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Neira Pacheco

Mariposa entre cacao

“Mamá no vaya pa’ la hacienda así”, le dicen sus hijas cuando la ven con los pies hinchados. Neira Santiaga Pacheco Croquer tiene 62 años y todos los días se levanta con el sol a barrer toda su calle, a regar las matas del patio y a estar a las ocho, puntual, frente a la cruz que marca una de las entradas hacia la Hacienda Campesina Cata.

—Pero yo sí voy pa’ mi ‘cienda —dice y tuerce los ojos que son aguarapados como su piel—. Aunque esté con el pie malo yo me meto mi bota porque eso sí es sabroso, estar allá adentro y limpiar ese monte que crece rapidiiito —pone su mano plana y la baila en el aire dibujando una «s», mientras susurra “zas, zas, zas, zas”—, cuidar el cacao y que te pegue la brisa fresquita, que huele como a verde, da paz —termina en un suspiro y sonríe sin mostrar los dientes.

Desde hace más de diez años forma parte del grupo de cuatro mujeres que se quedó cuidando todos los días las tierras y las matas de cacao, aunque no hubiese cosecha ni paga. Ahora es la secretaria de la junta directiva.

Ella se compromete con todas las actividades que hace. 

—Esa es la dueña de la iglesia —dice Maira entre carcajadas, porque, aunque más nadie vaya con ella, cada miércoles la abre, la limpia y enciende las velas. 

—Esa tiene esa calle limpieciiita —señala Marelis que, de las tres compañeras, es la que vive más cerca de la señora risueña. 

—Nego desmaleza lento, pero igual le pone tanto como todas —agrega Keyla, quien arrasa en un pestañeo con el monte.

Su hermano, Francisco Pacheco, representante del canto popular de Venezuela e integrante de los grupos Un solo pueblo y Pacheco y su pueblo, le puso “Nego” porque cuando era niño no podía pronunciar “Neira”. Ahora todos la llaman por ese apodo y, cuando se pregunta por ella, todos conocen el camino a su casa.

Tiene 11 hermanos vivos, 4 hijos, 9 nietos y un bisnieto, más los sobrinos y los primos. Todos parranderos y alegres como ella que no espera que la inviten para ponerse su falda y danzar como mariposa de san Juan. Cantan, bailan, tocan tambor y celebran cada festividad de su pueblo entre cacao, mar y aguardiente.

—Yo soy capitana de San Juan desde hace 26 años —cuenta sentada frente a la casa de su hija después de salir de la hacienda, almorzar en plena calle de tierra y tomar una siesta arrullada por la brisa que pasa entre las flores rojas del árbol que le da sombra—. Mi mamá lo era y me pasó a mí la batuta. Yo se la pasaré a mi sobrina Elvia que, de las jóvenes, es la que más sabe de nuestra cultura.

Nego, como las mariposas coloridas de San Juan que salen entre mayo y julio, revolotea danzando por el verdor del cacaotal con su tobo lleno de agua para el riego y su machete. “A mí de la hacienda me sacan cuando me muera, con las patas pa’ lante, pero no por un pie malo”.