Ciara, desde su natal estado Mérida, está determinada a ser feliz siendo ella misma. Jess, lejos de Caracas, en Costa Rica, se reencontró consigo mismo. Estas son las historias de dos venezolanos que se descubrieron como personas transgénero y, pese a los obstáculos legales y estigmas sociales, han luchado para que su identidad de género sea respetada
“No voy a comprar ropa de chico. Este va a ser mi nuevo clóset. Hoy me voy a un centro comercial a comprar mis estrenos de Navidad: ropa totalmente femenina, prendas que expresen realmente quien soy. Hoy voy a agarrar todas mis prendas viejas y las voy a guardar en una bolsa”. Esa fue la decisión que tomé en diciembre de 2019, cuando tuve la firmeza de asumirme y mostrarme al mundo como la persona que soy. Como Ciara Pavón, la mujer que soy.
El 24 de diciembre, llegué a la cena familiar de Nochebuena maquillada y con mis nuevas ropas. Allí en mi casa, en El Vigía, estado Mérida, donde nací y crecí, mi mamá, mis hermanos y sobrinos me miraron perplejos, pero la aceptación no demoró en llegar tras el asombro. “¡Qué bonita!”, me dijeron mis hermanas. Mi mamá tenía cara de sorprendida, pero no estaba asustada, sino feliz.
Casi tres años más tarde, a mis 32 años de edad, estoy segura de que haber iniciado mi proceso de transición como mujer transgénero ha sido una de las mejores decisiones de mi vida. En la universidad, donde estudié Administración, mis amigas notaron que ahora mi semblante es alegre, que estaba siendo yo misma. Ver a mis hermanos y amigas siendo felices me hizo darme cuenta de que yo también quería ser plena y feliz, por eso entendí que tengo que aceptarme y respetarme a mí misma, sin importar los prejuicios de la sociedad.
Desde chiquita me sentí muy femenina: yo misma me compraba maquillaje y accesorios. Estando en el liceo, usaba ropa interior femenina debajo del uniforme, pero no llevaba el pelo largo porque ahí no me lo permitían.
Yo, por mi parte, inicié mi proceso de transición en Costa Rica. Fue en el extranjero que me redescubrí a los 26 años, en 2016, como Jess Márquez, hombre transgénero. Pero desde muy pequeño, viviendo en Caracas, tuve clara mi identidad. Mi hermano mayor dice que apenas empecé a hablar dije que era un niño, lloraba y hacía berrinches cuando me vestían con ropa tradicionalmente femenina, pese a que era un niño callado y tranquilo.
Una Navidad, tendría seis o siete años, querían ponerme vestido y yo me negué rotundamente. Al final, fui con un pantalón y una blusa neutra, pero el problema eran los zapatos. Mi mamá me había comprado unos zapatos de charol femeninos nuevos, con la cintita y con tul. Yo los detestaba. Quería usar unos zapatos de goma de colores que había heredado de uno de mis primos. Al llegar a casa de mis abuelos, mi papá se bajó del carro con mi hermano menor, pero yo me quedé en el asiento de atrás. Mi mamá se subió, me dio una paliza y, cuando ya estaba absolutamente en llanto y adolorido, me quitó los tenis y me puso los zapatos de charol obligado.
Había días en los que podía vestirme de la forma masculina que a mí me gustaba como hasta los 12 años, y otros en los que sencillamente no estaba permitido, sobre todo cuando se trataba de estar en público o con el resto de mi familia. A los 13 años me vino la regla y fue peor porque había estado esa expectativa de toda la familia de que yo me iba a volver una señorita, como si de pronto por el hecho de que mi útero empezara a menstruar fuera a generarse una identidad de género, pero así no funciona. La identidad de género no está atada a los genitales ni a un órgano reproductor.
Entré en un ejercicio de resistencia, en un estado de tensión con mi mamá y mi abuela materna, porque yo solo quería vestirme como un chico. La violencia y el bullying me hicieron reprimir mi identidad por años. A los 16 años empecé a usar ropa más femenina y un poco de maquillaje y joyería para intentar encajar con el comportamiento femenino. Pero apenas podía, cuando estaba a solas o con mi mejor amigo o con mi papá, volvía a vestirme y comportarme como soy realmente. Así fue hasta que empecé a estudiar en la Universidad Central de Venezuela, donde conocí un grupo LGBTIQ+ y aprendí sobre feminismo.
En 2014 emigré a Costa Rica por trabajo. Aquí empecé a trabajar los traumas de mi infancia y lentamente fui regresando a mí mismo. Aquí la comunidad trans estaba más visibilizada que en Venezuela. Una noche, a la una de la madrugada, mientras veía la serie The L Word, me sentí identificado con el personaje Max Sweeney, un hombre trans. Me levanté, me desnudé, me paré frente al espejo del baño y la imagen que me devolvía era la imagen de una mujer, pero yo veía mi cuerpo y veía a un hombre. Al día siguiente tuve una sesión de emergencia con mi psicólogo, me dijo que era posible que simplemente fuera un hombre trans. Luego me atendí con una psicóloga especialista en identidad de género.
Cuando decidí transicionar, fui al centro de la ciudad y entré a varias tiendas donde venden ropa usada en buen estado. Me compré mis primeras camisas de hombre, un par de zapatos masculinos, me corté el cabello con un corte masculino. Estaba en una de las tiendas con unos jeans, con unos zapatos masculinos y me puse una camisa de cuadros verdes como las que usaba como cuando tenía 10 años, antes de que me oprimieran tanto, y me vi en el espejo y dije: “ahí estoy, ese soy yo, esta es la persona que soy y que había olvidado que era”. Reencontrarme conmigo mismo me costó recibir un acoso laboral muy fuerte, me hizo renunciar a mi trabajo, tuve una crisis psiquiátrica por la presión y el estrés, pero yo sabía que estaba haciendo lo correcto porque una parte de mí sentía una paz inmensa y me fui sintiendo cada vez mejor conmigo mismo.
Una vez en un local nocturno unos policías no la trataron como chica sino como chico y le gritaron. Le dijeron que ella no era ninguna mujer, que estaba disfrazada. Se sintió desprotegida y vulnerable. En varios espacios como centros comerciales y discotecas no se le permite usar el baño de mujeres. ¿Por qué? —reflexiona—, si en la entrada del baño está la figura de una mujer, no de un genital.
El Estado venezolano aún no garantiza el derecho de la identidad a las personas transgénero. En 2010, la Asamblea Nacional aprobó la modificación del artículo 146 de la Ley Orgánica del Registro Civil: “Toda persona podrá cambiar su nombre propio, por una sola vez, ante el registrador o la registradora civil cuando este sea infamante, la someta al escarnio público, atente contra su integridad moral, honor y reputación, o no se corresponda con su género, afectando así el libre desenvolvimiento de su personalidad”.
Pero lo que se establece en la ley aún no se ha vuelto realidad. El activista Tristán Key, hombre transgénero y bisexual, cuenta que el Consejo Nacional Electoral, ente encargado de hacer el cambio, porque está a cargo del Registro Civil, ha argumentado que se trata de “un proceso demasiado complicado y con mucho papeleo”. Para Key, esta es solo una excusa que tiene un trasfondo conservador y religioso.
—Una muestra de cómo la falta de reconocimiento legal de nuestras identidades nos afecta es en el trabajo. Cuando las personas trans van a buscar trabajo no se les contrata porque sus documentos no concuerdan con su identidad de género. No poder verificar la identidad legalmente genera desconfianza en los empleadores, y a eso se añaden el prejuicio y la transfobia —asegura Key.
La limitación de las personas trans para conseguir trabajo por llevar legalmente un nombre que no corresponde a su género se suma a ser sometidos a mayor violencia y humillación, explica el activista. Otro riesgo es la humillación en escuelas y centros educativos, en los que en ocasiones se les niega el cambio de nombre en las listas de asistencia o no se les trata de la manera en la que se sienten identificados.
Para Ciara es incómodo entregar la cédula en el banco, en la universidad, en algún trámite en el que tenga que presentar sus documentos legales, pero asegura que no ha sido limitada por lo que se establece en el plastificado. Rescata que ha podido formarse como profesional y trabajar. En la universidad, la mayoría de los profesores la aceptaron y, aunque algunos la llamaron por su deadname (en inglés, literalmente “nombre muerto”, término usado por las personas trans para referirse a su nombre previo a la transición y que ya no usan), otros le preguntaron cómo debían llamarla. Eso sí, le hubiera gustado que su nombre, Ciara, hubiera aparecido en su título de licenciada.
En su trabajo en el Instituto de la Juventud, Ciara promueve la cultura. Allí sus compañeros la han aceptado. En la militancia en Juventud del Partido Socialista Unido de Venezuela, donde también se ha sentido bienvenida y respetada, imparte charlas sobre inclusión, diversidad sexual y de género, y apoya a los jóvenes para que se acepten a sí mismos.
—Apoyar a los jóvenes trans puede ser tan sencillo como respetar sus pronombres y su identidad —asegura Key.
A casi 2.000 kilómetros de distancia de Venezuela, en Costa Rica, desde su trabajo como activista Jess también ha ayudado a lograr cambios para que se respete la identidad de las personas trans. Él fue parte de la Comisión Trans que trabajó directamente con el comisionado presidencial de asuntos LGBTI+, Luis Salazar, durante la presidencia de Carlos Alvarado, para elaborar los decretos 41.173 y 41.337 que establecen el reconocimiento de la identidad de género para las personas trans con la modificación del nombre y del género en todos los documentos emitidos por el Poder Ejecutivo. El 29 de abril de 2019, Jess obtuvo su documento de identificación de extranjero (DIMEX) correspondiente a su género.
Con la llegada del decreto 41.337, las personas trans migrantes en Costa Rica ya podían realizar el cambio de nombre y de género en su documento de identidad mediante un proceso administrativo y no a través de un juicio, como se establecía anteriormente, y al que solo tenían derecho las personas costarricenses. Jess fue a las oficinas de la Dirección General de Migración y Extranjería, llenó un formulario, entregó los documentos solicitados y le dieron una cita. El día pautado, se presentó con los requisitos y salió de allí con su cédula de residencia con su nombre, Jess, y la corrección de su género: masculino. Así se convirtió en la primera persona trans en modificar su nombre y género en Centroamérica.
Ese logro le ha dado muchísima paz, cuenta.
La voz de Ciara se volvió menos grave, su piel tenía menos vello, sus senos crecieron y sus caderas se ensancharon cuando empezó a tomar hormonas femeninas, a los 16 años, cuando sus amigas se lo recomendaron porque se travestía y hacía espectáculos. Aunque no las tomaba constantemente sino durante periodos irregulares, ella notaba estas nuevas características femeninas en su cuerpo, pero también recuerda que empezó a molestarse por todo. Al no estar debidamente informada sobre la terapia de reemplazo hormonal (TRH), no entendía los cambios de humor que estaba experimentando.
Hace más de un año que Ciara no toma hormonas. Además de la transición social y legal, existe la transición médica, que no todas las personas transgénero deciden hacer, y que puede o no incluir la TRH. Ciara asiste a terapia psicológica y está en control médico con un endocrinólogo para determinar cuándo y cómo puede volver a tomar hormonas, pero está segura de que su identidad femenina trasciende su aspecto físico. “Un cuerpo no va a definir si soy más o menos mujer. Creo que ser mujer se siente, y así como yo lo siento lo transmito, y eso me encanta de mí”, dice.
El activista Tristán Key explica que iniciar TRH requiere cumplir una serie de pasos para garantizar que la persona esté lista y lo haga de la manera más adecuada. Primero es necesario un aval psicológico que indique que la persona está preparada para iniciar la terapia, proceso puede tomar más o menos tiempo dependiendo de cada persona. El siguiente paso es atenderse con un endocrinólogo y realizar exámenes físicos como un perfil 20 y de los niveles hormonales y, tras comprobar el estado del organismo de la persona, este especialista entregará la prescripción para adquirir las hormonas: testosterona si se trata de un hombre trans y estrógeno si se trata de una mujer trans.
—El proceso en sí mismo no es difícil, pero no es accesible para todo el mundo —señala Key. Tras haber iniciado la TRH, hacen falta consultas con especialistas médicos y exámenes rutinarios para monitorear que todo esté en orden, además de continuar con la terapia psicológica, porque el tratamiento hormonal puede afectar el estado anímico.
Este proceso es similar al que llevó a cabo Jess para lograr que el Estado costarricense, a través del seguro social, cubra los costos de su TRH. En 2018 inició la hormonación con un endocrinólogo en un consultorio privado pero, a mediados de 2019, tras haber realizado el cambio de nombre y de género en su DIMEX, pudo corregir estos datos en el seguro social y se inscribió en la clínica del distrito donde vivía para ese entonces. Siguiendo el protocolo, solicitó una cita en medicina general, explicó que es una persona trans, se sometió a exámenes de sangre para verificar que no hubiera ninguna condición preexistente que pudiera hacer riesgoso hormonarse. Luego fue referido a una cita psicológica para garantizar este acompañamiento durante todo el proceso de la TRH. Finalmente, con los resultados de los exámenes de sangre y con el apoyo del servicio de psicología o psiquiatría, pidió una cita en endocrinología, donde le recetaron la testosterona.
Jess está convencido de que, de haber estado en Venezuela, no hubiera podido reencontrarse consigo mismo.
—Salir del país me dio la oportunidad de salir del clóset y dar una lucha muy fuerte que tomó años, desde 2016, que me redescubrí como hombre trans, hasta 2019, cuando obtuve el DIMEX con el cambio de nombre y de género. En todos los aspectos, médicos y legales, en mis documentos migratorios, [en Costa Rica] soy reconocido como un hombre —cuenta. En varias oportunidades pensó en regresar de visita su país natal, pero el temor a ponerse en riesgo por la discriminación y la transfobia se lo ha impedido.
Es común escuchar o leer comentarios homofóbicos o transfóbicos en la calle, en las redes sociales, en los medios de comunicación venezolanos.
Tras la marcha por el Orgullo LGBTIQ+ de 2022 realizada en Caracas, cuyos organizadores estiman que contó con una asistencia histórica de más de 20 mil personas, usuarios en las redes sociales cuestionaron que las personas LGBTIQ+ hayan salido a manifestar por sus derechos y algunos aseguraron que era más importante salir a protestar por otras realidades políticas y sociales del país.
Durante un debate en un canal de televisión nacional, Tamara Adrián, mujer transgénero, abogada y otrora diputada, expresó que las personas gays, lesbianas, bisexuales y transgénero se descubren “con inmenso temor muchas veces”. Temor al desprecio, al odio, a la exclusión, señaló. “El valor y el principio máximo en la Constitución Bolivariana de Venezuela es la igualdad de derechos y de oportunidades, la dignidad para todos los seres humanos”, argumentó la jurista.
Parte del rechazo contra las personas LGBTIQ+ se ve reflejado en los datos del Observatorio de Personas Trans Asesinadas, con sede en Viena, que señala que Venezuela es el cuarto país de América Central y del Sur con mayor índice de homicidios a personas trans. Entre 2008 y septiembre de 2021, en el país se reportaron 129 asesinatos a personas trans y de identidades de género diversas.
Para Tristán Key, el activismo por los derechos humanos de las personas transgénero es un acto político. No de forma partidista —explica— sino para que los gobiernos actúen en pro de ello.
—Gracias al activismo existe la información que hay hoy en día y las personas han aprendido a aceptarnos —insiste Key.
Yendri Velásquez, activista LGBTIQ+, señala que la importancia de que todas las personas de esta comunidad apoyen la lucha de las personas transgénero es que ese acompañamiento en las demandas, exigencias y vivencias permitirá un movimiento más sólido para alcanzar el disfrute de los derechos.
Sobre ese apoyo a la lucha de las personas trans, Velásquez señala que ser lesbiana, gay o bisexual no exime a una persona de estar criada bajo una cultura que enseña a discriminar lo que se desconoce.
—Uno [como activista] debería estar en constante deconstrucción de prejuicios, revisar cómo acompañamos las distintas luchas sin restarle espacio a las otras personas, en este caso las personas trans, quienes son protagonistas de sus luchas porque son quienes viven y padecen las consecuencias de no tener garantizados algunos derechos —destaca el activista.
Pese a las trabas legales y a la transfobia que ha vivido en Venezuela, emigrar no está dentro de los planes de Ciara. Su meta es seguir estudiando y formándose para tener una base profesional más sólida. Su red de apoyo, integrada por sus amigos, compañeros de trabajo y familiares, ha sido fundamental para llevar su lucha. “Vivir la transición es espectacular, pero vivirlo con tu familia es un plus (…). Aunque no todo sea color de rosas, la transición se puede vivir desde la felicidad”.
Gracias 😊 de verdad agradecida por todo por mostrar parte de nuestras vidas 🙏