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La única certeza es la nada. Los culpables siguen impunes, las autoridades con las manos vacías, y Franca y Tony también.

“Todavía no tenemos nada. Sólo meses de investigación”, dice el inspector Oviedo. Mientras tanto hojea las fotos del expediente realmente afectado.

Entrevistó a todos los presentes ese día, incluso a Juan Carlos, el vigilante de la torre A, a todo el que ha podido. “No me explico cómo nadie vio nada o cómo no recuerdan algo, un detalle serviría. Ni siquiera el color exacto de los carros. Sólo alcanzan a decir que eran unas camionetas oscuras y que una de ellas creen que era una Grand Cherokee”.

Existen cuatro factores que pueden tener que ver con la pérdida de memoria de los testigos, explica Oviedo: El alcohol que consumieron durante toda la noche, el bloqueo como desencadenante del trauma, tienen miedo por lo que vivieron o tienen miedo porque alguien los amenazó.

O todas las anteriores.

“Me resulta sorprendente que gente de esta clase social colabore tan poco. La gente en los barrios, cuando pasan cosas de este tipo, no dudan en soltar información. Les he enseñado las fotos de la escena del crimen a los muchachos, todas las imágenes forenses de su amigo muerto… para ver si se conmueven, si hablan, pero nada”, dice el inspector.

Mariana estaba en el puesto del copiloto cuando interceptaron a Giovanni. En el momento justo en el que le clavaron las últimas tres puñaladas ella estuvo sentada junto a él, de hecho intentó halarlo hacia ella para evitar que los golpes dieran en el blanco.  Sin embargo, luego decidió que de su boca no saldría ningún dato.

El día del asesinato Mariana declaró y dijo que efectivamente estuvo allí. En la siguiente cita con la policía cambió la versión y negó haber estado dentro del carro, dijo que toda la confusión se debía a un mal procesamiento de datos por parte de ellos cuando tomaron la declaración.  Nicolás, su novio, terminó la relación en seguida; no pudo soportar la mentira.

Mariana nunca fue amenazada por nadie, esa no es la razón por la que cambió su testimonio inicial, dice Nicolás, quien cree conocerla bien después de tres años. Para él causa es menos dramática: “Mariana es mala.  Quiso desentenderse, así de simple. Su entorno familiar ha sido duro, muy raro, quizás eso la haya hecho ser como es”.

Por ahora el inspector Oviedo tiene algunos retratos hablados en los que no puede confiar. Porque si bien coinciden los datos de los testigos con ciertas características comunes, muchas de ellas están cruzadas: el pelo de este con la nariz del otro, el color de la piel de uno con los ojos del otro.

Armando es un joven que vive en una casita detrás del parque que bordea a la redoma de La Bonita; se encarga del mantenimiento del lugar, entre otras cosas. El día del asesinato tuvo que salir a la una de la mañana a cambiar un bombillo de los postes del parque. Mientras lo hacía vio que los dos grupos convivían en sana paz. Recuerda con claridad que la música que salía de las camionetas era el grupo mexicano Maná, “El muelle de San Blas”.

“Eran todos unos burguesitos: unos tipos de negro y unos millonarios”, precisa.

Esa noche Armando se quedó viendo una película de vampiros. De pronto escuchó unos gritos. Lo primero que pensó fue que “estaban robando a los burguesitos. Nunca imaginé que algo como lo que pasó ocurriera entre grupos de esa clase. Yo sé muy bien lo que es un malandro, yo estudié en el liceo Tito Salas, ahí sí hay malandros de verdad. Y esos tipos (los atacantes) parecían todo menos eso. Eran tipos con billete”. Por eso, Armando no se levantó hasta el día siguiente. Al salir de su casa se topó con un charco de sangre justo al lado del poste de luz al que le había cambiado el bombillo la noche anterior.

Dito, integrante de Drömdead, tampoco ha querido hablar. Franca y Tony dicen que es inútil intentarlo con él.

Más allá de las conjeturas, de las hipótesis, solo quedan percepciones vagas, inservibles.

Kalo, con rastros de tres puñaladas –una de ellas casi lo deja paralizado–,  cree que no hay nada oculto en este caso, refiriéndose a los motivos: “Estábamos en el lugar equivocado, en el momento equivocado. Fue algo que pasó porque sí, sin una explicación lógica”.

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¿Un cangrejo policial?

Un caso que parece “tan sencillo” de resolver, un año después aún no tiene ni siquiera sospechosos. Y la policía judicial venezolana ha logrado en el pasado resolver asesinatos con menos pistas y menos testigos.

La muerte de Yani es una muerte violenta más dentro de la estadística anual. Según el informe “Una década de Impunidad en Venezuela (1999-2009)” del Observatorio Venezolano de Violencia (OVV), el 2009 cerró con 16.047 homicidios. En lo últimos tres años de esa medición fueron detenidos apenas nueve sospechosos por cada cien asesinatos. Las cifras oficiales, reveladas recientemente por el diario venezolano El Nacional son más altas. El informe “Encuesta Nacional de Victimización y Percepción de Seguridad Ciudadana 2009” realizado por el Instituto Nacional de Estadísticas, divulgado dentro del gobierno en mayo de 2010, indica que la cifra de asesinatos el año pasado llegó a 19.133.

Tony Conte visita semanalmente al inspector Oviedo en la subdelegación de Santa Mónica, se mantiene en contacto y asiste al investigador en lo que haga falta para evitar que el homicidio de su hijo caiga en el saco de los casos que no se resuelven: según el OVV, 91% de los casos de 2009 quedaron impunes. “Estoy seguro que con el tiempo algo va a salir, estoy convencido de que así será”.

Oviedo ha dejado claro que la falta de resolución del caso no tiene que ver con el Ministerio Público, órgano encargado de ordenar las diligencias de acuerdo con el Código Orgánico Procesal Penal. El fiscal encargado, el Noveno del Área Metropolitana de Caracas, Dámaso Cabrera, no ha obstaculizado trabajo investigativo, dice el inspector. “Todo lo contrario. Tenemos varias investigaciones abiertas con él y con ninguna hemos tenido problema. Nos mantenemos comunicados y siempre trata de aportar ideas para que se resuelvan las cosas”.

El comisario Luis Godoy, quien fuera jefe de Homicidios de la antigua Policía Técnica Judicial, explica que la reforma del Código Procesal Penal que se hiciese en 1999, además de darle protagonismo al Ministerio Público en el procesamiento de los delitos, también ha hecho más difícil que se logre demostrar, con evidencias válidas, la culpabilidad de un sospechoso en un asesinato, porque según esta norma la manera más segura de hacerlo es la flagrancia: que el delincuente sea capturado mientras comete el delito o cuando recién lo ha hecho, tal como reza el artículo 257 de este código: “(…) se tendrá como delito  flagrante el que se está cometiendo o acaba de cometerse. También se tendrá como delito flagrante aquel por el cual el imputado se vea perseguido por la víctima o por el clamor público o por la autoridad policial o en el que se le sorprenda a poco de haberse cometido el hecho, en el mismo lugar o cerca del lugar donde se cometió, con armas, instrumentos u otros objetos que de alguna manera hagan presumir con fundamento que él es el autor”. En el homicidio de Yani no existió flagrancia puesto que los asesinos no fueron capturados en el momento que cometían el acto, lo que exige del trabajo científico policial un gran reto en el tema de la demostración.

Tras un proceso de análisis de llamadas de telefonía celular, de acuerdo las coordenadas del lugar y la hora en la que ocurrió el suceso, el CICPC ,en conjunto con las compañías de telefonía móvil, intentan analizar las coincidencias entre número, hora y lugar para, al menos, precisar sospechosos.

Esta ruta de búsqueda se emprendió hace más de tres meses y aún no hay nada en concreto. El inspector Oviedo asegura que tiene mucha “esperanza” en la información que se derive de allí.

“Las cosas no son como en las películas. Nada es tan fácil como parece. El caso se va a resolver… A veces tardamos tres, cuatros años investigando, pero al final obtenemos resultados; el saldo negativo de esos plazos son las familias”.

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En la entrada del Cementerio del Este hay un letrero grande con letras claras y pictogramas que indica a los visitantes que la normativa del lugar prohíbe poner música en el área de las terrazas. Esto nada tiene que ver con Tony aquella tarde.

Frena frente a la tumba y le da play al CD de su hijo, el trabajo que recién en marzo del 2009 había empezado a grabar. Diez pistas compuestas, cantadas y musicalizadas por él (Sorrow/Hope): letras en inglés, canciones profundas, tristes, guiadas por las notas de una guitarra eléctrica que se escucha siempre en segundo plano. Play, volumen y todo lo demás deja de existir.

Tony Conte cierra los ojos. Como cuando los músicos buscan inspiración. Para ver si de esa forma lograba sentir más cerca, mucho más cerca a su hijo Yani.