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El oficio de ascensorista, como muchos otros, se ha visto desplazado por la tecnología. En los elevadores de algunos edificios públicos caraqueños –que reciben mil doscientas personas diarias en promedio- hay todavía alguien que vigila el estado del tablero y se encarga de abrir y cerrar las puertas. Es un oficio con muchas mañas que para muchos resulta inútil. Y si no se le agarra el tumbado con humor criollo, puede ser aburridísimo. Ahora, la travesía seguro se vuelve entretenida si uno se pone en los “tacones” de una ascensorista de la Asamblea Nacional el día de la semana en el que suben y bajan más diputados.