Entiendo la actitud de los celadores de la registraduría al negarnos la entrada. Nuestro argumento para ingresar era del todo absurdo: “Es que ella sobrevivió a un accidente aéreo en el extranjero, no sabe a cuál ni en dónde porque padece amnesia desde entonces; y por eso tiene que hablar con alguien que la pueda identificar, ¿entiende?”. Mucho menos iban a entender en cuanto los solicitantes parecíamos sacados de una pieza teatral del absurdo. Pinocho, a pesar de su buena apariencia no lucía bien porque insistía en llevar su amuleto de la buena suerte: un vistoso collar hecho con diminutos carritos de plástico; Pepe llevaba la única chaqueta que tenía, llena de huecos, raspones, taches y chuzos, herencia de un amigo punquero que se fue para Medellín; Juan de Dios vestía un traje de paño dos tallas más chico que él, sobre una camiseta naranja desteñida por los hippies; y yo, que vestía con cierta normalidad, no podía parecer menos inadaptada que ellos, porque era la sobreviviente amnésica del argumento y además venía con ellos.
Esa noche fuimos a trabajar juntos al norte. Fui con pleno conocimiento de lo que hacía, sin remordimientos ni angustias, ni siquiera sentía tristeza. Nos dividimos los bares y vendimos todas las rosas que llevábamos antes de la una de la mañana. Estábamos tan contentos que decidimos irnos a bailar. Compramos una botella de brandy y emprendimos para un bar cerca de la calle del cartucho, donde paraba la mayoría de quienes vivían en la pensión de la 23. Varios aplaudieron cuando me vieron entrar, y no sé a quién se le ocurrió gritar que llegó La siempreviva. Desde entonces vivo de la calle y no me da vergüenza decirlo. Me gusta el licor pero no bebo mucho, fumo ocasionalmente y no soy drogadicta: no me gusta ni la marihuana.
Lo que ha pasado conmigo después ya no merece ser contado; al menos no quisiera hacerlo porque he estado presente en cada uno de los momentos que he vivido. Se trata de mi intimidad y la quiero proteger.
Ah, y si alguno de ustedes cree saber quién soy, le ruego el favor de no tomarse el trabajo de decírmelo.
Es todo.
Es un relato maravilloso lleno de realidad y verdad, la vida la historia una verdadera novela realista me fascina la manera como esta relatada denota clase y muchisima historia formada en ese ser sin mente, en verdad maravilloso el relato me conmovio y saber que en ocasiones cada ser humano quisiera tener esa perdidad de memoria para escapar al mundo competitivo, en ocasiones irreflexivo donde se han perdido los valores y descubrir que en lo sencillo y lo pequeño esta el valor de nuestro comun destino humano la solidaridad…………..
Me encanto! Exlente!! No encuentro palabras para describir esto 🙂