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Fotos Ronald Peña

Todo estaba listo para celebrar con una gran fiesta los 15 años de Aray. Pero el regalo con el que ella soñaba era otro: tener un negocio que le permitiera ayudar a su familia. Así que le dijo a sus padres que la apoyaran para montar un local que ahora ofrece los mejores helados del barrio San Blas. Esta es la historia de una de las emprendedoras más jóvenes de San Blas, un barrio altamente poblado de Petare

Un arco de globos, luces de colores y un letrero brillante dan la bienvenida. Alrededor hay bambalinas, mucho rosa y tonos pasteles. Un mostrador de madera que asemeja un bar, copas, frutas decorativas y collares hawaianos completan la decoración de la quinceañera. Una que convirtió su fiesta de 15 años en una heladería en el corazón del barrio San Blas, en Petare.

Aray cuenta el dinero en efectivo con solvencia, gestiona pagos digitales y saca cuentas mientras sirve los helados y atiende clientes con la determinación de quien sabe lo que hace. Todo esto mientras su madre y su abuela intentan ayudarla y la miran con el orgullo que se les desborda por los ojos.

De baja estatura, cabello negro por los hombros, camisa floral en tonos rosa, a juego con su negocio. Aray Arias Torres ofrece al que llegue paletas simples y rellenas, barquillas, tinitas y preparaciones especiales con al menos 16 sabores para elegir. Desde el pasado 7 de mayo, esta muchacha menuda y de gesto suave se convirtió en una emprendedora de las que nacieron en pandemia.

—Tenemos de Samba, de Oreo, chocolate, mantecado… También hay paletas de parchita, de guanábana, de fresa, de chicha, todas con leche condensada —repite Aray como un mantra a quienes se acercan a la reja blanca o entran y se apiñan frente al mostrador.

A las 12 del mediodía, cuando el calor aprieta en el empinado barrio petareño, Aray encuentra su mejor hora de ventas y los comensales entran y salen sin parar para refrescarse con el sabor de sus helados.

La abuela busca sabores en las neveras, su madre hace bolitas de helado para las tinitas y ella decora con lluvia de colores, sirope y chocolate. Toda la familia colabora, pero Aray siempre lleva el mando y guarda el dinero en una carterita que amarra a su cintura.

Su negocio y su iniciativa no son fortuitas. En San Blas, un sector incrustado en el corazón de Petare, en el municipio Sucre del estado Miranda, hace unos tres años que los chamos respiran hip hop y transpiran pintura. El cambio lo trajo un grupo de mujeres que empezaron a barrer las calles para eliminar botaderos improvisados de basura y ahora se juntaron en el movimiento Uniendo Voluntades.

Pese a tratarse de una de las zonas más grandes dentro de Petare que es considerado de los sitios más violentos de Venezuela y catalogado como el conglomerado de barrios más grande de la región, en San Blas se han propuesto modificar la manera como los ven. Y todo el trabajo inició con un cambio de mentalidad en sus habitantes, sembrado por gente que quiere a su barrio.

Allí, iniciativas como Uniendo Voluntades, han sabido sumar a los chamos con capacidades artísticas para cambiar su barrio con murales, operativos de limpieza y otras acciones sociales y artísticas. Y aunque Aray no trabajaba con ellos, siempre le ha gustado ayudar a otros y su iniciativa llegó a los oídos de uno de los chicos del movimiento, Esteban Ruiz, un muralista que se ofreció a diseñar y pintar la entrada de la casa de la abuela de Aray para convertirla en una heladería con una estética que destaca a metros de distancia.

Ahora el sitio es punto de encuentro para quienes visitan el barrio por las actividades que preparan este grupo de voluntarios y que atraen ciudadanos de todas latitudes, y también sirve para celebrar actividades para los niños del barrio y motivarlos a trabajar por la comunidad.

—Yo llevo a cuanta visita llega al barrio a esa heladería para contarles la historia de AraIce y lo motivadora que es. Además son una familia súper emprendedora y ahora nos ayudan con las actividades de la comunidad —cuenta Katiuska Camargo, líder de Uniendo Voluntades y una de las responsables de ese cambio que se orquesta en San Blas. 

Aray, ahora conocida en todo el barrio con el nombre de su negocio “AraIce”, se desenvuelve con soltura y es capaz de lidiar con la marejada de clientes que se asoman para preguntar sobre los sabores. Ella, su abuela y su madre atienden a todos con diligencia y respeto.

Todos los que llegan se sorprenden al encontrar este local tan pintoresco en medio del barrio. Si tienen suerte, se sientan en alguna de las sillas de madera a disfrutar de su helado y a conversar un poco con la familia mientras le sirven las bolitas en vaso y las paletas.

Nardela Baena, la matriarca de la casa y abuela de Aray, dice que todos en el barrio la felicitan por su negocio. La señora, muy bajita, dulce y abrazable como esas abuelitas tiernas de los cuentos, toma por el brazo a quien le pregunta y cuenta con orgullo que su nieta siempre fue “echada para adelante”, que ella sabía “que haría cosas buenas” y que ella solita tuvo la idea del negocio y la familia “solo la acompaña a volar”.

—Sabe que el tiempo de Dios es perfecto. Cuando uno quiere hacer las cosas bien, Dios le pone la vía a uno porque aquí nos ha ido muy bien, nos llegan familias enteras a comer —dice orgullosa la señora Nardela—. El dinero es para sus gastos futuros, porque ella estudia tercer año (de bachillerato) y es muy buena estudiante.

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En la casa de Aray los planes eran una fiesta en grande para celebrar a la nueva señorita. Por eso mamá y papá trabajaron duro varios años, incluso fuera de Venezuela, y reunieron el dinero que necesitaban para una celebración digna de los anhelos de su hija. Pero Aray convirtió ese sueño en una idea para materializar su futuro.

Cuando se acercaba su cumpleaños el 24 de febrero, Aray le dijo a su mamá Deyaly Torres que no quería fiesta, que ella prefería que ese dinero se invirtiera en un negocio con el que ella pudiera ayudar a su familia y ahorrar para su futuro.

—Mi plan era hacerle su fiesta de 15 años como cualquier niña lo desea. Pero Aray no soñaba con una fiesta sino con una heladería: con su AraIce, –cuenta Deyaly—. Todas las noches, al llegar a mi casa, ella me sorprendía con algo nuevo preparado para su negocio.

La idea rondaba hace tiempo en la mente de Aray y fue inspirada por un primo que tiene un puesto de comida justo al lado de su casa, quien le propuso crear una paletería para complementar la oferta. Pero sobre todo, la iniciativa surgió por las enseñanzas de su padre que siempre fue comerciante, hasta que emigró del país.

Aray sabía que su mamá ahorraba desde hace tiempo para su cumpleaños, que incluso se había ido a Panamá años atrás para reunir parte del dinero y que su padre, desde el extranjero, también enviaba para sumar al ahorro. Pero cuando tomó la decisión de cambiar la fiesta por el negocio no le pesó, al contrario, sintió que era lo mejor para todos.

Entonces, Deyaly tuvo que olvidar sus sueños de una fiesta maravillosa y especial para su hija y cambiarlos por los de un negocio que la mereciera y representara un oasis dentro del barrio: así nació AraIce Cream.

—Ella es una niña bella. Desde pequeña le ha gustado trabajar porque de una u otra manera siempre buscaba ayudarme económicamente, dándome ideas y aprendiendo con su papá —relata Deyaly.

Fue entonces cuando empezaron a buscar los insumos que necesitaban para el mobiliario. Probaron muchas marcas de helados, compararon precios de proveedores y buscaron ayuda para la pintura y la decoración. Entonces Aray vio materializar sus 15 años el 7 de mayo, casi cuatro meses después de cumplirlos, cuando inauguró la heladería junto a vecinos y amigos.

La familia poco a poco reparó objetos que tenían en casa, compró nuevo material, las neveras y con una inversión de 150 dólares en helados de cuatro sabores, despegaron. Aray se encargó de buscar a sus proveedores, buenos precios y calidad para los productos que vende en San Blas.

—Mi mamá, como es la mayor, tiene que hacer los pedidos y ahora pedimos tres veces a la semana —cuenta Aray—. Mi primo me ayudó a montar todo y ahora no agarro nada, todo lo invierto porque quiero crecer.

La aspiración de Aray es ayudar a su abuela, la señora Nardela, y poder hacer cosas tan simples y felices como llevar a su mamá a la playa y correr con los gastos de ese paseo. Por eso se organiza y comparte el tiempo entre hacer tareas y trabajar en su negocio, sin perder el índice que la hace estar entre las primeras seis alumnas de su clase.

—Mis amigos están emocionados, me dicen que es fino. Ellos me apoyan y me respaldan —cuenta Aray.

Ella está segura de que prescindir de la fiesta y optar por el negocio fue la mejor decisión y aunque su mamá sintió melancolía por no hacer la fiesta por la que se esforzó, ambas ahora están seguras de que se trató de una inversión que las hará felices en el largo plazo.

Por eso, ese 24 de febrero, cuando Aray llegó a los 15 años de edad, recibió el amanecer en la fiesta de una de sus mejores amigas y la disfrutó como si se tratara de la que su mamá quería para ella.

Luego, en casa, prepararon una perrocalentada y celebraron con humildad a la nueva quinceañera que cambió su gran fiesta por el futuro de un emprendimiento y de un trabajo que, con empeño, les dará los frutos que todos esperan.