Seleccionar página

Su corazón se quedó prendado luego de escuchar el canto de sirena en Chuao, ese pueblo de las costas de Aragua donde el tambor tiene un golpe diferente para celebrar a los Diablos Danzantes y cantarle a san Juan Bautista. En esta crónica fotográfica, Joernis Muñoz narra por qué decidió quedarse a vivir allí esta experiencia todos los días

Texto y fotos de Joernis Muñoz

–¿Tú has visto a mi San Juan? –me abordó una voz fuerte y alegre de repente.

–¿Es el mismo de Choroní? –pregunté incrédula.

–No, mi soberano es el más bello de la costa. Vente para que veas esos ojos.

María Miyita me tomó de la mano, me metió en la iglesia, me puso frente a san Juan Bautista y entonó un canto de sirena que me afloró el llanto por un largo rato, esos fraseos que anteceden al repique de los cueros. Era miércoles, se acercaba el atardecer, y la emoción me invadía tras haber visto por primera vez la caída de los Diablos Danzantes de Chuao.

Desde ese momento supe que tenía que volver el 23 de junio.

Regresé a Caracas, preparé mi morral y en menos de una semana estaba montada en un peñero en el malecón de Choroní, desde donde zarpan hacia otros pueblos de esta costa central de Venezuela, como Sepe, Tuja, Chuao. Esa noche me encontré al pueblo de colores. Mujeres, hombres y niños con pañuelos en mano danzando por las calles y cantando a san Juan Bautista, cantándole a la comunidad y a sus visitantes.

Seguí a este cúmulo de gente toda la noche, visité las casas del pueblo, en cada una escuché y miré anonadada el baile de caja. Un golpe de tambor diferente al que conocía de Oriente o del estado Miranda. Uno donde la mirada guía los cuerpos, todos bailan, las mujeres con faldas largas tradicionales y los hombres con pantalones, y cantan con alegría y respeto a la tradición. Mis pies inquietos no lo soportaron, la calidez y empatía de las sanjuaneras me llevaron al centro de la rueda.

Esas mismas mujeres que aplaudí con emoción me recuerdan que llegó el día. Me recuerdan que tengo un año escuchando sus voces, aplaudiendo sus rimas, viéndolas en su faena… admirando su universo.

Chuao te envuelve así.

Es la gente viviendo sus tradiciones, saliendo muy temprano al turno de pesca, a la hacienda de cacao. Son los niños jugando por todos lados, es la comunidad juntándose para limpiar cinco kilómetros de camino para que el pueblo se vea más bonito.

El asombro no acaba, me quedé viviendo Chuao y poco a poco –junto a un equipo local maravilloso–, creamos un emprendimiento llamado Vive Chuao y hemos traído a más personas a vivir la magia que envuelve a este hermoso pueblo afrodescendiente.

Cuando me preguntan por qué me quedé, enseguida recuerdo esa tarde de diablos. Creo que la sirena de Miyita fue el primer anuncio, cuando vi a estas mujeres y hombres cantando a todo pulmón y bailando al ritmo de la caja hasta el amanecer, una felicidad inexplicable cubrió cada espacio de mí.

En este punto, creo que ya estaba escrito que mi corazón se quedaría prendado a Chuao.