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Foto: Miguel Hurtado

Una señora dice que hay una laguna y nadie la escucha. Un trabajador del metro pide que se bajen de los muros de la estación. La gente grita en coro. Un día en la Línea 3 con el agua por los pies. Una de nuestras #HistoriasSubterraneas

El Metro que viene de la estación Palo Verde se detiene en Plaza Venezuela. Un grupo de gente sale corriendo del vagón y se dirige hacia las escaleras para hacer la transferencia a la Línea 3. De ese lado de la estación hay un solo bombillo y alumbra la mitad de camino. Al final del primer tramo de las escaleras hay un muchacho con una bandeja llena de zarcillos y pulseras. En la mano derecha tiene un teléfono con el flash prendido, lo usa como linterna para alumbrar la mercancía mientras canta un “todo a cien, aprovecha, pura plata, plata fina, plata a cien, pulseras y zarcillos”. Nadie compra, todos corren. Las sombras se van uniendo antes de llegar al segundo tramo de escaleras. Una señora pequeña se sostiene de la pared. No se ve ni su sombra, sólo se oye su advertencia:

—No bajen por ahí, abajo hay una laguna. Se van a mojar los pies, háganme caso. Si corren se van a caer.

Nadie la oye, todos corren y siguen de largo. Antes de llegar al último escalón se dan cuenta de que la señora tenía razón: hay una laguna en el andén. “¿Y ahora?”, se pregunta la gente que ve el charco de agua que cubre todo el piso de la estación. La mitad del grupo decide saltar el muro de las escaleras, ese que sirve como mesón para los vendedores de donas y chupetas. La otra mitad se devuelve para bajar por las escaleras eléctricas –que no sirven. La mujer sigue ahí.

—¿Ven que tenía razón? Pero seguro creyeron que estaba loca y me imaginé lo de la laguna. Yo les dije que no bajaran por ese lado.

Todos bajan y arrastran el agua que hay por el andén. Del otro lado de la estación aparece un hombre con chaleco anaranjado que tiene escrito “Seguridad del Metro”. Ve a los que se están montando por el muro de las escaleras y grita:

—¡Ey! Bájense de ahí o ustedes creen que eso es pasarela. Colaboren vale, por eso es que esto siempre está sucio.

Ocho de cada diez personas que están detrás de la línea amarilla gritan. Gritan fuerte como si estuviesen en un concierto pidiéndole al cantante otra canción del repertorio. Este es un público exigente:

–Bueno pero ¿tú tienes haragán ahí? Porque si lo tienes pásamelo y yo te limpio el charco que hay aquí, salío –dice uno.

Mira el charco de agua que nos tenemos que calar –suelta otro.

Cállate que tú no me vas a lavar y secar los zapatos, gafo –sigue alguien más.

Pasa el haragán pues –vuelve el primero.

La retahíla de gritos sigue: «Pero haz tu trabajo y ven a sacar esta agua vale». «¿Y por dónde paso si aquí hay una laguna?». «¿Qué vas a saber tú? Esto está sucio por ustedes también que lo único que hacen es hablar paja». «¿Y tú sabes por qué estamos saltando eso?». «No te metas donde no te han llamado, chamo». «Ven y bájame pues». «No vale, este sí es bravo. Que se llegue y lo arreglamos con las manos». «Vente pues ¿o tienes miedo?».

El sonido de las ruedas del Metro sobre los rieles aplaca los gritos. El grupo de gente voltea a ver las luces amarillas que salen del túnel y olvidan al trabajador que desaparece del otro lado. El Metro se detiene y la gente empieza a abrir las puertas de cada vagón a la fuerza. Las luces aún no se han prendido y ya todos están adentro dejando huellas con las suelas mojadas de sus zapatos.