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Fotos cortesía Badsura

Una de las metas del artista urbano de 30 años Wolfgang Salazar, alias Badsura, es posicionar en las ciudades de Venezuela una estética llena de simbología y arraigo nacional que pueda transformar a la sociedad. Desde 2016 ha dejado su estampa de su proyecto en decenas de paredes del país y también fuera de él. Su objetivo es hacer que quienes vean sus murales interactúen con ellos y se conecten con nuestra cultura. De nuestra serie #LatimosEnVenezuela

“El origen del nombre Badsura tiene varias versiones. Se trata de una referencia al prejuicio que tiene la sociedad sobre el arte de calle. Normalmente se suele ver al graffiti como algo que crea temor en la colectividad, la gente te dice cosas negativas, pero cuando ven el resultado final muchas veces les gusta, empiezan a tomarse fotos y hasta las viraliza. Es como una forma de decirle: ‘Ah, ¿ves? Esta es la clase de basura que hago’.

En los primeros años de conceptualización de mi estilo comencé haciendo fondos con degradado, luego fondos con profundidad y posteriormente empecé a meter personajes. Al principio me daba miedo pintar una cara, porque es un formato diferente a lo que solía hacer con el spray. Rociar pintura es algo muy rápido, no te permite pensar, con el pincel tú te puedes detener antes de plasmar. Con el graffiti no, por eso representó un reto tan grande.

Cuando empecé a pintar rostros en las paredes y ver la reacción de la gente me di cuenta de que el realismo en la pintura es como la televisión, solo te da información pero no genera interacción. Entonces quise desarrollar propuestas que propiciaran el intercambio comunicativo de la gente con el mural. Empezaron a surgir ideas enmarcadas en una temática, en la que personajes emblemáticos debían ser conductores de los mensajes.

Basado en la teoría de la comunicación del emisor, receptor y canal desarrollé una conceptualización del mural en la que la gente pudiera entender mediante el color cuál es la imagen principal y el elemento secundario. Mi objetivo era que las personas no se quedaran solo en el retrato, sino que interactuaran con la obra gracias a la mezcla de lo abstracto, figurativo y la descomposición de la imagen. Además de la simbología que tuviera el personaje retratado.

Arte de arraigo

Cuando estoy en la fase previa de hacer un mural, normalmente salgo y converso mucho con la gente, desde el que pudiera tener más dinero hasta el más humilde. Recopilo información sobre lo que está latente en sus corazones y voy reflexionando sobre ello para, a través del mural, construir un espejo en el cual cualquier persona se pueda ver reflejada e incluida como parte de la sociedad.

El mural de Chacao, que tiene a Simón Díaz por un extremo y a Oscar de León por el otro, viene de un día en el que vi a un muchacho escuchando la radio y me llamó la atención que el repertorio estaba únicamente conformado por J Balvin y Bad Bunny, no había más opciones en la radio. La música nacional llegaba solo a las 4:00 am, cuando casi nadie escucha y, además, la ponían sin ningún tipo de presentación sobre su composición.

Entonces me di cuenta de que en la medida en que vamos avanzando en la globalización musical, vamos perdiendo la afinidad por nuestra música. Escuchamos e imitamos música urbana de gente de otros lugares del mundo que reflejan la vivencia de otros lados. Eso nos hace ir perdiendo de a poco nuestros valores. Si nosotros no tenemos fortaleza en nuestra identidad cultural no tenemos nada qué mostrarle al mundo, daríamos la impresión de que somos una réplica.

Con esa reflexión, que se convirtió en molestia, decidí que si la gente no se encontraba con nuestra música en los medios, tenía que chocar con ella en un mural en la calle. Así se me ocurrió pintar a un personaje que representara a nuestra música folklórica y también nuestra personalidad, entonces elegí a Simón Díaz, un venezolano exitoso, jocoso, soñador, humilde. Tiempo después pensé en el sabor caribeño, en la salsa, y decidí pintar en la parte posterior a Oscar De León. 

Algunos de los rostros que he pintado, son los de Jesús Soto, Daniel Dehrs, Yulimar Rojas, Alí Primera, Benjamín Rauseo, Gualberto Ibarreto, Valentina Quintero. Todos los murales son una conceptualización de una vivencia. Yo no busco rendir pleitesía a una imagen. Sí se le rinde un tributo, porque se lo merecen, pero es algo que va más allá. Esas personas deben internalizar que estar en una pared representado de esa forma es más grande que ellos, representa mucho más que algo del ego. 

Una de mis motivaciones para hacer esto es saber que Venezuela necesita mucha formación cultural para salir del abismo. Mientras mayor educación tengamos, podemos tener un arraigo más fuerte a nuestra idiosincrasia y al mismo tiempo conseguir inspiración para hacer arte. 

Un ejemplo súper importante de esto es México, que tiene una gran fuerza cultural, que viene incluso de la veneración a sus ancestros. Sus artistas se inspiran en esa herencia. Eso ha provocado que ellos tengan una propuesta gráfica súper importante que ha hecho que muchos de sus símbolos sean íconos mundiales, lo que a su vez es un gran incentivo al turismo. 

Yo he tenido la oportunidad de salir del país y volver. Prácticamente todos los años viajo y no tengo la capacidad de pasar más de un mes fuera de Venezuela. No me encuentro. Creo que puede ser porque aquí tengo un dominio en cuanto a los códigos iconográficos, fuera del país no. 

Pero la razón más importante es que yo siento que Venezuela es el país de las posibilidades. La posibilidad de crear, a pesar de lo difícil. Un ejemplo es el proyecto Badsura, que se consolidó en el año 2016, uno de los años más oscuros para los venezolanos desde el punto de vista económico. 

Viajar me generó la necesidad de querer mostrarle Venezuela al mundo. Creo que si estás aquí o estás afuera, es importante trabajar por mostrar en el exterior las potencialidades de nuestro país. Somos un lugar turístico, lleno de contrastes, de gente interesante, de locuras que llaman la atención y que valen la pena.

Primeros años

Nací en Caracas, pero toda mi familia es oriental, de Río Caribe específicamente, en el estado Sucre. Allí pasé gran parte de mi niñez porque mis padres tenían una casa. Era nuestro lugar para pasar todas las vacaciones. En cierta forma viví durante muchos años entre los dos sitios, así que me considero caraqueño, pero también oriental.

La vida en Río Caribe era muy distinta a mi cotidianidad. Allí  jugaba trompo, carrucha, papagayo, metras. Además tenía la diversión del mar, de la playa, de tener contacto con el agua. Ahí experimenté el arraigo a nuestra identidad de una forma mucho más fuerte.

Creo que la experiencia de poder vivir en la ciudad, pero viajar constantemente a un pueblo, te hace tener una perspectiva mucho más amplia acerca de algunas cosas. Por ejemplo, en Oriente hay muchas diferencias con respecto a la ciudad, carencias que no hay en la vida urbana. Pero cuando estás aquí en Caracas, también existen anhelos de la forma de vivir de los pueblos.

Estando en Caracas viví en un apartamento pequeño en la Urbanización Los Rosales,  pasé buena parte de mi niñez encerrado en esas cuatro paredes. Mi única distracción era dibujar sin descanso. Mi referencia principal era mi mamá, que es profesora de Biología y solía dibujar a mano los procesos de las ciencias naturales que enseñaba, como la fotosíntesis. Al verla hacer eso surgieron mis ansias de aprender.

Mi pasión por los trazos fue creciendo y quise ir a una escuela de dibujo. Se lo pedí mucho a mis padres, pero no podían pagarlo, había otras prioridades en la casa en ese momento. Pasaron años hasta que finalmente fui a una academia. Cuando llegué allí, literalmente duré dos días. Ellos me decían las pautas de lo que debía dibujar y yo simplemente quería crear libremente.

Para esa época también jugaba fútbol en la calle y ahí conocí a un amigo que me invitó a mí y a otros chamos a hacer un crew, una especie de banda urbana. A cada uno le asignó una misión distinta, la mía fue la de  ser el graffitero, los demás se iban a dedicar a rapear o hacer hip-hop. 

Cuando vi que se trataba de dibujar me interesó muchísimo y, junto a ellos, empecé a descubrir lo que era el graffiti. Me llamó mucho la atención la influencia francesa del arte urbano. Ellos suelen hacer composiciones con fondos, lettering y creación de personajes para construir una narrativa de lo que vive la gente en la calle.

Con los años me fui conectando más profundamente con ese rol de artista urbano, pero eso representó un choque fuerte en mi familia. Para ellos fue difícil entender el tema del graffiti porque son de Oriente y esta cultura resulta poco familiar en ese lugar. Pero yo era consciente de esa situación, así que no me orienté al graffiti vandal, ese que solemos ver más seguido en las calles, sino al legal. Pedía permisos para hacer mi arte, porque si me llegaba a meter en problemas con la policía, me iba a tener que olvidar de esa pasión para siempre. 

Venezuela en graffiti

Me considero un artista autodidacta. Estudié Publicidad y Mercadeo, que es una carrera que te forma en la psicología del consumo, pero empecé a adquirir, rápidamente, destrezas artísticas. Luego de dos años de haber comenzado a pintar empecé a viajar para hacer arte urbano en eventos internacionales. Yo trabajaba haciendo graffitis y podía financiar esas aventuras e incluso ayudar en la casa. 

Comencé a recorrer el mundo gracias a los festivales de graffiti Meeting of Styles International Street Art. Estos se hacen en muchos países y buscan los estilos más particulares de las distintas regiones del globo para congregarlos en una sola exhibición. 

En el 2010 recibí una invitación para la edición de ese festival que fue en Ecuador, para entonces hacía graffitis en 3D. En ese país tuve la oportunidad de hacer mi puesta en escena con artistas de mucha más trayectoria y conectar con otros organizadores del festival que me invitaron a Brasil ese mismo año. 

A partir de allí se empezaron a abrir  oportunidades y a llegar invitaciones. Primero a Roma, Francia, Alemania, España. En esa diversidad de dinámicas he llegado a conocer 10 países, siempre haciendo graffiti e intentando plasmar en mi arte lo que somos los venezolanos. 

Recuerdo que luego de un viaje de muchos contrastes, regresé a Venezuela en 2018, con muchas ideas y reflexiones en la cabeza. Allí fue cuando pinté el Simón Díaz que está frente al Metro de Chacao, además de otro montón de murales por el resto de la ciudad. 

Volví con la premisa de que yo tenía spray, casa, comida, posibilidad de conseguir los permisos y, principalmente, la voluntad. Lo tenía todo para hacer mi arte en Venezuela y no le veía mucho sentido a hacer lo mismo que podía hacer aquí en otro país”.