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Fotos: Ivonne Velasco, Astrid Hernández, Jonathan Gutiérrez

Dos señores mayores que llevan sombreros –uno viste camisa blanca, el otro un traje de tela de pana color crema y corbata– traspasan el portal de entrada sobre el que se alza un letrero que dice Bar Restaurante La Estación. Dos puertas laterales explayadas sirven de cartelera para anunciar que “sí hay almuerzo”, “sí hay mondongo”, y venden la “tercio a 1,00 ref”, lo que se traduce que la cerveza de botella grande cuesta un dólar.

—Me da dos tercios que estén bien frías —solicita el hombre bien trajeado de más de 70 años.

—Aquí siempre están frías —responde Antonio confiado y mirando de reojo detrás de la barra, mientras sirve las birras.

El cliente constata la temperatura de las botellas.

—Así me gustan, como pecho de pingüino —agradece guiñando un ojo a Antonio y le pasa una de las botellas a su amigo.

Apenas ambos clientes se empinan sus tercios se comienza a escuchar un tango de Carlos Gardel:

Por una cabeza todas las locuras
su boca que besa borra la tristeza
calma la amargura.
Por una cabeza si ella me olvida
qué importa perderme mil veces la vida
para qué vivir.

—A eso vinimos a El Gardeliano, a beber y oír buena música, somos “barreros”, porque nos sentamos en barra jamás en mesa, y somos “gardelianos” porque nos gustan los tangos.
En el registro comercial de este bar, de los más antiguos de Caracas, aparece identificado con el nombre de La Estación, pero desde hace muchos años los asiduos lo llaman El Gardeliano, el nombre popular se le considera –sin discusión– el nombre oficial de este expendio de licores ubicado en la esquina de la calle Los Jabillos de Caño Amarillo, al oeste de la ciudad, y muy cerca de la estación del Metro de Caño Amarillo.

Muchas historias se guardan dentro de las paredes del bar y en su entorno. La más notoria es la leyenda urbana que dice que el mismísimo Carlos Gardel visitó el sitio, de allí su identidad.

Muchas historias se guardan dentro de las paredes del bar y en su entorno. La más notoria es la leyenda urbana que dice que el mismísimo Carlos Gardel visitó el sitio, de allí su identidad.

Es verídico que en 1935, dos meses antes de su trágica muerte, Gardel visitó Venezuela como parte de una gira por varios países del continente. El célebre artista llegó el 25 de abril de ese año en barco –el vapor Lara– al puerto de La Guaira proveniente de Puerto Rico, y descansó algunas horas en el Hotel Miramar de Macuto antes de tomar el tren que lo llevaría a Caracas.

Gardel subió en el ferrocarril que desde finales del siglo XIX conectaba a La Guaira con la capital. El diario La Esfera de entonces publicó la nota con la cobertura:

 

“¡Llega el tren! la muchedumbre donde se confundían guapas, muchachas, chicos y hombres de todas las categorías sociales se hizo un remolino tremendo. Este público caraqueño, zalamero, es indudable que hoy tributa un homenaje de simpatía al cantante argentino que ha sabido captar su admiración”. Así narraba la prensa el acontecimiento.

Gardel llegó a la antigua estación de trenes en Caño Amarillo ubicada justo enfrente de donde se encuentra el bar. La multitud alborotada hizo que Gardel caminara hasta el Hotel Majestic, en las cercanías del Teatro Municipal, porque era imposible que avanzara el auto que lo fue a buscar. En medio de tanta algarabía algunos aseguran que “El morocho del abasto” en su tramo a pie entró al bar a refrescarse y se tomó un vaso con agua, aunque no existe documentación alguna que compruebe la historia.

De lo que nadie duda es que en esa esquina de Caño Amarillo ya desde entonces había un botiquín y que en 1935 Carlos Gardel, cuando se bajó del tren y salió de la estación, ciertamente pasó frente al bar.

En la estantería detrás de la barra de madera donde se despachan los tragos, como pieza de colección del área de servicio, hay una caja registradora de 1904 que es parte del mobiliario original del lugar, y hace inferir cuán antiguo puede ser el bar.

Los hermanos Pereira, portugueses, son los propietarios más antiguos de los que se tiene registro, quienes al morir, lo heredaron a sus hijos Carlos y Lauro Pereira. Posteriormente, estos socios se lo vendieron al señor Toto Hernández, en 1987, quien luego en 1990 se lo alquiló a Leopoldo Segundo Parada y este último finalmente en 1995 decidió comprarlo y es su dueño actual.

—Propietario con papeles —dice Leopoldo con una sonrisa que devela orgullo por su bar.

—Propietario con papeles —dice Leopoldo con una sonrisa que devela orgullo por su bar.

Se escucha otro tango que resuena en el salón:

Mi Buenos Aires querido cuando yo te vuelva a ver,
no habrá más pena ni olvido…
El farolito de la calle en que nací
fue el centinela de mis promesas de amor.

Algunos presentes desde las mesas de manteles mostaza y la barra cantan al unísono el coro como si fuese un himno del local.

La memoria de Carlos Gardel está presente en cada rincón del sitio. Un gran mural con el rostro del ídolo argentino cubre una de las paredes. Un retrato del artista que es imagen de una de sus películas cuelga de uno de los arcos de la barra. La carátula de uno de sus discos, Gardel volúmen III, se exhibe en un marco dorado algo desteñido.

Leopoldo Parada y Antonio Martínez son la dupla que atiende el negocio que rememora al mito sureño. Leopoldo como propietario y Antonio como encargado.

Caraqueño de Lomas de Urdaneta, nacido en 1958, Antonio está vestido con camisa de botones muy bien planchada, pantalones de blue jean y zapatos de suela negros, los lentes le caen a la mitad de la nariz, de mirada tranquila, pausado al hablar, inspira confianza. Atiende la barra como un barman con sentido del humor y cauteloso al comentar. Mide sus palabras, trata a sus clientes con familiaridad pero a la vez con respeto.

Antonio entró un día buscando empleo, él dice “que llegó para quedarse”, hace 20 años está atendiendo la barra con disciplina, porque su hermana trabajaba en la cocina y le consiguió el trabajo. Para los habituales al bar, el don de gente de Antonio es parte de lo que hace tan especial al lugar.

Leopoldo es caraqueño, de 60 años, criado en el 23 de Enero en el sector donde funcionaba el Ministerio de la Defensa, hoy Cuartel de la Montaña. Conoció al antiguo dueño, Toto Hernández, en Catia donde ambos trabajaban.

 

De estilo deportivo, Leopoldo está vestido con jeans y franela. Es de semblante tranquilo, amable y comenta la historia del bar sin nostalgia. Recuerda con cariño las épocas pasadas, no hay tristeza en su mirada ni en sus recuerdos. Lo acompaña la tranquilidad de haber hecho lo que le dictaba su corazón en cada momento vivido en ese espacio familiar que ha construido.

—Tuvimos épocas de ficheras, apuesta de caballos. Los mejores momentos fueron con los estudiantes y profesores de la Reverón, y de la época de oro de bailadores y melómanos del tango.

En frente de El Gardeliano se encuentra la sede de los talleres de Unearte, antigua Escuela de Artes Plásticas Armando Reverón. El vínculo entre el bar y los artistas de la escuela ha sido muy significativo.

En frente de El Gardeliano se encuentra la sede de los talleres de Unearte, antigua Escuela de Artes Plásticas Armando Reverón. El vínculo entre el bar y los artistas de la escuela ha sido muy significativo.

—Epa Antonio, dame dos cervezas, esas me las anotas y ábreme una cuenta —relata Starsky Brines al rememorar su época del bar.

Starsky Brines, artista plástico formado en la escuela de artes, recuerda lo importante que fue El Gardeliano en su vida y en la de tantos otros artistas.

—Para nosotros los estudiantes era una fortuna al ser parte de este sitio, teníamos como una membresía, al “ser miembro” tenías una licencia distinta. Hablar de El Gardeliano es hablar de la Escuela Armando Reverón, era un aula más. Era la siguiente aula donde todos íbamos a drenar la tensión de la escuela, de las entregas, donde planificábamos ideas, proyectos, sueños.

Starsky comenta el papel que desempeñaron Leopoldo y Antonio en esta relación:

—El Gardeliano y su gente, Leo y Antonio, fueron unos consentidores, entendieron orgánicamente que a veces no podíamos pagar, pero debíamos estar allí, que era importante estar allí compartiendo. Entendían lo que era sentarse al lado de la rocola a oír música, a llorar por cosas de la universidad o de la vida y que ellos estaban allí atentos para apoyarnos. Siento una pertenencia y un agradecimiento enorme a ese bar.

Maestros y estudiantes compartían celebraciones, y el bar se desbordaba a la plaza.

Maestros y estudiantes compartían celebraciones, y el bar se desbordaba a la plaza.

La plaza es una extensión más del bar.
Desde allí se divisa la capilla de El Calvario, la hermosa Villa Santa Inés construida por Joaquín Crespo como casa presidencial en 1885.

Mientras puertas adentro se escuchan tangos de Gardel, afuera –en el sector al aire libre del bar– venden chicharrón y cochino frito, en medio de la plazoleta un grupo juega dominó en un hábito ritual y suenan Rubén Blades, Héctor Lavoe, Willie Colón y Oscar D’León, allí se prende la rumba entre clientes y vecinos, y hasta algunos que van de paso.

En una de las paredes del bar, cuelga un retrato de Armando Reverón, una obra de Enay Ferrer, radicado en España, quien se define como artista contemporáneo y románticamente un pintor. Enay recuerda la anécdota de la pintura:

—Se convocó a una exposición sobre Reverón con la idea de sacarla a los pasillos de la escuela para mostrarla y decidí que mi obra fuese exhibida en El Gardeliano como símbolo de que era parte de nuestra institución.

Aunque la idea era exhibir la obra solo por un tiempo determinado, los visitantes se fueron apropiando de la pintura hasta que se convirtió en un elemento del bar.

—Para mí fue brutal ver a la obra tomar vida dentro del espacio —comenta Enay Ferrer.

En una mesa del bar pegada a la rocola, Yllen Piña, 50 años, profesora de dibujo de la escuela de arte y Juan Hernandez, profesor de medios mixtos, brindan con cervezas.

—Todo estudiante de la Reverón que se respete debe pasar por El Gardeliano, le decimos la “oficina principal” —cuenta Yllen quien agrega que entre las paredes del bar se gestaron grandes proyectos y artistas.

Aunque este lugar es principalmente un punto de encuentro de los vecinos de Caño Amarillo y comunidades aledañas. La mayoría de sus clientes fieles son vecinos que frecuentan el bar de ambiente familiar desde hace muchos años.

—Este es un bar de vecindario y de amigos de toda la vida —dice Leopoldo mientras se sienta en una mesa con Toto, el anterior dueño, y con otro grupo de clientes habituales que conforman una cofradía.

Los vecinos de la zona, los clientes fijos, son personas en su mayoría ya entrada en años que se consiguen con los amigos para tomar una cerveza antes de llegar a casa. El ambiente que se respira es de camaradería.

—Hace como dos años, llegó la policía e hicieron una redada aquí. El policía salió a decirle al sargento jefe: ¿A quién le vamos a pedir cédula de identidad aquí? Lo que hay es una parranda de viejos —cuenta Toto.

La cocina está alquilada a Mireya quien hace almuerzos –parrilla y mondongo– de lunes a lunes, aunque el bar permanece cerrado los lunes para que el personal descanse. La barra está abierta de martes a domingo hasta que haya gente.

En una época también eran asiduos al bar los señores tangueros. Ahora solo llegan unos pocos, antes eran muchos.

—Se vestían elegantes, con sombrero, traje y pañuelo en la solapa. Compraban todas las monedas para oír tangos en la rocola. Un señor de apellido Barrueta organizaba la fiesta cada 24 de junio –día de la muerte de Gardel– en honor al cantante. Venían de las parroquias cercanas vestidos a la usanza de los años 40 a bailar y oír tangos. Se vendían hasta 120 cajas de cervezas —relata Leopoldo.

La Peña Tanguera de Bello Monte y El Gardeliano eran los bares que celebraban la fiesta de Carlos Gardel en Caracas, pero desde 2015 en El Gardeliano –por la situación del país– no se continuó la tradición.

La rocola ubicada en una esquina del bar también tiene su historia: funcionaba con discos de vinilos de 45 y la cambiaron por una de CD. Leopoldo se la compró a Francisco Peña por 18,00 bolívares en 1993 y funcionó hasta el 2010, aunque hay planes de repararla. Ahora la música y las pistas que suenan provienen de listas de reproducción de una computadora que han actualizado para los nuevos visitantes.

—Esa idea de los muchachos de la Ruta de los Templos Paganos, Freddy (De Freitas) y Marcelo (Volpe) me parece muy buena. Nos traen forasteros que tratamos como propios, pueden estar adentro o pueden salir a la plaza a tomarse una cerveza con la brisa de la tarde en un ambiente familiar y tranquilo —comenta Antonio.

Leopoldo y Antonio forman una dupla que ha sabido llenar el espacio de El Gardeliano de fraternidad, a través de sueños, celebraciones y penas compartidas en una barra, y de clientes que se han convertido en familia entre cervezas y canciones de boleros y tangos.

 

—Antonio ponme “Volver”, por favor —grita el cliente del sombrero, y en unos pocos segundos suena la canción de Gardel:

Yo adivino el parpadeo de las luces
que a lo lejos van marcando mi retorno
son las mismas que alumbraron con sus pálidos reflejos
hondas horas de dolor
y aunque no quise el regreso siempre se vuelve al primer amor
la vieja calle donde le cobijo
tuya es su vida, tuyo es su querer
bajo el burlón mirar de las estrellas
que con indiferencia hoy me ven volver.

Volver a El Gardeliano es una obligación cada vez que se pueda y haya ocasión.

El mural de Forastero

 

La icónica fotografía publicaba por el diario la Esfera de Caracas en abril de 1935 –que capta el momento en el que Carlos Gardel llega en ferrocarril a la estación de trenes de Caño Amarillo– fue recreada en un mural que el artista Luis Leyba pintó en una de las paredes del bar El Gardeliano. La obra se convirtió en parte de la identidad del bar. Lamentablemente, por un problema de humedad y filtración hace unos años fue inevitable hacer trabajos de reparación que afectaron la obra, debieron cubrirla y se perdió el mural.
Pero gracias a una iniciativa de Marcelo Volpe, fotógrafo –uno de los creadores de la Ruta de los Templos Paganos– y al apoyo y entusiasmo de Forastero –artista muralista– nació un nuevo proyecto creativo para renovar esa pared del bar.
Forastero diseñó un nuevo mural en homenaje a la obra previa de Luis Leyba, pero con una nueva propuesta artística y conceptual: un mural inspirado en la tipografía y filete porteño –estilo artístico que nació en Buenos Aires a principios del siglo XX y expresa un arte decorativo y popular que incorpora el dibujo, la pintura y el lettering, y es típicamente porteño–.
—El mural tiene como elemento protagónico el nombre del bar, El Gardeliano, y la mano virtuosa de Gardel con su guitarra. No incluimos el rostro porque el mural colindante es la cara del cantante, en su lugar agregamos una reminiscencia a la antigua fotografía de Gardel llegando a la estación de trenes, que era la escena del mural anterior de Leyba, un homenaje tanto al artista previo como a la memoria histórica del bar. Completa la composición, de fondo, un paisaje de las laderas del Ávila visto desde Caño Amarillo —explica en detalle Forastero.
Con bailarines de tango y canciones de Gardel, la tarde del sábado 19 de agosto de 2023 fue inaugurado el nuevo mural del Gardeliano con la presencia de Forastero, Marcelo Volpe y Freddy De Freitas de Los Templos Paganos, y Jonathan Gutiérrez, editor en jefe de Historias que laten, entre otros invitados especiales y amigos recibidos por Leopoldo Parada y Antonio Martínez, los anfitriones del bar.

Dirección

Bar El Gardeliano
☆ Calle Los Jabillos, Caño Amarillo, Caracas.