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Gabriel decidió callar sus preferencias e incluso cambiarlas. Salió con mujeres y llegó a presentarlas en la casa. Las relaciones nunca duraron. A los dieciocho años se dijo a sí mismo que no podía seguir negando su homosexualidad. Después de meses de miedo, lo platicó con sus amigos del Westhill Institute –donde estudiaba– y ellos lo apoyaron. Tuvo la confianza para dar el siguiente paso: contárselo a su familia.

Lo hizo de manera casual. Aunque su madre no había estado cerca de él, llevaban una buena relación. “Debido a la buena relación, tan estrecha y tan comprensiva que teníamos, creí que ella lo iba a entender y me iba a apoyar con esta situación –recordaría Gabriel después en la declaración que dio ante la Procuraduría capitalina– pero al momento en que yo se lo dije, ella me contestó: No es posible que me estés diciendo esto, no es cierto, eso no existe”. Le dijo que nunca más volviera a hablar del tema, porque eso no podía ser verdad.

Tras la confesión, Himelda se distanció de su hijo. No le contestaba las llamadas y tampoco lo buscaba. Gabriel vivía en ese entonces con su padre en un departamento en la misma zona residencial de Polanco, a unas cuantas cuadras de donde Himelda tenía su residencia. Pese a la cercanía, el contacto era nulo.

Un año después, cuando Gabriel tenía diecinueve, Himelda decidió “perdonarlo”. Apareció en el departamento donde su hijo vivía con su ex esposo y, después de saludarlo, comenzó a platicar con él como si nada hubiera pasado. La relación se reestableció, pero ninguno de los dos volvió a tocar el tema de las preferencias sexuales del joven.

Tras terminar la preparatoria, Gabriel viajó a la ciudad de Monterrey, en el norte de México, a estudiar Administración de Empresas. La relación entre ellos continuó siendo buena, pero Gabriel no podía negar que le gustaban los hombres, aunque lo intentara para no contrariar a su madre. Cuando estaba a punto de terminar la licenciatura, vino al DF a saludar a sus padres y uno de sus amigos lo invitó a una fiesta. En la reunión conoció a Emilio (no es su nombre real), un ejecutivo de ventas de treinta y seis años que comenzó a coquetearle. Gabriel, siempre con el recuerdo del rechazo de su madre, lo evitó en un inicio, aunque le atraía mucho.

Pero Emilio insistió y, después de unos meses, comenzaron una relación. Los meses pasaron y se enamoraron. El noviazgo siempre fue oculto, se citaban en zonas donde no pudiera verlos Himelda. Ella, durante casi cuatro años, no se enteró de nada. Incluso le presentaba a Gabriel a las hijas de sus amigas y él aparentaba estar interesado, pero nunca pasaba de la primera cita. Siempre le decía a su madre que esas chicas no eran lo que él estaba buscando. Pero un día una amiga le contó a Himelda que había visto a la pareja tomada de la mano en un restaurante. Y la vida de Gabriel y Emilio se volvió una pesadilla. Himelda confrontó a su hijo, quien aceptó que llevaba cuatro años de relación. Ella le exigió que terminara con su novio. “Estoy muy enamorado, mamá, no me hagas esto”, fue la respuesta. Himelda se dio media vuelta y lo dejó hablando solo.

La reacción de Himelda fue inmediata. Como directora de Recursos Humanos del Grupo Posadas tenía muchos contactos de alto nivel. Los utilizó para lograr que despidieran a Emilio de su trabajo y que su liquidación fuera mínima. Bloqueó su ingreso a otras empresas donde pidió laborar.

“Emilio se quedó en la ruina y mi madre seguía exigiéndome que lo dejara porque esa relación no debía de existir, aún cuando yo le rogaba que me dejara estar con él, porque estaba muy enamorado –recordaría Gabriel ante los agentes del Ministerio Público–. Emilio no lo soportó y me terminó, me dijo que era demasiado el daño que mi madre le estaba causando”.

Gabriel cayó en depresión, no salía de su casa: “Yo estaba educado para respetar y obedecer a mi señora madre sin contradecirla ni rebatirla en sus decisiones respecto a mi sexualidad –señalaría textualmente en su declaración–,  ya que yo me sentía culpable de mi diversidad sexual, por lo que la única forma de desahogarme de este dolor era tragándomelo y quedándome completamente callado”.

No sólo la educación y el respeto era lo que impedía que Gabriel se opusiera a las decisiones de su madre. Nunca fue bueno para trabajar, ni le interesaba mucho hacerlo. Desde pequeño recibió lo que quiso sin realizar muchos esfuerzos. Su madre lo mantenía y siempre se aseguró de que tuviera un nivel de vida alto. Él siempre estaba metido en proyectos que supuestamente lo harían millonario en poco tiempo, pero que nunca prosperaban.

Aunque la gente cercana a él señala que Himelda tomaba la mayoría de las decisiones sobre la vida de Gabriel –desde aprobar sus amistades hasta decirle si tenía permiso de salir o no– para él la situación era distinta: “Tenía la fortaleza de discutir con mi madre sobre mi vida y decisiones e incluso muchas veces me imponía y ella acababa apoyándome. Lo único que no toleraba ni permitía era mi diversidad sexual”.

Después del rompimiento con Emilio, confesó, se alejó de toda la gente y no entabló ninguna relación con nadie, ni de amistad ni sentimental. “Me costaba trabajo entender a mi madre porque todas mis amistades, mis compañeros de colegio y vecinos sabían de mi preferencia sexual y me aceptaban sin ninguna crítica. No entendía por qué ella, que me quería y a quien yo quería tanto, no aceptaba mi situación”.

Cuando tenía veintiocho, Gabriel conoció a otro hombre, también mayor que él. La historia fue similar. La relación duró cuatro años, siempre en las sombras, siempre escondidos. Himelda los descubrió y utilizó todos los medios para deshacer el noviazgo. Gabriel se volvió a quedar solo.

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Tenía sesenta y tres años cuando murió. Himelda Ugalde Burgos era una de de las directoras más poderosas del Grupo Posadas –al que pertenecen los hoteles Fiesta Americana y Caesar Park–  y era muy cercana a su dueño, Gastón Azcárraga, uno de los hombres más ricos de México.

Nació en Mérida, Yucatán –un estado al sur del país conocido por su conservadurismo– en una época en donde se respetaban tanto los apellidos y el buen nombre de una familia y en la que la ciudad aún conservaba un aire feudal.

Himelda pertenecía a una de esas familias de renombre. A los dieciséis años, en 1963, fue nombrada la Reina de los Juegos Florales, con los que se celebraban los cuatrocientos veintiún años de la fundación de la ciudad. Fue rebautizada como Himelda Primera durante ese año y participó en todos los eventos sociales. Dos de sus hermanos eran miembros de su corte. Sus fotos aparecían constantemente en los periódicos locales.

Siempre fue vanidosa. Le gustaba vestir bien y se le podía ver muy arreglada en toda ocasión. La apariencia era muy importante para ella. También lo que los demás dijeran sobre sus modales, su figura, su educación.

Estudió la licenciatura en Contaduría Pública y cuando ingresó a trabajar decidió que eso era lo más importante. Subió rápidamente de puestos, hasta alcanzar la dirección de Recursos Humanos, desde donde controlaba a los empleados. La relación con su esposo, Gabriel Granados Esquivias, comenzó a hundirse. Acabaron divorciándose.

Era católica practicante y siempre simpatizó con la ideología del derechista Partido Acción Nacional. Tanto, que estaba afiliada al mismo y en las elecciones de 2006 aportó quinientos cincuenta mil pesos a sus campañas electorales.

Ella no era muy cariñosa, pero su hijo Gabriel siempre decía, cuando se refería a su mamá: “Sé que me quiere, yo sé que me quiere aunque a veces no lo parezca”.

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Gabriel seguía llorando dentro de la sala de interrogatorios y pidiéndole a los agentes que lo dejaran ir, que él no había hecho nada malo, mientras soltaba pequeños detalles de lo que había sucedido el día en que su madre había muerto. Poco a poco, comenzó a relatar todo, desde el principio.

Gabriel había encontrado a Francisco Cuautecatl García en 2009 en una casa de la zona de mansiones del DF conocida como Las Lomas, en la que él trabajaba como jardinero. Después de una conversación rápida, en la que Gabriel le preguntó al joven de veinticinco años cosas sobre plantas y en la que él le contestó de forma amable, Gabriel le dio su teléfono. “Si algún día necesitas trabajo, márcame, yo te lo puedo dar”, le dijo.

La necesidad de afecto hizo que Gabriel comenzara a frecuentar a Francisco, aun cuando presentía que el jardinero “no era una buena persona”. Lo comprobó en mayo de 2010. Gabriel manejaba el Mercedes Benz de su madre –aun cuando ella le acababa de regalar aquel Audi– e iba acompañado de  Francisco. Le había pedido a Himelda que le quitara al guardaespaldas que lo protegía, porque “no se sentía libre”.