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Texto y fotos Astrid Hernández

En La Casita Azul se sabe la hora en la que llegas, pero no en la que sales.

Aquí muchos se han enamorado, otros han celebrado cumpleaños. Despedidas, despechos. Es un refugio donde se construyen nuevas amistades y nacen proyectos. Aquí se afianzan vínculos con este bar y su gente. 

Es un segundo hogar, donde fui consentida y consolada. Bailé, reí, soñé con mis amigos, a quienes luego llamé hermanos. Lo tuve todo y me fui del país llena de esos hermosos recuerdos sabiendo que no habrá un lugar en el mundo como mi casita dice la músico Laurelys Navarro, quien migró hace un tiempo a los Estados Unidos y aún evoca con nostalgia lo que significa para ella este espacio. 

La mayoría son artistas: músicos, cantantes, actores y bailarines. A ellos se suman, entre birras, pintores, escultores, grafiteros y poetas. Este bar es una cofradía de la nueva bohemia caraqueña. 

Quienes frecuentan este bar saben que es la única casa azul en la avenida Este 10 de San Agustín del Norte. 

Justo en la puerta, suele estar Marisol Tavares, una de las propietarias del local, esperando con una sonrisa a los artistas que visitan el lugar. 

De hecho, hay un grupo de asiduos que se han ganado su afecto y a quienes ella considera como unos hijos, y hasta le piden la bendición. Con cariño y de manera muy afectuosa se acercan a ella llamándola “madre”.

Pero Marisol, hija de una familia de inmigrantes ibéricos nacida en Venezuela, nunca tuvo por costumbre dar o recibir la bendición. Por eso estos nuevos afectos rompieron con ese paradigma. 

Los muchachos le piden la bendición y a ella le da pena. Pero fue tanto lo que insistieron que lograron volverlo un hábito natural en ella cuenta Estefanía Lezama, antropóloga y coralista.

Uno de los mejores recuerdos de Estefanía en este lugar son las Noches de Boca Arriba, una de las actividades culturales más importantes de este espacio. La Casita Azul se transforma por una noche en un escenario para el teatro, la música y la poesía. Ya han convocado dos ediciones y tienen pensado organizar una tercera.

A veces, cuando llega un cliente habitual a comprar una cajetilla de cigarros y Marisol está ocupada, otro visitante de confianza se ofrece para ayudar a pasar la tarjeta por el punto de venta. Si no está lloviendo o si hay mucha gente dentro de la casa, es usual salir a tomar la cerveza y brindar en plena calle, en la fachada, siempre con los ojos bien abiertos antes de chocar las botellas, porque si no –reza la tradición taguarera– tendrás una mala racha sexual durante siete años. 

Así que ¡Salud! con mirada activa. 

Y si algunas de esas amistades cumple años, entonces Marisol se entusiasma y abraza con cariño a los cumpleañeros, y hasta decoran el lugar para la celebración.

Porque La Casita Azul es un espacio donde los mismos artistas conviven como una gran familia, y han creado sus propias tradiciones. Es común dejar los instrumentos en la cocina: sea después de un ensayo o luego de alguna presentación, puedes encontrar allí desde un contrabajo, o hasta un violín o una trompeta. 

Tenía un gato llamado Tigre —cuenta Marisol— y a él le encantaba dormir encima del instrumento de William, y eso que él era alérgico a los gatos. Ese era su espacio favorito de descanso y si tenía mucha confianza se posaba en tus piernas o dormía en tus pies.

El verdadero nombre de La Casita Azul, que pronto cumplirá 50 años de fundada, es La Casita Azul de Mary, en honor a la madre de Marisol, una migrante española llamada María Emelida Suárez.

El verdadero nombre de La Casita Azul, que pronto cumplirá 50 años de fundada, es La Casita Azul de Mary, en honor a la madre de Marisol, una migrante española llamada María Emelida Suárez.

A finales de los años 70 era la dueña de la Pensión Primavera, un establecimiento de vivienda con restaurante en una casa centenaria de esta zona.

Allí servían desde comida tradicional venezolana hasta platos españoles. 

Cuentan que nunca negó un plato de comida a quién más lo necesitara y era famosa por las paellas que preparaba: la gente hacía cola en la entrada para comprarla.

La madre de Marisol, recuerdan los vecinos del sector, era una señora de carácter fuerte, de gran corazón y muy solidaria. 

Con los años, la pensión se convirtió en Tasca La Casita Azul de Mary, un espacio lleno de pequeños detalles. 

Desde el techo un tragaluz deja caer la luz amarilla de la tarde sobre las plantas que Marisol cuida con especial cariño. En las paredes cuelgan dos pinturas realizadas por el artista plástico conocido como Pompilio, quien quiso dejar su huella en el bar por ser un cliente frecuente.

En un rincón, un afiche de La Sonora Matancera se ha desteñido con el tiempo. En otro, se ve una imagen de los jugadores de fútbol del equipo de Angola o fotografías con dedicatorias de quienes frecuentan el sitio. 

Y lo que nunca puede faltar: el respectivo altar dedicado a los santos y protectores, donde destaca la Virgen de Fátima.

Esta tasca es un espacio para el encuentro entre cervezas y las artes. Se fue conociendo de boca en boca y cada vez se suman más personas que convierten esta “casita” en su nicho, sobre todo entre los músicos y coralistas pertenecientes al Sistema de Orquestas de Venezuela o los artistas de las distintas agrupaciones que hacen vida en Teatro Teresa Carreño.

Justo frente a la tasca donde se encuentra el bar, está la sede de la parroquia de la Virgen de Nuestra Señora de Fátima y ahí funcionaba un núcleo del Sistema de Orquestas.

Verónica Jackson, músico, profesora y amiga de William, hacia el año 2017, es quien comienza a correr la voz de visitar La Casita Azul.

—No es solamente para venir a tomar. Aquí se crean y construyen cosas con personas que van al mismo swing que tú —comenta William Mora, clarinetista de la Orquesta Sinfónica de Venezuela y cantante.

—No es solamente para venir a tomar. Aquí se crean y construyen cosas con personas que van al mismo swing que tú —comenta William Mora, clarinetista de la Orquesta Sinfónica de Venezuela y cantante.

Es un lugar donde somos bien recibidos y te encuentras con tus amigos, con esa familia elegida. Aprendes a conocer a personas de distintos ámbitos y generaciones de la cultura venezolana, donde siempre hay una mano amiga, una sonrisa, amor, especialmente de Marisol —dice Verónica, quien se encuentra ahora en Berlín.

De pronto aparece desde la cocina con varias botellas de cerveza bien fría Manuel Machado, el esposo de Marisol, también propietario de esta tasca. Lo acompañan Elías, su ayudante, y Jessica, su sobrina.

Manuel es un hombre amable, serio, muy trabajador. Antes de migrar a Venezuela en 1976 desde Portugal, su país natal, estuvo en Angola, donde vivió once años. Conoció a su esposa Marisol y a su madre viviendo en la Pensión Primavera, y desde entonces, asegura, Venezuela le parece una maravilla. Dice que ésta es su casa y aquí se queda.

Ya el reloj marca la una de la madrugada y es hora de partir. A lo lejos se ve  Jessica, la sobrina, ya cansada de una dura jornada recogiendo las botellas de las mesas y a Elías despachando las últimas cervezas en la barra. 

Más allá, el grupo canta cumpleaños feliz y tres amigos bailan formando una rueda tomados de la mano mientras suena una canción de Héctor Lavoe.

Marisol dice que los artistas son la magia de este lugar, una razón más y poderosa para quedarse en Venezuela. Ellos se han convertido en esa familia que la rodea de puro amor y alegrías. 

Me despido de ella con un abrazo caluroso. Le agradezco por su cariño y hospitalidad diciendo: 

Marisol, Dios te bendiga.

Dirección

Bar La Casita Azul

Avenida Este 10 de San Agustín del Norte.