Fotos de Anaís Marichal, Carlos Bello y del archivo de Jorge Ely
En comparación con el resto de las casas del casco central, la de Jorge Ely luce como una fortaleza medieval con ventanas de vidrio. Son cuatro pisos de concreto que sobresalen frente a la plaza Bolívar. Se trata de la construcción más alta del lugar. Antes de que lleguemos a su puerta, abierta de par en par, nos ve a través del cristal y, con un grito, nos invita a entrar. Nos esperaba desde la mañana.
Al pasar, vemos una lujosa fuente instalada en la antesala, que cae desde los pisos superiores hasta el más bajo. Hay tantas plantas que el vestíbulo se asemeja a un bosque. Cada tanto, aparece un cuadro colgado en la pared que ilustra con pinceladas y colores los típicos rasgos caribeños. El autor de ellos es también nuestro anfitrión, conocido en el pueblo como el pintor de Anare que vende todos sus obras en Costa Rica.
—Mi familia fue de las primeras en ocupar el casco central del pueblo. Ochenta años atrás toda la vida se hacía en las montañas. No habían casas aquí, la gente se concentraba en el cerro de los blancos y el de los negros. En este terreno en el que ahora están las casas, la iglesia, la escuela y la plaza, tenía lugar el cementerio de la comunidad. Las lápidas reposaban al lado de cocoteros, manglares, el cauce del río y la playa.
Fotos de archivo de Jorge Ely
Su esposa Francis escucha atenta el relato desde las escaleras. Aunque nació en otro sector de La Guaira, ha vivido en Anare desde que tiene memoria. Así que no tarda en adueñarse del relato que había iniciado el pintor.
—En las montañas había un lugar llamado La Haciendita, allí la gente labraba la tierra. El cultivo principal era el café, tanto en el cerro de los negros, como en el cerro los blancos. Se llaman así porque cada raza ocupó una montaña distinta cuando se empezó a fundar el pueblo, en una mitad toda la gente era oscura, en la otra, no.