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I. La escisión

En un incompleto aunque cardinal trabajo de 1938, titulado “La escisión del yo en el proceso de defensa, Sigmund Freud se pregunta cómo es posible que el yo pierda su función sintetizadora y se produzca su escisión. Leído así, parece otra de las rebuscadas vainas de Segismundo, pero cuidado: al tratarse de un artículo tardío, éste presupone buena parte de los trabajos anteriores del neurólogo austríaco, sobre todo uno denominado “Formulaciones sobre los dos principios del acontecer psíquico”, según el cual se entiende que la síntesis de la que habla Freud es la subordinación del principio de placer ante el principio de realidad. El sujeto de la escisión es un fulano que ante la posibilidad real de un castigo por andar de gozón debe renunciar a su onanismo, pero en vez de ello —literalmente— se inventa una, produciendo la escisión del yo, o sea: el trastorno.

Mutatis mutandis desde este escritorio, en la parte más alta de la ciudad que hace cuatrocientos cuarenta y tres años fundó don Diego de Losada —míticamente, como corresponde—, me pregunto cómo es posible que esta ciudad haya perdido su función sintetizadora, escindiéndose. Fast track: si los habitantes de (“La Gran”) Caracas somos cuatro millones quinientos mil, entonces debemos ser unos dos millones doscientos cincuenta y nueve onanistas del estilo descrito por Segismundo en La escisión..., explicación justa para aquellas mentes brillantes que están convencidas de que la gente vive en los barrios porque es floja.  Resulta que, afortunadamente, la cosa es un poco más compleja: la escisión  de esta ciudad no es, gracias al Creador, solamente un desgarramiento social; es principalmente una ruptura funcional, es —permítanme el exceso— un trastorno de la ciudadanía.

II. Los dos principios del suceder ciudadano

Dice el antropólogo Manuel Delgado Ruiz que lo urbano es la ciudad menos la arquitectura. Lo dice porque, dentro de su teoría, lo urbano es una pulsión anónima e indeterminada, similar al ápeiron de Anaximandro (el de Mileto), donde todo lo que es se encuentra en estado esencial de posibilidad, de  potencia pura… o sea, como nada en el sentido estricto del término: lo inmediatamente anterior a algo. La arquitectura resulta, para Delgado, la metáfora perfecta para oponerse a esta indeterminación: es la función reguladora, ordenadora, determinadora. La ciudad, al igual que el yo freudiano, es el receptáculo de la síntesis del uno y del otro.

Movimiento obvio: esta oposición descrita por el antropólogo catalán es análoga a la descrita por Freud en su La escisión…, de modo que podríamos decir que lo urbano es el símil del principio de placer y la arquitectura lo es del principio de realidad. Tenemos así un punto de partida —al menos teórico— para tratar de contestar la pregunta que —intuyo— nos hacemos la gran mayoría de los habitantes de este valle de balas (DP dixit): ¿Por qué carajo esta ciudad está tan jodida [escindida]?