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Diez horas, doce, dos días, hasta cuatro. Los venezolanos continúan dejando su tiempo en aceras o al borde de una carretera mientras avanza -o no- la fila que lleva a la estación de gasolina. Pero eso sí: una cosa es sentir la impaciencia desde el carro y otra muy distinta es ver esa película desde el balcón. Porque un buen observador, como nuestra cronista Arantxa López, seguro captura escenas propias de una tragicomedia de no ficción

—¿Y esto va a ser así todos los días? —preguntó la dueña de mi residencia el 3 de junio. Pensé que se refería solo a la cola de carros que se había formado en la avenida Guayana de Las Acacias en dirección a la estación de servicio de la avenida Victoria. Cola en la que estuvo desde las cinco de la mañana, pero que resultó ser como un viaje perdido de Caracas a Los Andes porque no pudo cargar gasolina después de haber pasado diez horas allí, estacionada.

—Bueno, mañana intento con el otro carro — se respondió. 

Esa noche apagó las luces de la residencia más temprano. 

El 4 de junio salió a las cuatro de la mañana, regresó al mediodía con una expresión que se debatía entre el éxito y el cansancio. Logró llenar el tanque pero no parecía satisfecha. Se asomó por el balcón para hablar con los que estaban estacionados justo afuera de la residencia. 

—Yo como que aprovecho de vender dulces y café —se rió—. ¿Disculpa, qué número tienes?

—No tengo número todavía, creo.

—Debes ser como el 130 porque este tramo llega a esa serie. Ese fue el que me tocó esta mañana.

—Si no echo hoy será mañana pero de la cola no me salgo. Tengo la reserva de gasolina activada porque no me queda nada y me va a tocar irme caminando. Menos mal vivo cerca, cualquier cosa voy a casa un momento y regreso a pasar la noche en la camioneta. Yo soy médico de infectología y antes echaba en la bomba que está cerca de la Universidad Central de Venezuela pero ya ni eso… 

—Imagínate, chico, ya ni los médicos tienen salvoconducto.

El 6 de junio me despertaron los gritos de un hombre que estaba vendiendo “café-cigarro-café” en la cola de la gasolina. La dueña de la residencia perdió esa oportunidad. A las doce del mediodía se acabó la gasolina en la estación y los que quedaron comenzaron a organizarse para estar de primeros en la cola del día siguiente. 

—Apártenme un puesto, yo ahorita saco mi carro que a mí me toca mañana —dijo la casera.

—Entonces usted sería la doce.

—Ay, menos mal que no la trece porque qué mala pava. Ay no, imagínate, un día completo perdido aquí, qué horror. ¿Ustedes también tenían DirecTV? Después de todos estos años viendo la televisión española, fueron veinte años pagándoles, para que vinieran a quitarlo en dos días. Ni siquiera pude ver el final de Puente Viejo. Yo no merecía esto. ¿Es justo? No, no es justo. Yo no hice nada, yo era su cliente y no me dejaron ver la novela, qué malos ¿ah? Ahora lo único que se ve es la propaganda. 

—Pues sí… ¿Qué hacemos? Ahora es cuando faltan horas, puedo buscar una cava y un dominó.

—Ya saco el carro.

Los que estaban en la cola marcaron los vidrios de los carros con el número que les tocó, se anotaron en una lista y dejaron que las horas pasaran. Gente durmiendo en el asiento reclinado. Hombres orinando entre la acera y la puerta del carro. Muchachos regresando con bolsas de refrescos y chucherías. Algunos encerrados en el carro con la música a todo volumen. Otros tomando cerveza fuera de las casas de desconocidos. Mujeres que le pedían el baño prestado a la dueña de la residencia. Parejas que preguntaban si esa era la cola de mañana y dónde terminaba. Así llegaron las doce de la noche que fueron anunciadas por el Himno Nacional que se escuchó desde la radio de la camioneta que estaba estacionada al frente del balcón. 

***

Al igual que las fallas de electricidad, agua y gas, el problema de la gasolina es relativamente nuevo en Caracas pero tiene meses, incluso años, padeciéndose en otros estados del país. Recuerdo que en febrero de este año, Anthonny, un amigo que vive en Mérida (en Los Andes venezolanos), me contó que tenía más de tres meses sin poder abastecerse de gasolina porque las colas podían durar más de dos días y algunos cobraban veinte dólares por veinte litros de gasolina o solo por el puesto. 

Era –o es– tan difícil conseguir llenar un tanque que crearon un sistema en el que se registra cada placa en una estación para llevar el control de usuarios, pero solo es posible cargar gasolina cada cuatro días.

—Ahí está el fallo porque hay gente que pasa cuatro días en cola y en teoría puede cargar dos veces el mismo día. La página es combustiblemerida.com. También hay muchos grupos de Whatsapp que se dedican a informar fecha y hora en la que va a llegar gasolina a una estación específica. Lo de la página fue un gran aporte, fue una iniciativa del Centro de Investigaciones de Astronomía que fue planteada a la gobernación y luego el Plan Chamba Juvenil comenzó a llevar el orden y control de la cola. 

Yo le conté que el 29 de diciembre, en Barinas (en Los Llanos venezolanos), una vecina fue a la estación de servicio a las nueve de la noche y llenó el tanque a las siete de la mañana. Desde ese día se comenzó a formar una cola de carros estacionados a una cuadra de mi edificio. La gente estaba sentada en la acera o jugando dominó en sillas de plástico. Eran más de seis cuadras llaneras, eso en Caracas equivaldría al doble y tal vez un poquito más. Repartían de cien en cien números, así llegaron hasta el 31 de diciembre. 

Un problema que ni con la gasolina iraní se soluciona. 

***

El 7 de junio a las siete de la mañana todavía no habían abierto la estación de servicio. La dueña de la residencia pasó la noche en su cuarto y salió temprano a continuar en la cola con su carro. Una mujer pasó gritando:

—No hagan cola que no hay gasolina. Prueben suerte otro día.

La ignoraron. A las diez de la mañana apareció un Guardia Nacional Bolivariano con un cono en las manos:

—Saquen los dólares que abrieron la bomba, pero parece que no hay punto.

A las once de la mañana regresó la dueña de la residencia diciendo que no cree que vuelva a hacer eso, que prefiere irse caminando a todos lados. La cola avanzó hasta las doce de la noche, cuando se acabó la gasolina, y comenzó a formarse para el día siguiente.  

—¿Y esto va a ser así todos los días?