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Fotos: Marcelo Volpe, Ivonne Velasco, Liza López, Astrid Hernández
Comienzo a escribir esta crónica en letra Courier New, como si la estuviera haciendo en la máquina de escribir del bar El Torero en Catia.

Para ponerlos en contexto, recientemente me apunté en el taller de crónicas paganas para conocer bares y taguaras en Caracas -esto parece una tarea sencilla para un sociólogo, pero nada más alejado de la realidad–. Lo cierto es que coincido con este grupo de almas tan diversas y entusiastas, y comparto con ellos el amor por la ciudad. Quizás no es del todo inesperado, pero no deja de conmoverme.

El primer pensamiento que viene a mi mente escuchándolos presentarse –semanas atrás– es “seguimos vivos”. Y digo esto porque en medio de tantas exigencias cotidianas, en Caracas se vive en una suerte de inmediatez y premura de todo, en lo personal y colectivo. Todo es urgente.

Porque en esta dinámica queda nada o poco tiempo para reflexionar sobre lo cotidiano, más allá de lo impuesto. Lo humano exige belleza, intercambio, alegrías, experiencias gratificantes, todos niveles intangibles del ser que no pueden ser dominados, y que así como el pensamiento, son inconquistables.

Entonces partiendo de la noche caraqueña, y de la necesidad humana de celebrarse sin motivos ni razones, quiero expresar la necesidad de buscar siempre su renovación, y aquí entra la celebración –pagana– como representación también de purificación. La oportunidad de un nuevo comienzo, básicamente lo que llamamos un reseteo. Por ello las bodas y cumpleaños son las celebraciones más practicadas del planeta.

En todo momento de nuestra historia –desde los griegos y romanos, pasando por el cristianismo, la edad media, el renacimiento hasta la revolución francesa– se muestran en medio de guerras, pandemias, y dificultades. Ahora para comenzar a llamar las cosas por su nombre, me refiero al ocio, ese ámbito de la vida humana que busca en prácticas habituales, desarrollarse y resistir.

El ocio nunca desaparece de nuestras necesidades básicas. Y todo esto, más que vincularse, en realidad forma parte estructural de las representaciones de la noche en donde se generan dinámicas de esparcimiento, encuentro y tradición.

Hay muchos tipos de ocio, pero me refiero aquí al más primitivo, el que encuentra equilibrio para sí. En medio de las contradicciones de la ciudad, porque sí las tiene, son evidentes y están en todos lados. 

La gente sale de noche, de todos los niveles sociales, de todas las edades. La vida es ahora, y en Caracas, sus habitantes lo saben.

La gente sale de noche, de todos los niveles sociales, de todas las edades. La vida es ahora, y en Caracas, sus habitantes lo saben.

Como un biombo entonces comienzan a desplegarse en mí conscientemente las narrativas sobre la noche caraqueña, y las voy traduciendo en escenas.

Como un biombo entonces comienzan a desplegarse en mí conscientemente las narrativas sobre la noche caraqueña, y las voy traduciendo en escenas.

Dice la pasante de la oficina donde trabajo -una joven de 23 años, estudiante de letras, sensible y consistente, que vive en La Vega-:

—El fin de semana pasado me quedé bebiendo con unos amigos en Plaza Venezuela y luego bajamos a Charallave….

Después unos amigos esa misma semana me invitan al Pride del Tamanaco, y como un rompecabezas se fueron mostrando estas escenas nocturnas variadas
–dialogando– sobre la ciudad de Caracas, y la ciudad más allá, esa que le llaman dormitorio donde también suceden cosas.

Luego coincido con unos vecinos y me hablan de un reencuentro hace dos días en una tasquita de La Candelaria:

—La comida en La Cita sigue siendo divina, y después de las ocho tiene un ambiente sorprendente. Nos gozamos esa barra y hasta echamos un pie.

Así, sin buscarlas, estas escenas me encontraron, y como un tapete español que está siendo bordado, y cuyos extremos no están acabados, me encuentro entre fragmentos divagantes de otras historias cercanas que equilibran las personales, vividas recientemente. 

Las ciudades son de contrastes, y es que si no te desorientas en la ciudad, entonces no estás en una. Sus lecturas son múltiples, para no decir infinitas. En Caracas se vive la noche como una ráfaga de acontecimientos últimos.

Los caraqueños tenemos -como dicen los músicos y bailarines- un tempo de altísimo nivel. Somos bebedores, conversadores, bailadores, disfrutamos comer, y no tenemos miedo del otro, del desconocido, del nuevo, del que nunca ha sido visto por el lugar.

Es decir, somos unos grandes custodios de la rumba, de la celebración, que no dejamos que muera, que no podrá morir.

Una de las maravillas que nos conforma culturalmente es justamente la proximidad, que simple resulta hablar íntimamente en “la ciudad de las ilusiones rotas”, o en la pasada “sucursal del cielo” –esto extendido prácticamente en todo El Caribe–, como dice Eugenia, personaje emblemático de Blue Label de Sánchez Rugeles:

“París, Londres, Madrid, todo ha sido parte de lo mismo; un errar intransitivo del que no he logrado sacar ningún provecho. Me acostumbré a vivir sin pensar en Venezuela, a ser francesa sin serlo, a ser extranjera perpetua, una especie de alienígena que no tenía lugar en ninguna parte”.

Esta cita, aunque parece desviarme de la línea que intento no perder, nos habla también del desarraigo que se ancla en la ausencia de proximidad. Esta práctica cotidiana nos revela un rasgo identitario muy especial que poseemos los venezolanos, y como una “bendición”. -diría García Márquez- nos brinda detalles que atesoramos quienes trabajamos especialmente con la memoria.

Entonces en medio de la noche caraqueña, este grupo de seres humanos –los cronistas paganos–, emprenden un recorrido que repara y forma nuevos vínculos genuinos, desvanece prejuicios y especialmente hace un cable a tierra de la realidad actual.

Y desde un portal virtual, tuve escenas vívidas a través de este grupo que me permitieron ratificar lo que sé desde hace mucho, –pero que extraordinario es ratificarlo– porque también estoy detrás de las historias de la ciudad: hay evidencias tangibles de que la calle está viva, de que las comunidades no han perdido sus vínculos.

La fragilidad de la convivencia se repara en la tradición, en el resguardo de prácticas cercanas, afectivas y profundamente locales (en este caso caraqueñas). Estamos vivos porque en la celebración, la amistad y la integración de diversidades se construyen principios de paz y renovación.

Y las barras por excelencia nos brinda todas ellas. En todos los continentes la barra es un hilo conductor que concentra vidas. Así lo demuestra la ruta por estos bares, tascas y taguaras:

La Posada de Cervantes, ubicada en la Avenida Urdaneta; El Torero en Catia; El Gardeliano en Caño Amarillo; El Mesón del Parque, en Parque Central; La Mata, en San Agustín del Norte; Las Lavadoras, en San Agustín del Sur; La Vinatería, en Quinta Crespo; La Quintana, en la Av. Solano; La Especial, en Sarría y Las Delicias, en Altagracia/La Pastora, La Carabela en La Candelaria, La Casita Azul en San Agustín, rinden testimonio en primera persona del ocio nocturno caraqueño.

Por esto, y todo lo que falta por contar, deseo larga vida a los templos paganos, y a sus cronistas.