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Un sombrero atigrado, una que otra blusa de leopardo, unas orejitas de tigre. No mucho más.
El público, en su mayoría jóvenes que apenas pasaban los 18 años, no cumplió los deseos de Judith Bustos, nombre real de la Tigresa, que por Twitter pidió a sus seguidores que llevaran alguna prenda con su característico animal print.
Esa noche de marzo, el Teatro Bar parecía la estación del Metro de Plaza Venezuela un viernes de quincena. Apretujadas, sin aire acondicionado y sin sillas, cerca de quinientas personas colmaron el local caraqueño donde se presentó la Tigresa del Oriente, una “cantante” oriunda de Perú que encontró en Youtube su trampolín al mundo del espectáculo.
Tres horas hubo que esperar –sin poder ir a comprar bebidas porque quien se iba de la primera fila, no recuperaba el puesto– para que la “diva” peruana, de sesenta y seis años y de profesión maquilladora según los entendidos, se montara en tarima con su braga brillante forrada, sus tacones altísimos y su peluca de un amarillo-muñeca-importada-de-China. Rugió, cantó, saludó al público con su voz de caricatura, bailó y perreó (se bajó aceptablemente para su edad) por sólo veintiséis minutos. Cuando la Tigresa alargó el brazo para rugirle al público de cerca, con su guante con uñas postizas incluidas, el muchacho que tenía detrás casi me cayó encima. Quería una foto de la peruana en primer plano.
Aunque dobló -bastante mal- sus canciones y hubo cuatro baches durante el show, los asistentes deliraban. Al grito de “¡Tigresa, tigresa!” se esfumó la casi media hora de presentación. “Un nuevo amanecer”, la canción de lanzamiento de la Tigresa que tiene más de siete millones de visitas en Youtube, dio inicio al show. “Felina” y “El reguetón del Suri” completaron el escaso repertorio.
Cuando la música se suspendía, la Tigresa se quedaba modulando, en el aire. Las equivocaciones fueron tan seguidas que parecían parte del show u obra de un musicalizador malvado que no terminaba de soltarle la pista para que ella intentara surfear esas letras de las que no se acordaba.
A mitad del show, anunció la rifa de su último DVD para quienes se acercaran a la tarima a bailar como ella. Cinco muchachas aceptaron el reto, se contonearon y protagonizaron un episodio del espectáculo que arrancó risas. Bailaron, el público votó –con aplausos y silbidos– y, al final, la Tigresa gritó: “¡Violeta, pásame el dividííí!”. Pero Violeta no aparecía. Silencio. El público se sumó al grito: ¡Violetaaa! Nada que salía al escenario la persona a la que la Tigresa llamaba con vehemencia para que le trajera el obsequio a las participantes. Duramos unos cinco minutos esperando y quien apareció en la tarima fue un señor de pelo blanco y saco gris. El hombre movía el índice para indicar que no, que él no era Violeta, pero era tarde. Los asistentes lo bautizaron así.
Tardaron tanto en aparecer los DVD que desde atrás, con ese efecto contagioso de masa juvenil con unos tragos encima, se oía “¡Orquídea, orquídea!”. Una alusión al Festival de la Orquídea que se celebra anualmente en Maracaibo, en el que a punta de gritos el público hace que le den un premio de plata, oro o platino a los artistas. La versión venezolana de Viña del Mar.
“Chamo, nos estafaron”, dijeron unos muchachos a la salida. La entrada costaba cien bolívares. Unos que no se resignaban a que la presentación hubiese terminado tan pronto quisieron llevarse el poster tamaño real de la Tigresa, al que muchos abrazaban para sacarse fotos. El guachimán no los dejó.
Otros se quejaban de que la Tigresa no cantó tal o cual canción. ¡Se sabían sus canciones! Son de la generación que creció con Youtube (y todo lo freak, cómico o novedoso que se pueda encontrar allí) como lo más natural del mundo. Un detalle quizás marcó el espíritu del show: detrás de la Tigresa, en las paredes del Teatro Bar proyectaron imágenes del film Freaks (1932), del director Tod Brownings, que protagonizaron rarezas de circo como la mujer barbuda.
En las entrevistas con la televisión venezolana, la Tigresa dijo que comenzó a cantar por hobby en su pueblo, Iquitos, en las selvas peruanas. El éxito en visitas en Youtube vendría –ya pisando los sesenta años– después de que unos productores la vieron y la convirtieron en estrella de los videos en Internet al punto de que ha dudado si Lady Gaga le copió el look.
Me quedé pendiente de los comentarios en Twitter a la salida del “recital”. “No se sabía sus canciones”. “Ahora puedo morir tranquilo gracias a la Tigresa”. “Este show valió la plata”. “Cantó muy poquito”. “¿Cómo es posible que no haya cantado en vivo? Delfín lo hace”, decía un usuario, refiriéndose a Delfín Hasta el Fin, una versión masculina y ecuatoriana de la Tigresa que el año pasado, junto a ella y a Wendy Sulca (una adolescente peruana), marcó récord de visitas en Youtube con el tema “Israel, en tus tierras bailaré”.
Al día siguiente leí que Violeta es la relacionista pública de Judith Bustos. La fama le da para tener quién le haga la prensa. La disquera Warner graba sus discos. Después de sus shows en Venezuela, la felina anunció por Twitter que irá a Santiago de Chile. El diario La Tercera tituló ante su inminente visita: “La Tigresa del Oriente animará una nueva versión de las fiestas kitsch”.
Ese jueves en la noche los caraqueños vieron un producto del show business que explora el morbo por el kitsch y los límites de lo que consideramos ridículo. “Fue un show cutre de primera”, me dijo una amiga días después, cuando pudo digerir la experiencia del show. Más allá de las burlas que despierta, la Tigresa se vendió como una diva, una que baila con las limitaciones propias de su edad, que exagera sus ademanes sensuales, que no se sabe sus canciones de rimas básicas. Ése es su producto, condimentado con su voz de comiquita y pelucas inverosímiles. Por qué gusta o llama la atención es asunto de psicólogos y sociólogos.
Los que no pudieron ir a los shows de la Tigresa en Barquisimeto, Caracas o Maracaibo, tuvieron oportunidad de verla en Sábado Sensacional el 19 de marzo. El animador, Leonardo Villalobos, la presentó como una gran artista que ha recorrido media América Latina con su “música”. Mi mamá, que hasta entonces no había oído hablar de la Tigresa, me preguntó quién era. Le conté que era famosa por Internet. “¿Uno puede hacerse famoso así?”. En esta época del mercadeo en la web 2.0 sí. Y de Youtube saltas a la radio y la televisión y te entrevistan en cuanto programa de farándula hay, aunque tengas poco o ningún talento que mostrar.