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Foto Roland Streul

Carmen Ortiz es una mujer de piel oscura y afro a quien la danza le inquietó desde los 8 años de edad, cuando organizaba actos culturales con las niñas de su edificio. Invitaba a los vecinos para que presenciaran el resultado de unos rigurosos ensayos en los que se preparaba el joropo que veía de Yolan¬da Moreno en la televisión. También sabía bailar salsa desde los 5 años de edad y su hermana la llevaba a las competencias de calle que se hacían en Caricuao, donde se crió, con un vestido blanco y unos zapaticos de tacón rojo.

Pero de danza formal, nada. De salir de la zona, menos. Y de concientizar eso como un hecho escénico… qué va.

Luego de ser corredora de cien metros planos, Ortiz ingresó a la Universidad Central de Venezuela en la Escuela de Sociología y una amiga actriz la invitó a una audición en el Instituto Superior de Danza.

«Entonces chévere, porque como no podía correr porque ya había perdido la rutina, iba a ver cómo hacía ahora para seguir. Y decía: ‹En la danza uno suda, uno se mueve y tal›. Fuimos al Instituto Superior de Danza y ella no quedó en la audición y yo sí. Además me metieron en intermedio. Pero yo no sabía qué estaba pasando porque nunca había salido de Caricuao. La primera vez que lo hice, mi mamá me llevó en el carro. Era así como si viviera en un pueblo y luego me mudé a la gran ciudad. Todo un ámbito de conocimiento».

A partir de 1991 Ortiz se quedó en el ISD estudiando y a la vez Félix Oropeza abrió un Taller de Cultura Popular con Oswaldo Marchionda y Félix Baptista en la Escuela de Antropología. El nexo entre las dos carreras hizo que ella se interesara en la danza tradicional, que además se conectaba mucho con lo que estaba estudiando. «No sé ni por qué seguía en el Superior. Creo que fui intuitiva y dije: ‹Si eso se me dio, yo voy a continuar›. ¿Que si tenía condi¬ciones? De repente que uno es flaquito, pero no había hecho ballet, nunca había ido a ver una obra. Me pareció que era súper disciplinado y coherente. Te explicaban una cosa y tenía sentido».

A partir de ahí fue fundadora de La Trapatiesta —agrupación de danza popu¬lar tradicional de la UCV creada en 1990— y comenzó a educarse en tai chi, danza africana, teatro de Grotowski, mientras que en el Superior aún bailaba coreografías de Luis Viana y Rafael González. «Luego de La Trapatiesta me empaté con Félix (Oropeza) y me llevó a Danzahoy. Mi primera obra de danza contemporánea fue 40 grados a la sombra, en la que él bailaba en el Teresa Carreño. Yo me sentía como en un platillo volador, el teatro inmenso y ver al novio bailando aquello. Hice mis audiciones y como esa escuela de Danzahoy era impagable, me becaron. Ahí fui muy rigurosa porque yo quería llegar a la compañía».

Pero en ese proceso Flora Théfaine, una maestra togolesa invitada de los Encuentros Internacionales de Creadores de Contradanza, llevó a Ortiz a Francia un año antes de graduarse en Danzahoy, para participar en un mon¬taje intercultural en la Compañía de Danza Contemporánea de Expresión Africana de Kosiwa llamado Los signos del tiempo.

«Yo tengo 42 años, empecé a los veintipico. Tenía tanta conciencia de que tenía que ir rápido que las muchachas se iban a sus casas y yo me quedaba tres horas más trabajando. A mí me tocó con Nova Rowinski, Gustavo Araque, Mariana Tamariz. Y todos habían viajado al exterior y tomado clases afuera. Yo sabía que, si quería hacer eso, tenía que fajarme».

Pero cuando regresó a arreglar los documentos para continuar con una gira por África, en 1996, Ortiz fue a ver el montaje Oto el pirata de Danza hoy, en el que Luz Urdaneta la invitó a participar en la compañía y renunció a trabajar en la gira por África. «Yo soy una persona que respeta mucho sus procesos y no iba a interrumpir eso. Sin embargo siempre hay una conexión muy personal, muy linda, con Flora, después de eso invitó a una residencia artística en París que duró tres meses».

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Rafael Bethencourt, artista plástico y diseñador gráfico, fue alumno de Carmen Ortiz y ahora su esposo. En 1999 decidieron formar una agrupación para experimentar de acuerdo a las necesidades personales de cada uno y la llamaron Sarta de Cuentas, como otrora se le decía al rosario. Juntos descubrieron que en la danza no hay nada mejor que los negocios familiares, que son más fáciles de llevar y se han ido fortaleciendo como artistas a la vez que como pareja.

Para ellos la danza es la razón de ser. «De repente eso lo has escuchado muchas veces de los bailarines, que es nuestra manera de vivir, pero es que es verdad. Nuestra vida se organiza a partir del movimiento». En su caso, Ortiz quiere decir también que es una necesidad imperiosa de utilizar la expresión del cuerpo para comunicar, para decir cosas, incluso para encontrarse consigo mismos. Es toda una manera de vida y una complejidad que no solamente implica lo más obvio, sino también la plástica, la fotografía, el video, la sanación. Entonces, a partir de la formación de Ortiz como bailarina en las técnicas usuales de la danza, se entretejió un sistema de vida que conecta con la gente por su cotidianidad. «Eso ha hecho que yo me vaya encontrando con el arte, pero con el arte desde una panorámica bien lúdica, desde el arte más juguetón».

No saben cómo definir su danza, porque no es contemporánea, ni danza-teatro, ni performance.

Por eso han concluido que sus presentaciones son «acciones poéticas», imágenes y movimiento unidas con poesía y con todo ese sistema del que han armado una justificación para vivir. «Cuando hemos tenido momentos en que no hemos podido desarrollar nuestro arte, nuestra manera de concebir el mundo, hemos estado muy desequilibrados. Realmente cuando estamos más adentro de nuestro proceso creativo, es donde hay realmente un equilibrio. Esto no tiene ni un principio ni un final».

Decidieron trabajar como dueto porque, según afirman, hacen falta esos bailarines que tengan disposición de trabajar sin formular preguntas, sin ganas de mostrar virtuosismo o tener una idealización del trabajo antes de comenzar a ensayar. «Falta esa gente patria o muerte que crea en que el arte sí se puede hacer así. Los reality shows, la fama norteamericana, Hannah Montana —la serie infantil de televisión que fue transmitida por Disney Channel—, nos hacen mucho daño».

Según los artistas, para ellos hay un engaño del ego que generalmente trampea al bailarín que se forma para que lo vean. En cambio, ellos están acostumbrados a cambiarse en cualquier cuarto de hospital, baños de mercados populares o casas de los vecinos. «Es como cuando haces el amor, te vacías totalmente y luego es cuando empieza verdaderamente la relación. Luego de haber bailado en teatros, en Jóvenes Coreógrafos, estamos buscando todo el tiempo que los demás nos entiendan, sin importar el lugar».

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Ortiz considera que gracias a su experiencia en Francia el trabajo que hace con Sarta de Cuentas es reconocido en Venezuela. La artista dicta talleres de Danza Contemporánea de Expresión Africana en Unearte y participa en conversatorios o actividades puntuales, aunque se alejó de los salones de clases formales y la Fundación Compañía Nacional de Danza. «Son unos mentirosos. No hay coherencia en lo que hay que decir, hay un montón de cosas que no funcionan porque es como un ministerio. Cuando tú asumes que eres un ministerio y lo haces por llenar unos huecos políticos, económicos y necesarios del socialismo, ya eso no es danza. Yo me considero socialista pero no chavista. Sin embargo si se me para el presidente aquí, yo lo tengo que respetar», dijo en 2011.

El trabajo comunitario de Ortiz y Bethencourt tiene su base en socializar el arte. «Que ese eslogan te pegue con lo que estamos viviendo ahorita, bueno. Pero de eso se trata. Ese es el camino, que todo el mundo tenga la oportunidad de disfrutar del arte en todas sus manifestaciones. Hay muchos tramposos que dicen que están haciendo eso, pero yo trato de conseguir los recursos donde los hay».

Sarta de Cuentas tuvo un subsidio del IAEM que se suma a las múltiples invitaciones mensuales que reciben para presentarse, dadas las facilidades de traslado y producción. Porque, a pesar de que utilicen innumerables elementos en escena, es algo que costea el dueto con sus recursos y que Ortiz no permite que haga nadie más, porque es una labor que disfruta. El dueto evita que sus presentaciones de calle se parezcan al formato del teatro con el escenario y las sillas, sobre todo porque la dinámica ha hecho que la producción de una obra involucre la interacción con el público intercambiando elementos. «Aquí es un descubrimiento porque todavía montan su teatro en la calle, pero en Europa todos los veranos hay festivales. Nosotros intervenimos un espacio siempre antes de bailar y cuando nos vamos y vemos que la gente se queda en nuestra escenografía, nos damos cuenta que en medio de esa locura hay un espacio de liberación», dice la directora de la agrupación refiriéndose a lugares violentos como La Dolorita, uno de los barrios más peligrosos de la parroquia Petare, en donde se han presentado.

En cuanto al panorama de la danza en Venezuela, Ortiz lo ve más fortalecido que antes pero con los proyectos familiares por encima de las estructuras externas. «Yo vivo realmente de la danza, vivo de mis funciones.

No cuelgo todas mis funciones en Facebook porque a mí nadie me va a ir a ver a un cen¬tro hospitalario. ¿Quién me va a ver al barrio La Dolorita? Yo pongo fotos a veces por entrar en la formalidad de la danza, pero eso no quiere decir que no esté bailando. Como nosotros buscamos el contacto con la gente y ahorita hay un mecanismo de lo social, entonces hay dinero para eso. Lo que pasa es que tu trabajo tiene que tener una línea. Como vengo de la Escuela de Sociología y creo en eso, este proceso me favorece. Hace 10 años yo tenía que ir a pedir las funciones con Beatriz Moleiro, porque era catira y a ella sí la atendían, entonces nos abrían la puerta en los Espacios Unión. Muy fuerte eso, hay mucho racismo. Pero ahora no, ahora es el colmo, todo lo contrario, aceptan a todo el mundo. Independientemente de eso nosotros tenemos un trabajo muy estructurado de muchos años».

Sarta de Cuentas prueba el movimiento en los centros hospitalarios, técnica de sanación que también existe en Inglaterra o Alemania, donde han experimentado las propuestas que se generan allá en torno al tema para aplicarlas en Venezuela. De ahí viene su creencia de que el arte sana. «Nos han pedido muchísimo que hagamos cosas políticas y hemos sabido hacer que nos respeten. Si el Ministerio de las Comunas nos pide que bailemos en un barrio y es para la comunidad yo lo hago, al barrio que sea, al hospital que sea. De hecho mi trabajo tiene que ver con los centros hospitalarios. Pero si tú me dices que haga una función para el gremio de la danza en un teatro no lo hago, me parece una pérdida de tiempo hacer danza para gente de danza».

Ortiz cuenta que en la inauguración del Festival de Solos y Duetos 2010, que se realizó en la sala Ríos Reyna, el performance lo realizaron en las butacas, mientras la gente se sentaba. «No me da caché presentarme ahí. Yo ya tuve la oportunidad de bailar bastante en el Teresa Carreño. En cambio si yo termino de bailar y la gente me dice cosas de la obra, entonces ahí es donde yo digo que valió la pena». Es por eso que han forjado un público de calle, en donde se fomenta una Caracas amable en la que no haya experiencias negativas. Porque la idea de las acciones poéticas es romper la dinámica de la calle y que la gente se violente. No poniéndose físicamente violentos, sino que la acción genere comentarios.

Sarta de Cuentas no se considera como una compañía que trabaja al margen del gremio, sino que más bien lo necesitan para poder existir. Respetan y asisten a las temporadas de sus compañeros porque saben lo que cuesta lograrlas, a nivel humano y económico.

Ortiz vive de la danza porque lo decidió así. Este ha sido su único trabajo. A mitad del mes de agosto de 2011 ya llevaba 10 funciones hechas solo en 15 días, a diferencia de muchos de sus compañeros que no habían realizado ninguna. El ritmo al que baila Sarta de Cuentas no va supeditado por la tendencia política. «No le bailo a festivales donde ganan los demás porque yo ahí no hago nada. Tampoco si me invitan a la fiesta del diputado tal, porque no me muevo con la política. No modifico mi obra ni le vendo mi alma al diablo».

El compromiso político de Sarta de Cuentas durante los tiempos del chavismo se movió en un vaivén sin militancia aparente. Si bien Ortiz mantuvo una posición crítica al gobierno de turno, en 2014 su agrupación hizo la antesala del espectáculo De arañero a Libertador, un ballet en homenaje a la vida de Hugo Chávez, a un año de su muerte.

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Sarta de Cuentas ha participado en el Festival de Bologna, Feria Internacional del Libro de República Dominicana, Casa del Reloj en Barcelona y es Premio Municipal de Danza 2002 y 2006, ambas como Mejor Coreografía, y en 2006 ganaron el Premio Ministerio de la Cultura – Patrimonio Cultural de Venezuela, para el cual primero Ortiz preguntó si tenía que hacer algo político antes de aceptar el premio. Ortiz y Bethencourt no solo viven de la danza desde el punto de vista económico sino también humano. No bailan para que los vean. «No sé si es por la edad o la cantidad de años bailando, pero conseguimos a través del arte una manera de explicarnos a nosotros mismos nuestras sensaciones y nuestras emociones.

La danza es vida. No vida porque nos maneje y todos los días salgamos a bailar como un trabajo, sino porque incluso cuando nació nuestra hija, nuestra danza cambió.

Eso quiere decir que nuestros procesos personales se expresan a través del movimiento y eso nos va haciendo experimentar nuestra forma de vida. Es algo que no tiene línea de división. Porque estemos dando un taller de animación en stop motion o trabajando con unas instalaciones no quiere decir que no hagamos danza. Para mí todo se mueve. El leitmotiv es que todo es movimiento; poesía en movimiento».