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-Hago macanas porque estoy caliente.

-¿Y qué sentís cuando estás caliente? –pregunta Ana María, con cierta torpeza.

-Un poco de amor y un poco de peligro. Las dos cosas siento.

-¿Qué te pasa en el cuerpo? –indaga, con tono didáctico y muy seria.

-El pene parado.

-¿Ves películas pornos? –vuelve a la carga.

-¿Cómo sabe?

Si Alejandro lleva una vida afectiva y sexual inestable, Marcelo es todo lo contrario. Está casado con Sara desde hace más de un año y ahora la agarra fuerte de la mano. Se conocieron a través de un canal de chat. Hablaron y hablaron sin conocerse las caras, hasta que él buscó el momento justo para hacerle la pregunta que estaba masticando desde el primer día.

-¿Vos tendrías problemas en salir con un discapacitado?

-Nunca lo pensé. ¿Por qué? ¿Vos tenés alguna discapacidad?

-Nooo –cuenta que dijo, arrastrando la o y riéndose de sí mismo.

Comenzaron a salir, pese a la negativa de la madre de él. Tanto se niega, que para hacerle más difíciles las cosas no le pasa la pensión por invalidez que le corresponde por ley. Sara dice que Marcelo es muy compañero y algo caprichoso. “Cuido enfermos y cuando no regreso a casa él se queda esperándome hasta tarde. No puede dormir si no estoy a su lado”, cuenta.

A un costado, Maira mira callada. Está de novia desde hace unos días, pero tiene un problema: él es tímido. Ana María le recomienda que tome las riendas.

-Yo tengo un novio que va a mi colegio y me da besitos en la boca, pero no hace nada más.

-¿Qué te pasa cuando te besa? –vuelve Ana María.

-Cosquillitas siento. A mí me gustaría que me toque las tetitas, pero él no se anima.

-Vos llevale la mano y ya –remata la profesora y todos se ríen.

La “profe”, como la llaman, busca demostrar todo el tiempo que el déficit no apaga el deseo. Insiste con las preguntas y me mira fijo cuando ellos responden. Mira intenso.

Miriam, otra de sus compañeras, dice que nunca lo hizo y que no le interesa. Y Julio está buscando una compañera, pero no se anima. Entonces, Ana María propone un juego y aclara que es un supuesto, como para evitar malos entendidos. Ella juega a ser una señorita que está sentada en un bar y Julio se acerca y debe entablar una conversación e invitarla a tomar una copa.

Ana María saca a la actriz de adentro y cambia su voz de cigarro negro por la de una nena seductora. Y comienza el juego.

-¿Venís seguido a este bar? –comienza ella.

-Ehhh, no, a veces.

-¿Me invitás a tomar un café?

-Sí…

-Bueno, ya tomamos un café. Ahora, ¿dónde me invitás?

-Al cine.

-Bueno, ya fuimos al cine. ¿Ahora?

-A tomar un café…

-No, Julio, ¡ya tomamos café!

-Uhhh, cierto. Bueno, a tomar una copa.

Ana María pone cara de gata seductora y le dice.

-¿No te gustaría venir a mi departamento?

-Ay, no. ¡Tierra tragame! –grita él y se agarra la cabeza, lleno de vergüenza.

Fin del ejercicio.

Uno de los chicos, cansado quizá de tantas preguntas, dispara ante profesores, acompañantes terapéuticos y periodista: “Nosotros hablamos, pero ustedes nada. ¿Cómo les va con su sexualidad?”.

Julio César, uno de los ayudantes “convencionales” toma la posta: “A veces se me para, a veces no. Tengo ochenta y un años y ella setenta y seis. La sigo amando como a los trece. ¿Qué hacemos en la cama? Nada, boludeces hacemos. Nos desnudamos y abrazamos fuerte”.

***

Ana María Giunta dice que los hombres con algún tipo de discapacidad suelen recurrir a las trabajadoras sexuales porque “las convencionales no les dan bola y a las que son como ellos los padres le tienen la vagina bajo siete llaves”.

Comenzar una vida afectivo-sexual con una trabajadora sexual no es, quizás, el mejor inicio para nadie. María Elena Villa Abrille, psicóloga, sexóloga y especializada en sexualidad y afectividad de las personas con discapacidad, cree incluso que puede ser nocivo. “No es lo más indicado tener una experiencia sexual con una persona que no conocés. Puede pasar que el que padece el déficit no entienda nada, que se sienta violado, intimado y agredido. Luego, viene un período de depresión y de aislamiento. Si debutar con una trabajadora sexual puede ser traumático para un convencional, imaginate lo que les pasa a ellos. En el mejor de los casos, la experiencia resulta placentera y querrá repetirlo en cualquier momento y con cualquier persona porque no tienen freno inhibitorio”.

Sentada en su consultorio, Villa Abrille habla suave, moviendo las manos delicadamente. El salón tiene almohadones en el suelo. Es fácil sentirse acá como en casa. Tan suave es todo, tanto silencio hay alrededor. La mujer acaba de regresar del Congreso Iberoamericano sobre el Síndrome de Down que se realizó en España. En el encuentro, las personas con ese trastorno genético dieron conferencias y tuvieron un rol activo. Pero lo que más la sorprendió fue el pedido de un joven Down que se acercó a ella después de una charla. Le tomó las dos manos y le dijo, como quien pide ayuda. “Por favor, díganles a las madres y suegras que nos dejen estar con nuestras parejas en los dormitorios. ¿Por qué nos obligan a mantener la puerta abierta? ¿Por qué no nos permiten hacer las mismas cosas que a nuestros hermanos?”.

Sea cual fuese la edad biológica o mental de las personas con déficit intelectual –los casos más problemáticos según Villa Abrille- para ellas el gran escollo es la familia, con su carga de prejuicios, desconocimiento y mitos. Se podría hacer una lista interminable de saberes erróneos y prohibiciones: que son niños eternos, que no sienten placer sexual, que son exacerbados en sus deseos y que los padres los callan cuando dicen que tienen novia.

Un padre o una madre pueden hacer tanto o más difícil la vida que una copia extra del cromosoma 21. “En este consultorio escuché cosas impresionantes”, dice y baja el tono de voz. Mira con dolor un asiento vacío y cuenta. “Una madre se sentó en esa silla y llegó a decirme que, antes que una mujer haga sufrir a su hijo, prefería tener ella relaciones con el chico. ¿Te das cuenta de cuál es el problema más grave?”.

“Que soy chico me dicen –cuenta en el mismo documental Franco Leone, con Síndrome de Down-. El bebé de mamá. Ya no soy un bebé”.

Sin tener título de psicóloga ni ser especialista en ninguna materia que se dicte en la universidad, Susana Martínez –la que de noche se convierte en Miriam- coincide con la psicóloga sexual Villa Abrille. Alguna vez la invitaron a una charla del Foro de Discapacidad de la Asociación de Trabajadores del Estado (ATE). Recuerda que había unos veinte padres de personas con alguna discapacidad; todos hablaban de temas puntuales y cotidianos como los medicamentos, el acceso al transporte público o la inserción laboral.

Miriam pidió la palabra asumiendo su verdadera identidad: Susana Martínez, madre de cuatro hijos y abuela de seis nietos. “Disculpen que use un término grosero –comenzó su discurso- pero quiero preguntarles algo. ¿Acá nadie coge? Porque todos hablan de remedios, pero nadie se ocupa de la salud sexual de su hijo. ¿Ustedes no se ponen contentos cuando echan un polvo? Ellos también, señores. Y se los digo con conocimiento de causa”. El silencio fue perfecto. Desde la otra punta del salón, Reynaga, de AMMAR, levantaba exultante los dos pulgares.

Susana nunca conoció a Villa Abrille. Pero las dos coinciden en que la sexualidad no sólo es procreación y genitalidad. “Es cómo somos, cómo nos miramos, cómo expresamos el afecto, cómo acariciamos, cómo nos vestimos y, finalmente, cómo nos comunicamos sexualmente y genitalmente”, dice la sexóloga desde su consultorio en un barrio coqueto de Buenos Aires.

En el frío de la calle 1 de La Plata, a 57 kilómetros al sudoeste de Buenos Aires, Miriam habla con la misma claridad que usó aquella tarde ante los padres. “¿Sabés por qué tengo tantos clientes con discapacidad? Porque no me fijo en nada y porque no me importa si un cuerpo termina donde no tiene que terminar. Una vez fui a un hotel con un chico muy lindo. Cuando llegamos, me dijo que no tenía las dos piernas y después se sacó las ortopédicas. Mientras te funcione la tercera, le dije, y nos reímos mucho. Ellos necesitan mimos y conocer el cuerpo de la mujer. No todo es genitalidad, mi amor. No todo es eso”.

Beatriz, una compañera que escucha la conversación, quiere participar. “Yo estuve con enanos. ¿Sabés cuál es la única diferencia? Que ellos tienen que lavarse en el bidet porque no llegan a la pileta. La sexualidad ya es un tabú y con personas con discapacidad mucho más. Muchos clientes me dicen que vienen acá porque las otras personas los discriminan. El cuerpo te pide el sexo, sea cual sea tu condición. Estamos programados para eso. ¿Acaso vos no te ponés contento cuando echás un polvo? Y bueno… Todos la queremos pasar lindo. Nosotras cumplimos una función social, querido. La gente tapa cosas y las trabajadoras sexuales estamos para cubrir esas necesidades no dichas”.

*** 

Claro que nada es tan sencillo. Son frecuentes la ligadura de trompas y la vasectomía en personas con déficit intelectual que aún no tuvieron hijos. Es, según los especialistas, uno de los temas más polémicos. De alguna forma, un tabú dentro del tabú del sexo. Como madre, Ana María Giunta no tiene en claro cuál es la postura correcta, si es que existe sólo una. “Si los padres no están dispuestos a acompañar a sus hijos en la crianza, les aconsejaría que liguen las trompas o corten los deferentes”.

“Es una decisión muy privada e íntima”, toma postura la sexóloga Villa Abrille. “Cuando me consultan, siempre digo que tienen que hablarlo con su hijo y con su médico. Es importante que el chico o la chica esté al tanto de lo que se le hará y que apruebe el procedimiento. Es violento darle una pastilla o hacerle una operación sin mucha explicación. Algunos padres creen que no es conveniente que sus hijos sean padres o madres porque no podrán cuidarlos y atenderlos y siempre necesitarán apoyo del exterior. En general, las personas con déficit intelectual también son concientes de sus limitaciones y saben hasta dónde pueden. Otros alimentan la fantasía de la paternidad”.

Cuando hablan de la paternidad, pienso en Marcelo y en Sara. El pisa los cuarenta, tiene un trabajo, una mujer que lo quiere y una madrina de casamiento como Ana María Giunta, quien es capaz de defenderlo y de putearlo con la misma intensidad. Cuando los tengo cerca, la pregunta se me cae, como una obviedad.

-¿Qué te falta, Marcelo? ¿Qué asignatura pendiente tenés?

-Quiero ser papá, pero sé que Sara ya tiene hijos y no puede más.

-¿Y entonces?

-No importa. Estoy feliz porque la tengo a ella y ella me tiene a mí. No seré padre, pero seré abuelo porque los nietos de ella, de a poco, comienzan a quererme.

Ya es de noche en esta ciudad que le da la espalda al río. A unos kilómetros de aquí, en La Plata, Susana Martínez comenzará a ser Miriam en unas horas. Y Alejandro estará buscando una novia que lo quiera bien. Acá en Once, los talleres están terminando. Marcelo y Sara se abrigan y marchan a casa. Ella no trabaja esta noche. Podrán dormir juntos.