El año 1964, en el que trabajó como corrector de pruebas y estilo y como articulista en diversas publicaciones, puede verse como la aparición de una galaxia tras la explosión de una supernova: se sintió renacer. Trabajó con mayor intensidad y llegó a escribir más de veinte poemas en un solo día. Cada nueva jornada aparecían sobre el papel anagramas, anagogías y analogías desconcertantes, que podían leerse como expresiones que intentaban escapar del significado convencional, pero también como voluptuosas creaciones de una lengua en estado edénico. El producto de esa vertiginosa erupción es El círculo de los 3 soles (Editorial Zona Franca, 1969), compuesto entre 1964 y 1968, un volumen de más de quinientas páginas con poemas que van de unas pocas líneas hasta trabajos de varias secciones con muchas páginas. Algunos están escritos en prosa y otros en largos bloques o en aforismos de pocas líneas. Algunos muestran un denso desarrollo y otros son ráfagas o pensamientos confusos. Hay un afluente caracterizado por ficciones matemáticas formuladas en ecuaciones inconcebibles. Hay parábolas que versan sobre dimensiones del tiempo y el espacio expresadas en genealogías inalcanzables para la experiencia humana de un solo hombre y que, sin embargo, son “vividas” por la voz poética. En otros poemas predominan las alusiones esotéricas trufadas en versos que refieren a transmutaciones alquímicas y cabalísticas. Hay una vertiente en la que se esbozan la metempsicosis de Rafael José Muñoz en RJM, muzoñumjuansan, el hijo, el padre y, finalmente, Rafsol. En las pastorales y elegías hay pájaros, árboles y paisajes que parecen pertenecer a lugares y civilizaciones del pasado o el futuro. En general, en los poemas menos convencionales el tiempo es alterado por momentos que quiebran la linealidad y palabras que equivalen a efectos sin evidente causa. Él decía que sus poemas venían de profundidades del ser y que le aparecían dictados por una voz interior.
Tengo un deseo extraño de colocarme en el Billón
de ir más allá, de colocarme en el Trillón
donde el tiempo anida sus Siglos.
Tengo un deseo extraño de ser Tres:
Onu ne aicnese y onirt ne anosrep.
Tengo ganas de quedarme así:
Uno en esencia y trino en persona.
En muchos poemas, el lenguaje es sometido a un estrujamiento tal que termina descoyuntado, vuelto una representación fonética. Cuando no escribía llevado por el frenesí, pasaba horas y horas absorto en la búsqueda de imágenes y símbolos que lo llevaran a crear una poética que buscaba unir la palabra y el número.
Desde las Sumarijas Regiones
Berlinescher astronomischer chlurder
Aften gnoste must;
Así son, por trillones de kilómetros
Bajando najitos, sin viento,
Entran hacia el callejón donde esperan las Cariátides (…)
El círculo de los 3 soles está poblado por una zoología, una geología y una botánica de ciencia ficción. En un poema habla de las “cuevas de Epsilón”, en otro menciona “la cola de Andrómeda bajo sudores de platino”, en otro se refiere a las “grutas de Osiris”. Los animales reales o imaginarios también están presentes: “el loro de Alejandría”, “la garza No. 1”, “el Venado de ojo de lucero”, “las Dos Hormigas Negras Evangelistas del Círculo”, “el Pez Austral”, “la Tortuga Argentorati”. A su exaltada memoria emocional y a la capacidad de evocar paisajes que no conocía, añadía el soplo de la fábula y la proporción del absurdo. Fue capaz de imaginar su propia gestación, en una revuelta y una burla contra su historia familiar.
Las revelaciones de Rafsol
Me fui a la colina y contemplé la noche,
otosoropas estrellas, begonias azules, anaxulas negras,
y en el infinito espacio la forma de un 3 (…)
Díjeme: Ex nació de Ex y engendró a Ox,
Ox creó a Seh y Seh engendró a Yex,
Yex creó a Lex y Lex engendró a Fex;
y cuando Fex hubo desaparecido
nació Agustín, hijo de Dominga;
y Agustín engendró a Tito y a Titina y a Tom y a Celenia
y a Amado;
y he aquí que más tarde, cuando pasean las cucarachas
por el corredor de las casas de Guanepa,
Agustín se encontró con Piedad,
hija de Pedro Celestino Muñoz;
y he aquí que Agustín y Piedad se unieron
y de esa unión nació Rito y Alí
y Rosalía y Ludgerio;
y Artajerjes nació de la unión de Piedad con Serrano.
Rito se llamó Rafsol
Díjose que nació por obra y gracia del Espíritu Santo;
Y que la mañana en que nació cantó un cristofué,
díjose también que nació con poderes extraños:
podía ver a 1.000 trillones de años luz,
podía resucitar a los muertos,
podía perdonar los pecados,
podía detener el Universo, si cerraba los ojos…
Símbolos alquímicos e iniciáticos como la roszul, el huevo, el mandala, la piedra, el espejo, el ojo, la llave deben vérselas con cruces, sepultureros, ataúdes, funerales. La presencia de la muerte es melancólica, como han destacado todos los críticos, pero no es menos cierto que para él la muerte no está exenta de festejo, ceremonia y humor negro. Entre todos los textos hay uno que escribió el veintidós de marzo de 1968, cuando tenía treinta y nueve años, que sirve de pórtico al libro, y que es una invitación a su propio entierro:
Ha muerto cristianamente el señor Rafael José Muñoz.
Sus amigos: Juan Liscano Velutini, Jesús Sanoja H., Ramakrisna, Krisnamurti, Romain Rolland, Pitágoras, Platón, Tsu Tsu, José Stalin, Mao Tse Tung, Moisés, Alberto Schweitzer, Hermann Hesse, Thomas Mann, Walt Withman, Mauricio Maeterlink, James Joyce, George Ivanovich Gurddieff, Piotr D. Ouspenski, Madame Blavatsky, Annie Besant, Mabel Collins, Thomas Hamblin, Los Doce Apóstoles, Los Peregrinos de Oriente, invitan al acto del sepelio, el cual se efectuará el día 22 de marzo de 1968.
Sitio de encuentro: Jardines de Guanola.
Hora: 5 a.m. o 5 p.m.
La muerte ficticia del poema es el punto culminante de esa crisis existencial que lo hizo abandonar la política y abrazar la poesía.
Cuando El círculo de los 3 soles se publicó, en 1969, mi tío Alí Muñoz le celebró los sonetos. La respuesta de mi padre fue un golpe en el estómago: “Los sonetos los escribo para que los güevones (mentecatos) que no entienden lo otro, que es la verdadera poesía, se enteren de que de verdad escribo”.
Hoy el crítico venezolano Rafael Arráiz Lucca considera El círculo de los 3 soles como uno de los diez libros de poesía venezolana más importantes del siglo veinte y, con los años, Rafael José Muñoz empezó a ser mencionado como un poeta que además fue político, y no como lo contrario. Aunque la academia lo ha estudiado muy poco, varias generaciones de lectores lo han mantenido, de modo oculto y misterioso, increíblemente vivo.
Sus dos críticos principales, Juan Liscano y Guillermo Sucre, tenían visiones antagónicas sobre su obra. Liscano dice que Rafael José Muñoz recreó las vanguardias sin conocerlas a fondo. Guillermo Sucre, en La máscara, la transparencia, toma con pinzas esta tesis. Sin ocultar su desdén por Liscano y con abierto desaire hacia Rafael José, se pregunta si éste es un “poeta realmente complejo o simplemente complicado”. Dice, severo: “este poeta venezolano transgrede todos los límites expresivos en insalvables criptogramas (…) El lenguaje de Muñoz, en gran medida, deja de ser un sistema de símbolos compartidos con el lector real o virtual”. Reconoce que la obra es el producto de “una gran tensión interior, de un inconsciente trabajado por las más duras pruebas personales”. Sin embargo, advierte: “El peligro de Muñoz, y se percibe mucho en su libro, es el de (re) caer en lo eneguménico: que ‘el humilde del sinsentido’ de que habla Lezama recordando a San Juan de la Cruz, derive en la arrogancia del furor destructivo”. Pero reconoce al poeta versátil y diestro que está detrás de lo que él llama la “arrogancia del furor destructivo”, tanto del lenguaje como de su propia persona. La confusión babélica, que por momentos recuerda la “cristalina mezcolanza” de Rimbaud, hace a Sucre hablar de una desmesura y una mitología personal que elevan a Rafael José Muñoz de rango, salvándolo de un anacrónico vanguardismo. Se trata de un “esperanto poético en el que caben diversos idiomas deliberadamente falseados”. Sin embargo, prefiere el lado mesurado de su poesía. “Así, hay otra cara de su libro (además de las mil que el tiempo irá revelando) en la que el lenguaje, sin perder su visión y su búsqueda extrema, vuelve por sus propios poderes, luminosos o oscuros, pero ya no abandonados al egotismo del poeta vidente (yo soy un elegido, es una de las convicciones de Muñoz). En ese otro plano es donde la experiencia sin duda mística de este poeta se ahonda y esclarece a sí misma; donde su mitología personal, adquirida o inconsciente, parece coincidir con un logos necesario”.
***
Durante estos años su relación con el alcohol empezó a ser otra vez tormentosa. Vivía torturado por la dipsomanía, que lo llevaba a pasar largos períodos de abstinencia, alternados con otros en los que el consumo de alcohol era incontrolable. Mi tío Alí Muñoz dice que su vínculo se resintió a causa de las hospitalizaciones, porque le tocaba ser el malo de la película. “En varias ocasiones tuve que hacerlo hospitalizar. Tu mamá quedaba inconsolable. ¿Pero qué iba a hacer yo? ¡Era mi hermano! Una vez le monté una trampa para llevarlo bajo engaño a la clínica. Al descubrirla, me insultó y se resistió de mil maneras. Como él era muy persuasivo, casi convence al doctor para que lo dejara ir. Entonces tuve que plantármele diciéndole: “Doctor, yo lo respeto mucho a usted, pero el poeta no saldrá de aquí bajo ningún respecto a menos que esté sobrio”.
Las clínicas eran un suplicio más truculento que la tortura. Lo enfundaban en una bata hospitalaria y lo amarraban a la cama para evitar que huyera. Y no sólo debía padecer el espantoso síndrome de abstinencia alcohólica, cuyos estragos físicos son más largos y terribles que los de la heroína o la cocaína, sino soportar el tratamiento de electroshocks con que pretendían curarlo. Pero el hospital no merecía el estoicismo de la cárcel. Los médicos decían que su mente había sufrido daños por la tortura y el alcohol y, aunque nunca hubo por parte de ellos un diagnóstico claro, muchos sostienen que su poesía era una expresión de locura, y que el trance onírico que usaba como método creativo era producto de una indeterminada enfermedad. Esta hipótesis es ingeniosa, pero limitada. Tiene en el fondo más de demérito que de elogio, pues evade vérselas con lo que dicen o plantean los poemas mismos, su desorbitada creación y su profunda musicalidad.
Cuando Rafael José salía de las hospitalizaciones quedaba con los sentidos embotados, desconectado del mundo, en un pliegue del tiempo y el espacio donde solo cabían él y sus demonios. Mientras tanto, el matrimonio se iba a la deriva. “El poeta era luz en la calle y oscuridad en la casa”, solía quejarse mi mamá, porque mi padre seguía siendo un amigo entregado a sus amigos pero un hombre complejo en su propia casa. Aunque mi mamá reconocía sus esfuerzos desesperados para superar el alcoholismo, sentía que sus hijos –Marla, Yuri, Valentina– ya habían sufrido suficiente durante una infancia trastornada por ausencias inexplicables, mudanzas repentinas y el acecho de los cuerpos de seguridad que, en busca de armas y propaganda, dejaban la casa patas arriba y el aire infectado de terror. Además, estaban las crisis recurrentes, marcadas por estallidos nerviosos y delirios que culminaban en hospitalizaciones.
Una noche de principios de septiembre de 1968, cuando ya había terminado la corrección de El círculo de los 3 soles, volvió achispado a casa. Estaba de un humor particularmente jovial y llevaba un ramo de flores con la intención de reparar las asperezas que había atravesado con Nelly en los últimos meses. Todavía quedaban restos de ternura entre ambos. Esa noche hicieron el amor por última vez en su vida. El encuentro de los dos cuerpos fue borrascoso. Pocas veces estuvieron de acuerdo en algo, salvo en el recuerdo de esa noche. Ella se quedó en silencio sintiéndose levitar. Él encendió un cigarrillo y la vio sumergirse en el sueño. De pronto, ella sintió que su cuerpo se desdoblaba y que atravesaba paredes hasta llegar a la calle. Él dijo que la vio salir del cuerpo y, al verla caminar por la calle en ropa de dormir, comenzó a llamarla para que volviera.
Mi mamá supo de inmediato que había quedado embarazada y, desde entonces, pasó cada día mortificada por los efectos que podía tener el alcoholismo de Rafael José en la formación del feto. Nueve meses más tarde, el veintiuno de mayo de 1969, un día antes del cumpleaños número cuarenta y uno de mi papá, nací yo, Boris, el hijo menor. Mi papá recibió la noticia con júbilo pero acusó a mi madre de haber adelantado el parto para evitar que naciera el veintidós, igual que él. “Tu papá era un ser arbitrario”, se oía repetir a mi mamá al rememorar mi nacimiento. Cinco días después, mi padre abandonó la casa.
***
Nadie ignora que, para llenar una ausencia, la memoria inventa recuerdos benévolos o disimula aquellos que resultan dolorosos. Durante mucho tiempo, mi imaginación volaba hasta la habitación del Hospital Clínico Universitario, donde murió mi papá y que yo nunca conocí. Allí, junto a la cama, veía su cuerpo atrapado por la camisa de fuerza. Escuchaba su voz llamando a mi mamá: “Nelly, Nelly, Nelly…”. Y sentía su respiración arrinconada. Después, esas imágenes terribles daban paso a otras en las que mi papá emergía de su lecho de muerte y se instalaba de nuevo en el mundo, sobrio y curado por siempre jamás. Esas fantasías lograban anular mi desdicha pero, tarde o temprano, la ilusión estallaba para dar paso al verdadero recuerdo de los días que compartimos entre 1978 y 1981, los únicos años en que, desde mi nacimiento, vivimos en familia.
En realidad, se separó de mi madre pero no de sus hijos. Desde que se fue, aunque no volvió a dormir en casa, nos visitaba varias veces a la semana. Los domingos nos llevaba al matiné del Teatro Río de la Calle Real. Luego, religiosamente, terminábamos sentados todos en una mesa de La Giralda. Pero para mí el gran acontecimiento llegaba los sábados. Me recogía en nuestro apartamento del edificio Papirusa de la avenida Orinoco de Bello Monte y caminábamos a través de la avenida Casanova hasta llegar a la antigua Calle Real de Sabana Grande, en lo que luego se transmutó en una irreconocible arteria atascada de vendedores, a una estrecha pero infinita juguetería de la que yo podía llevarme cualquier cosa que quisiera. Me decía que era el Bazar Muñoz y que todo lo que había adentro era mío. Muchos años después, atando cabos, descubrí que el Bazar Muñoz no era sino el Rey de las Piñatas, una de las pocas tiendas que sobrevivió con cierta dignidad a las invasiones bárbaras que, en los años noventa, volvieron al bulevar más entrañable de la ciudad, un corredor asediado por todas las taxonomías de miseria humana. Cada vez que paso por ese punto de Caracas me asaltan aquellos episodios de felicidad infantil, perfumados con el aroma a lavanda de los pañuelos de mi padre. Son instantes cargados con una fulminante ilusión de eternidad, como si toda la alegría de la infancia estuviera cifrada en esas pequeñas ceremonias del amor.
Mi papá volvió a casa un poco antes de las elecciones presidenciales de 1978. Había trabajado en la campaña presidencial de 1972 como consejero político de Carlos Andrés Pérez, y luego como su secretario personal. Cuando Pérez fue electo presidente, en 1973, mi padre fue nombrado Comisionado Especial de la Presidencia. Él esperaba que su participación en la arrolladora victoria del presidente fuera reconocida con un puesto más destacado, pero algunos de sus amigos más antiguos conspiraron en su contra calificándolo de hombre enfermo, no apto para una posición ejecutiva.
El día en que volvió, lo vi entrar a casa con la falta de energía propia de un hundimiento y la inconfesada desesperación de la derrota. Poco antes le habían diagnosticado cirrosis hepática. Su hígado se cobraba revancha produciéndole temblores y despellejándole las manos.
Desgarrador relato hecho con la honestidad y ternura del recuerdo que dejó el padre, admirado y a la vez desconocido. Un extraño que se relacionaba a traves del alcohol y el genio que la palabra y la poesía le daban vida y razón para vivir.
Mi padre Antonio Octavio Tour, siempre hablo con gran nostalgia cada vez, que recordaba al poeta muñoz y su epoca de guerrilla. Siempre lo considero uno de sus muy pocos, y contados amigo verdaderos de esos terribles años que ambos vinieron y por azares del destino ambos terminaron siendo poetas, para trasmutar todo ese dolor en sus letras
Este relato me aclara aspectos desconocidos…conocí por referencia algunos autores de la misma por la descendencia de Serrano quien también debo admitir era poeta y dejo escritos de su capacidad literaria …desconocía estos detalles de esta gran familia llanera en el entramado espacio histórico…gracias