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En ocho comunidades remotas del estado Mérida arden fraguas de campesinos que aprendieron a fabricar herraduras para sus caballos y sus propias herramientas de siembra y cultivo. Son hombres, mujeres, jóvenes, niños y niñas de zonas rurales de montaña formados por La Caravana Escuela, la única escuela de herrería rodante de Venezuela. Su labor ha salvado sembradíos, pero también vidas, y rescata una tradición ancestral que se había perdido en los Andes venezolanos: la forja de hierro

En la fragua, el fuego ablanda el trozo de hierro para luego poder darle forma de arco con un martillo y un cincel. Rojo ardiente se pone sobre el yunque para moldearlo y abrirle dos ranuras laterales dentro de las cuales se hacen seis huecos pequeños, tres en cada una, entre los que hay un centímetro de espacio calculado al ojo por ciento.

Finalmente, las puntas se levantan para formar una tranca que ajustará la herradura a la pata del animal, a fin de evitar que se resbale por los empinados caminos del páramo de Mérida, en los Andes venezolanos. Así, una cabilla vieja, desechada, se convierte en un casquillo para caballos. 

En una hora, Henry Castillo fabrica un juego de herraduras completo, listo para venderlo en cuatro dólares, uno por pieza.

一Un día escuché que arriba en El Desecho (Mucubají) hacían casquillos de caballo, hace tres años atrás. Entonces subí y les dije que si me podían enseñar, que yo quería ver cómo se hacían los casquillos. Me dijeron: busque la cabilla y sube. Yo busqué la cabilla y me fui. Tenía el caballo y no tenía cómo comprar unas herraduras. Me enseñaron y poco a poco fui aprendiendo. La primera vez me quedaron un poco torcidas 一confiesa Henry con una sonrisa enorme –como él– que ilumina su rostro moreno, tostado por el sol del páramo gracias a sus jornadas diarias de siembra y cosecha de papa o ajo. 

El taller de forja de Henry Castillo, ubicado en el sector La Toma de Mucuchíes, es uno de los ocho Talleres Rurales de Forja (TRF) que ha creado La Caravana Escuela. Es una iniciativa que nació en enero de 2019 cuando Daniel Souto cambió la decisión de emigrar a Alemania por la de quedarse en Mérida para enseñar a agricultores y campesinos andinos de aldeas aisladas el arte de la forja de hierro. 

La pérdida de trigo en el páramo de Gavidia —a 3.350 metros sobre el nivel del mar— por falta de hoces para cosecharlo fue el detonante de su decisión. La muerte de caballos de agricultores por no tener herraduras en sus patas, otra razón. La huida del campo de jóvenes andinos que migraban con hambre y sin esperanza, una motivación más.

Pero los protagonistas de esta historia no son Henry ni Daniel. Tampoco las 405 personas que ha formado La Caravana Escuela en ocho comunidades rurales y remotas del estado Mérida —donde se asientan 74 aldeas agrícolas— y hasta en una escuela de Barinas. 

El protagonista de esta historia es un modelo educativo itinerante e innovador dedicado a la recuperación de la forja de hierro como tradición ancestral de los Andes venezolanos y que enseña a personas de comunidades rurales a elaborar herraduras, herramientas para la siembra, el cultivo y la cosecha, así como utensilios de carpintería, mecánica de vehículos, cocina e incluso candelabros y otros objetos utilitarios. 

La Caravana Escuela va recorriendo las carreteras que bordean los páramos andinos, y viaje tras viaje lleva su modelo de enseñanza a cada pueblo, a comunidades que por su aislamiento suelen tener muchas carencias. Pero su llegada no pasa desapercibida, suele ser el comienzo de una transformación en la vida de los habitantes de estos parajes, quienes se suman al aprendizaje y dominio del oficio de la forja.

La capacitación que reciben se convierte en una alternativa a la falta de las herramientas necesarias para practicar la agricultura en los campos más lejanos de Mérida –donde los cultivos son su principal fuente de ingresos en un país en crisis–, una acción que además rescata una tradición perdida en los Andes. 

Nadie es excluido de las enseñanzas de La Caravana Escuela, el oficio de moldear hierro al calor del fuego no es reservado únicamente a los hombres. También niños, niñas y adolescentes que pensaban desertar de sus estudios y emigrar ante la falta de oportunidades ahora aprenden esta técnica. Todos participan de este círculo virtuoso de aprendizaje, incluidas sus madres.  

Para arar la tierra con yunta de bueyes, como se hace en los campos andinos de Venezuela, se necesitan clavos y rejas de arado. Los terrenos para sembrar se desmalezan con escardillas y los huecos en la tierra donde luego se pondrán las semillas se abren con barretones. La papa y el cebollín se arrancan con garabatos y el trigo se sega con hoces. 

Los campesinos que han aprendido el arte de la forja con La Caravana Escuela saben hacer clavos, rejas de arado, escardillas, barretones, garabatos y hoces, pero también herraduras, cinceles, cuchillos, martillos, porras, hachas, piquetas, punzones y chompines. 

Fabrican levas y patas de cabra, útiles para trabajos de mecánica automotriz. Este proyecto ha enseñado a agricultores cómo hacer con sus propias manos más de 30 herramientas de hierro forjado, algunas con variantes ideadas por ellos mismos, atendiendo a necesidades específicas de sus labores y oficios.

Daniel Souto forja el hierro desde hace más de 30 años. Aprendió este oficio por iniciativa propia en su casa, en El Valle de Mérida. Luego perfeccionó su técnica en la Penland School of Craft, una escuela de artes y oficios de Carolina del Norte, Estados Unidos. 

De adolescente Daniel dejó los estudios formales porque lo que le enseñaban en el liceo no era lo que él quería aprender. Su pasión y vocación era la forja de hierro, y en los currículos del sistema educativo venezolano ese arte no existía.

En diciembre de 2018 fue al Valle de Micarache, en el páramo de Gavidia, antes de irse a vivir a Europa para ser profesor en una escuela de forja alemana, pero ahí encontró a Néstor, un amigo campesino que alquilaba caballos. 

Nestor le contó que sus caballos se habían muerto por falta de herraduras y que sus primos y sobrinos se habían ido a Colombia y Perú después que la cosecha de trigo de ese año se perdiera por falta de herramientas como hoces para segarlo. 

Este relato fue un sacudón para Daniel y la motivación de dar respuesta a estos problemas que enfrentaban los agricultores andinos. Fue ahí cuando surgió la idea de crear una escuela de forja de hierro que tuviera un impacto social. 

Daniel identificó un problema y pensó en una posible solución. A partir de una inversión de capital propia, contactó a varios amigos que se sumaron al proyecto. Les planteó la idea: enseñar el arte de la forja de hierro a los agricultores de Mérida para que nunca más una cosecha se perdiera por falta de herramientas ni ningún caballo muriera de gusanera por falta de herraduras. 

Un equipo de cuatro personas comenzó el proyecto de organizar una escuela: diseñaron un plan formativo que funcionara a través de talleres “para que se aprenda haciendo”, decidieron que la escuela fuese itinerante para poder desplazarse de una comunidad a otra, definieron que el sistema pedagógico fuese inclusivo y, además sostenible (utilizar hierro desechado). 

La Caravana Escuela hizo su primer recorrido a principios de 2019. En la actualidad, el equipo de trabajo lo conforman 11 personas que hacen posible que ruede la  caravana e incluye, entre otros, al maestro herrero que capacita, la encargada de las brigadas de producción y logísticas, los ayudantes de herrería, el obrero del taller base, un responsable de medir el impacto y evaluar el programa educativo y a un miembro esencial: el conductor del camión de La Caravana Escuela. 

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La forja es una de las actividades más antiguas de la humanidad. El moldear piezas de metal representó un avance para muchas culturas, incluidas Grecia y Roma. Su uso se extendió por el mundo durante siglos a través de artesanos habilidosos hasta llegar a América con los primeros colonizadores que vinieron de Europa.

A nuestras tierras la forja de hierro la trajeron los españoles. Carlos Duarte, historiador y conservador de arte, lo cuenta en su libro Historia de la herrería en Venezuela. Periodo hispánico (2007). En los Andes venezolanos ya existían maestros herreros desde la Colonia. 

El historiador Luis Ramírez reseña en su libro Los maestros artesanos en Mérida-Venezuela (siglos XVI-XVII) que uno de los primeros artesanos que se asentó en la ciudad fue el herrero Juan Corzo, procedente de la isla de Córcega, quien instaló su fragua antes de 1578.

Los campesinos merideños conocen la historia de la forja de hierro en sus tierras por lo que conservan en su memoria. Es una tradición que se heredaba de padres a hijos y permitió durante mucho tiempo la fabricación de herrajes para animales y herramientas para la agricultura o la construcción. 

Pero desde hace más de dos décadas este conocimiento que era un legado se fue perdiendo. Algunos recuerdan a las pocas personas que se dedicaron a este oficio, prácticamente extinto antes de que comenzara a rodar La Caravana Escuela. 

Entre las pioneras en estos pueblos de los Andes hubo una mujer, a quien llamaban Chana “la herrera”. Era la mamá de Manuel Parra, un herrero que continúa forjando junto a su hermano en el pequeño taller que construyó su madre en Mucuchíes, un pueblo del páramo de Mérida, cercano a La Toma, donde Henry Castillo tiene su taller. 

Cuentan los pobladores que Chana “la herrera” enviudó y tuvo que ponerse a trabajar para poder criar a sus hijos, encontrando en la herrería su medio de subsistencia y un oficio que enseñó a su descendencia.

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En el pequeño pueblo de Gavidia, en la cordillera andina, tenía que ser el lugar donde La Caravana Escuela instalara su primer Taller Rural de Forja (TRF). Fue allí donde detectaron la necesidad social de los agricultores que requerían aprender la forja para hacer sus herramientas de trabajo.

Ocurrió entre el 25 y el 30 de enero de 2019. El equipo de La Caravana Escuela se trasladó hasta el pueblo, armaron un campamento e iniciaron la primera capacitación.

Alberto Arvelo, cineasta, les aconsejó que filmaran esa primera experiencia. Un equipo de profesionales audiovisuales hizo de este experimento un documental de 14 minutos que sirvió para dar a conocer la iniciativa y buscar financiamiento para continuarla. 

La forja de hierro que enseña La Caravana Escuela no necesita de electricidad ni de inversión en materiales por parte de los campesinos para fabricar las piezas. 

Solo se necesita una fragua –el fogón en que se caldean los metales para forjarlos– que funciona a pedal, además de carbón para avivar el fuego, un yunque, herramientas para moldear, lentes protectores y restos de hierro desechado, que suelen ser cabillas o residuos de construcciones. 

La fragua, el carbón, el yunque y las herramientas básicas necesarias las lleva La Caravana Escuela a cada uno de los talleres que instala. 

Los restos de hierro desechados los ponen los aprendices. Los maestros de esta escuela invitan a reciclar. En ocasiones no son restos sino piezas de maquinarias que antes utilizaban y por alguna razón se dañaron, como ocurrió con la barra de la vieja máquina inglesa que Eustaquio Molina llevó al taller que se instaló en Chacantá, un poblado ubicado a 165 kilómetros al sur de la ciudad de Mérida, en marzo de 2022, y otra comunidad andina en la que se instaló un taller. 

El equipo de la La Caravana Escuela narra que Eustaquio caminó junto a su hijo Hernán Molina durante dos horas desde su finca cargando la pesada barra de dos metros de largo por esas laderas hasta llegar al taller, cuyo fuego proveniente de la fragua del campamento de La Caravana en Chacantá veían desde su casa. 

Un día antes de decidir sumarse a la brigada, Eustaquio mandó a su hijo a preguntar “si era posible enderezar la barra con candela”. Su intención era poder arreglarla para reactivar la máquina que tenía más de ocho años sin funcionar luego de que una cuña doblara esa barra mientras trabajaba. 

Ese daño ocasionó la merma de la producción de café y caña en la finca más grande y antigua del pueblo, reduciendo los ingresos de Eustaquio y su familia.

一Fue así como al tercer día trajeron la barra. Inmediatamente la pusimos en el fuego de la fragua, y Eustaquio y Hernán se ubicaron cada uno en un extremo. Cuando estuvo al rojo vivo, para asombro de ellos, la barra comenzó a enderezarse y, por arte de forja, en media hora arreglamos aquello que había esperado casi una década 一comenta Daniel Souto en un reporte que documenta el trabajo de La Caravana Escuela en Chacantá. 

Esa media hora de trabajo manual de forja arregló la pieza vital que reactivó aquella máquina centenaria en beneficio de la producción agrícola y el progreso de la familia de Eustaquio Molina y de todo el pueblo. La selección de cada comunidad a la que llega La Caravana Escuela resulta de un minucioso proceso de evaluación en el que se toman en cuenta aspectos sociales, económicos, geográficos y demográficos.

Itzamaná Núñez, coordinadora de planificación y logística, y quien lleva las estadísticas de La Caravana Escuela, es quien se encarga de hacer esos diagnósticos.

一Lo primero que tomamos en cuenta para seleccionar una comunidad es que cuente con la condición de aislamiento geográfico, es decir, tiene que ser una comunidad remota de los Andes merideños en la cual la posibilidad de acceso a bienes y servicios esté limitada 一explica Itzamaná. 

Otros aspectos que evalúan es que deben ser comunidades rurales de vocación agrícola, e identifican que haya una organización social o comunitaria previa que permita instalar el taller y articular una red local de voluntarios y aprendices. 

一Además, identificamos que la gente de esa comunidad tenga la necesidad de herramientas para el desarrollo productivo de sus rubros agrícolas y ganas de aprender 一cuenta Itzamaná. 

En una visita previa, el equipo de La Caravana Escuela se reúne con actores sociales de la comunidad. Allí identifican las necesidades de los campesinos, las características de la producción agrícola de la zona y el nivel de interés y compromiso que muestran las personas, e incluso definen quienes serán los líderes y las lideresas de las brigadas que se formarán durante la instalación de cada Taller Rural de Forja, lo que ellos llaman los TRF. 

No improvisan. Cada viaje para instalar un nuevo TRF requiere una planificación en detalle, una enorme logística y una inversión de recursos que solo pueden cubrir con donaciones de quienes creen en la importancia y el valor de esta iniciativa educativa única en Venezuela. 

El proyecto funciona como un modelo sistémico que crea programas formativos que se adaptan o diseñan según las necesidades de cada pueblo o comunidad agrícola de los Andes. 

一Nuestro principal interés es potenciar sus capacidades (de los campesinos andinos). Conocer qué es lo que cultivan, cuáles son sus carencias, y cuáles son sus cronogramas de siembra anuales. Estos son los criterios para montar los talleres rurales. Por ejemplo, en Gavidia, cuando viene la temporada del corte de trigo, hay que preparar 40 hoces, porque cada familia tiene que tener hoces y hacen la mano vuelta: todas las familias hacen un corte individual y se ayudan entre sí 一detalla Daniel Souto.

En cuatro años de trabajo, hasta diciembre de 2022, La Caravana Escuela ha instalado ocho Talleres Rurales de Forja (TRF) en igual número de comunidades agrícolas y remotas de Mérida: Gavidia, Mucubají, La Caña Alta, Los Nevados, Piñango, La Toma, Chacantá y Capurí. 

El caso del taller de La Toma es el único TRF que nació por iniciativa personal de un campesino, Henry Castillo, y no tras una brigada de formación intensiva de trabajo educativo y social en la comunidad, como ha ocurrido con los otros. 

La fragua que actualmente está en el taller de Henry Castillo era la que se había instalado en el taller de La Caña Alta, sector de La Culata. Este fue el tercer TRF que instaló La Caravana Escuela, a finales de 2019. A mediados de 2021 dejó de funcionar porque las personas formadas allí no siguieron forjando. Este ha sido su único fracaso, pero les sirvió para hacer una revisión y ajustes de su proyecto. 

一No funcionó quizás porque no estaba ubicado en una localidad realmente remota. Es el único taller que ha dejado de operar 一comenta Itzamaná Núñez, quien se encarga de documentar los logros, pero también las fallas que ocurren antes, durante y después de cada brigada de formación. 

El equipo sabe que el verdadero alcance se mide cuando ha pasado el espectáculo que significa la instalación de cada taller.

El trabajo continuo de La Caravana Escuela en los TRF consiste en hacer reentrenamientos tres veces al año, fomentar el intercambio de saberes entre campesinos merideños, reponer y sustituir materiales de trabajo y otorgar becas de carbón a los herreros de cada taller. 

Estas becas consisten en entregas de sacos de carbón —indispensable para hacer fuego en las fraguas— a quienes se han formado en las brigadas, para que continúen trabajando en sus respectivos talleres. 

Quienes obtienen becas de carbón deben reportar a cambio su producción de herramientas. 

Cada taller designa un delegado, generalmente una mujer, quien se encarga de llevar el registro de los cronogramas semanales de producción que reportan a La Caravana Escuela. Son unas planillas que les entrega Itzamaná. 

En los reportes los delegados escriben a mano la fecha de elaboración de cada herramienta, el nombre y la edad del herrero o la herrera que la hizo, la cantidad y el tipo de herramienta fabricada, su destino o uso, el precio de venta —en el caso de que haya sido vendida—, la cantidad de carbón utilizado y el tiempo de trabajo invertido. 

Estos datos permiten a La Caravana Escuela medir con indicadores los resultados del proyecto, hacer seguimiento del trabajo de cada taller y verificar los logros obtenidos.

Las evidencias de los frutos de su siembra son más que tangibles: están mejorando la vida de campesinos de los pueblos remotos de Mérida, salvan cosechas en los campos y recuperan una tradición andina.  

La Caravana Escuela aplica un modelo que promueve que aquellos aprendices a quienes las brigadas enseñaron originalmente terminen convirtiéndose luego en instructores, y así el conocimiento se comparte y difunde.  

El efecto expansivo de lo aprendido transforma la base económica y social de los alumnos, pues una persona que aprende una habilidad como la forja, asimila este conocimiento, lo lleva a su círculo familiar, luego a otros en su comunidad, y eso a su vez incide en el auge de sus actividades productivas agrícolas.

Aunque mostrar sus logros no siempre se traduce en tener los recursos necesarios para “mantener la fragua ardiendo”, como dice el lema de La Caravana Escuela. La alta inflación de Venezuela, la escasez de combustible y el mal estado de las carreteras que conducen a los pueblos remotos de esta región país son obstáculos que siempre están presentes y que el equipo busca constantemente cómo sortear.

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En octubre de 2022, La Caravana Escuela salió de Mérida para instalar el primer taller de forja en una institución educativa, en la Escuela Granja Salesiana “San José” del estado Barinas, en los llanos venezolanos. 

Esta experiencia piloto busca promover que la herrería y otros oficios artesanales formen parte del pensum de estudio en escuelas y liceos rurales de Venezuela. El primer paso ya fue dado: en esa escuela de Barinas se conformó la primera Brigada Escolar de Forja de La Caravana Escuela.

En total, 18 estudiantes de cuarto y quinto año de bachillerato, junto a cuatro de sus profesores, aprendieron durante tres días cómo hacer, dentro de un espacio habilitado en su colegio, herramientas agrícolas que son necesarias en su aldea.

Pero también elaboraron arpones para pescar y puntas de flecha para cazar. Estas fueron las herramientas que fabricó Juan, indígena de la etnia piaroa que se mudó de Amazonas a Barinas para estudiar en la Escuela Granja Salesiana “San José”. Los participantes serán los encargados de replicar lo aprendido entre sus compañeros en este programa de prueba. 

La más reciente actividad del proyecto fue en diciembre de 2022, La Caravana Escuela trasladó herreros, herramientas, carbón y fraguas e instaló el octavo taller o TRF en Capurí, en los Pueblos del Sur de Mérida. Pero esta vez también llevó músicos e instrumentos musicales, así como más de 100 pequeños árboles de guayacán y cedro. 

Esta actividad, la más reciente de La Caravana Escuela, combinó la enseñanza de la forja con música y reforestación.

En Capurpí capacitaron en el arte de la forja a 74 personas, entre mujeres, hombres, niñas y niños, algunos incluso con alguna discapacidad. 

Pero el trabajo en Capurí no solo formó aprendices de herrería y pichones de músicos. También sembró, literalmente, más de 100 árboles en áreas de la cuenca hidrográfica que surte de agua a esa población y otras aledañas. 

Seis días de  labor y motivación con los alumnos del taller capureño cerraron los primeros cuatro años de arduo y continuo trabajo de La Caravana Escuela. 

一La propuesta a partir de ahora es elevar el nivel profesional de estos talleres rurales y de los mejores grupos. Queremos hacer lo que yo titulé las olimpiadas de la forja andina, que es básicamente traer a mi taller a los mejores grupos de forja, porque han acumulado mayor tiempo de trabajo, según el registro que llevamos 一cuenta Daniel.

El propósito es enseñar habilidades más refinadas. De cada taller invitarán a los cinco o seis alumnos más destacados a una especialización en el Souto Estudio de Mérida. La intención es hacerlos maestros herreros que participen de una plataforma de comercio en linea coordinada por La Caravana Escuela donde puedan vender sus herramientas con un certificado de origen. 

La única escuela de herrería rodante que hay en Venezuela, la única con enfoque rural y agrícola, tiene evidencias de resultados que hablan por sí solos de su impacto: ha beneficiado, directa e indirectamente, a 15.203 personas con la elaboración de 12.129 herramientas de hierro forjado hechas en 15.417 horas de trabajo en los talleres instalados en 8 comunidades merideñas, en las que se asientan 89 aldeas agrícolas.

En cada poblado a dónde ha llegado hasta ahora La Caravana Escuela ha ocurrido un proceso de transformación donde se fragua, entre el fuego y el espíritu humano, una nueva generación de artesanos y maestros de la forja. En los Andes venezolanos hoy se resguarda y se enciende la llama de este arte ancestral como una herramienta para hacer a esas sociedades rurales más productivas y autosuficientes. Para que la fragua siga ardiendo.