobrevuelan y hasta me salpican al entrar en caída libre en el agua muy cerca de mí. También se meten en los botes. Verlo desde la orilla es distinto. Estar dentro del tren, jugar a ser sardina y sumergirse dentro del agua me presenta otras sensaciones. Al acercarme a las sardinas atrapadas en la red, hundiéndome un par de metros, ese bulto compacto de peces abre camino y deja ver la profundidad debajo, la mancha a veces negra y a veces plateada según los rayos del sol se mueve y no se deja tocar. La presión en los oídos me impide seguir bajando.
YOHENNYS: Es la segunda vez que visito Pampatar, pero lo siento muy mío. Es como si Macuro o Uquire se hubieran venido del estado Sucre sólo para que pueda verlos. No pensé que disfrutaría de esa mezcla de colores en otro lugar. Por lo general las playas son sólo azules pero hoy no. Hoy esta playa es más plateada que azul. La niña en mí resurge al ver el tren y el color en su interior. Lo que puedo percibir con mis cinco sentidos me llena de oxígeno, ese que me faltó en aquellos días en que la covid-19 llenaba mis pulmones. Fui criada entre pescadores en las hermosas playas del Golfo de Paria, en un pueblo de calles de tierra, corriendo sobre la arena húmeda por las olas, jugando a que el que nade más cerca del tren gana. Por eso la imagen se me hace familiar. Me sentí en casa. Fue reconfortante volver.
YSABEL: Y yo que no crecí en esa escena sí nado hasta el tren. A pesar de la mezcla de olores -desechos de peces y pájaros, combustible de los botes- nado en el tumulto de peces sin reparar en el peligro que supone que alguna especie distinta a la sardina pueda hacerme daño. La belleza de los colores y mi curiosidad me hipnotizan. Es paradójico que tú siendo hija de pescadores no nades dentro del tren.
YOHENNYS: A veces no le hago justicia a mis orígenes. Me da miedo nadar dentro del tren o demasiado cerca. Cuando jugábamos a nadar hacia él quedaba entre los últimos o me retiraba de la competencia a mitad del recorrido. No temo nadar en las profundidades ni lanzarme cerca de las montañas para sacar mejillones, pero sí a los trenes. Son mi punto débil.
En Pampatar algunas personas salen de la carretera y van a la orilla de la playa para caminar sobre la arena y hacer más placentero su regreso a casa. Caminan despacio, fijando sus miradas en el punto donde se juntan cielo y mar. También en los trenes y en las sardinas que extraen de ellos.
YOHENNYS: Le digo a mi hermana que mire el tren y ella me deja ver una sonrisa cómplice. Es evidente que por su mente pasan los mismos recuerdos. Aquel plateado que resalta entre el azul nos lleva de vuelta a casa, a donde no vamos hace años. Fuimos niñas otra vez.
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A las cinco de esta tarde de junio el cielo luce ligeramente nublado. Sin embargo, puede verse algunas nubes iluminadas con ese naranja y morado que decoran el cielo en Pampatar cuando el sol cae.
El agua está oscura. Los rayos de sol ya no alcanzan a tocarla. Las boyas amarillas del tren tienen todo el protagonismo. Hasta que desde un bote Omar, un pescador con 25 años de experiencia, extrae su contenido con la ayuda de siete hombres más. Entonces el plateado se impone, por las sardinas y los pelícanos.
Decenas de pelícanos acechan la pesca de Omar. Desde allí, el sobrevuelo de estas aves acuáticas les sirve de techo a los pescadores mientras sacan varios kilos de sardinas y lo suben al peñero.
—El gobierno sacó una resolución. A partir del 15 de diciembre al 15 de marzo no se pueden capturar. Le hicieron un estudio a las sardinas y en ese tiempo es que están ahuevadas, por eso es que la captura no es todo el año completo, porque todo el tiempo hay sardinas.
Él habla de la resolución que apareció en la Gaceta Oficial Nº 41.295 publicada en 2017. Al inicio de la temporada permitida para la pesca de sardinas, en las calles se ven a los pescadores moviendo sus redes, hasta carritos de supermercado para atrapar sus montones de peces plateados.
La embarcación donde están guardando las sardinas se separa del tren y se dirige a la orilla. Mientras más se acercan, la huella plateada dentro del peñero se hace más grande. Cientos de pelícanos siguen a los pescadores.
YOHENNYS: No puedo creer que esté viendo de nuevo esta imagen pero lejos de mi pueblo. Los vellos se me erizan. “Estás más cerca de casa”, me digo y suspiro. Nada me da más vida que este olor que transpira el mar.
YSABEL: Sin tener idea de cómo ni cuándo se pesca, mi asombro y felicidad dentro del bote, pero en playa de Bayside, es similar. Creo que es una felicidad infantil ver cómo juegan los colores que llenan las embarcaciones. Los pescadores tienen sus piernas enterradas en montañas de sardinas aún vivas que los tapan hasta las rodillas.
A los peñeros no les toma mucho tiempo llegar a la orilla. Estos trenes suelen estar a unos 1.000 o 2.000 metros de la playa, a una profundidad de 10 metros. Omar avanza hasta alcanzar los 15 metros de profundidad, porque esa es la altura máxima de su red.
YOHENNYS: De pequeña solía volverme loca cada vez que llegaba el bote de mi abuelo cargado con peces. Pero hoy ese plateado de las sardinas me deslumbra mucho más. Tal vez es la nostalgia, no visito Macuro desde hace años. Aunque, bueno, ahora mismo me transporto hasta allá. La sensación es la misma.
No entendemos por qué lo llaman tren. Es una red enorme que tiene pequeñas boyas atadas en un lado y plomo en el otro. Se suelta en círculo en medio del cardumen, la punta con plomo va primero. Una vez que toca fondo los peces quedan atrapados. Las boyas de colores se mantienen en la superficie indicando el punto. Claro, nada tiene que ver con aquel medio de transporte con rieles. O sí. Tal vez en su alargado tamaño y en que las piezas son como vagones, que se pueden atar y desatar al tren dependiendo del tamaño que se busque o lo que se quiera pescar.
Omar cuenta cómo lo lanzan:
—Vamos tres en un peñero, le tiramos la red al cardumen de sardinas y hacemos un círculo. Ya al pegar las dos puntas no salen por ningún lado –explica Omar.
La red se queda hasta una semana en ese lugar. De a poco, los pescadores van sacando el contenido, lo que extiende el espectáculo plateado por varios días.
El bote llega a la orilla, donde ya hay alrededor de 20 cestas de pescado esperando para hacer el desembarque. También hay varios hombres y mujeres. Con un tobo, uno de los pescadores desde el bote llena la cesta y otro, dentro del agua, la sostiene y luego la saca.
La carga plateada va hacia un camión de refrigeración que está estacionado cerca. También termina en las cavas de los familiares de los pescadores. En total, están desembarcando unas 10 toneladas de sardinas y siempre quedan suficientes para regalar a quienes se acercan.
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Los pescadores de Pampatar solo sacan sardinas en esta zona. En la isla al noroeste de Venezuela hay una regla: los de una comunidad no se sumergen a pescar en aguas que no les corresponde. Para conocer en qué punto está el cardumen suelen usar dos métodos:
—Nuestros ancestros pusieron un caladero en varias partes de acá. Esas son zonas que marcan la primera opción para capturar las sardinas. También hay unos que vigilan la mancha desde el cerro. Le llaman vigía. Unas personas se encargan de ir a la parte más alta de Pampatar con unos binoculares y observan la mancha de sardina, nos llaman por teléfono y nosotros salimos –dice Omar.
Cuando el agua está muy turbia o todavía no llega su turno de usar alguno de los caladeros –se organizan por turnos- entonces se valen de su experiencia en el mar.
—Salimos a buscar las manchas por nosotros mismos -dice el experto pescador.
En cuanto a la profundidad límite la tienen medida a ojo. Saben exactamente en qué punto del mar hay 15 metros de profundidad.
Los hombres desde la orilla lanzan a los pelícanos las sardinas que quedan atrapadas en el tren. Las aves tienen ese importante rol en este proceso y su gris opaco contrasta con el plateado brillante de los pequeños peces.
Una vez están atrapadas dentro de la red, las sardinas se pueden extraer a cualquier hora del día. Por eso, a veces toca pescar acá en Pampatar. Pero todos los días se pueden disfrutar. Para sacarlas del tren usan una “cuchara”, una red más pequeña que les permite extraer hasta 10 toneladas sin maltratar a las que quedan ahí. En el tren de Omar caben alrededor de 500 toneladas de sardinas.
YOHENNYS: Siempre que quiero volver a mi pueblo sólo voy y me siento en la orilla de la bahía a esperar la mancha brillante y a los pelícanos. Desde donde estoy el mar luce turquesa, muy intenso. Las olas siguen limpiando la red y, a lo lejos, se ve cómo desde un bote un tumulto plateado se acerca a la orilla para ser desembarcado. Gracias, sardinas, por llevarme a casa.
YSABEL: Yo voy de tren en tren. De plateado en plateado, nadando y jugando.
Que historia más fascinante, me encantó porque aunque soy un poco miedosa con el mar ,reviví mis recuerdos en Macuto,sobretodo con la definición de los paisajes, macuto tienes los más bellos atardeceres.