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Un grupo de niños se reúne cada sábado en un centro de acopio en una zona popular de Caracas con un objetivo: reciclar y aprender. Forman parte de un club que se empeña en innovar para proteger el ambiente. Los fundadores de esta iniciativa se propusieron sembrar los valores de la recolección, reciclaje y transformación de desechos en los niños, niñas y jóvenes de Campo Rico, en Petare. Conoce cómo lo están logrando en esta historia constructiva. #Periodismodesoluciones

En un instituto educativo situado en Campo Rico, un sector popular de Petare, funciona un centro de reciclaje que ha logrado captar la atención y compromiso de varios niños, niñas y adolescentes de esta comunidad. Después de pasar unas canchas donde los jóvenes juegan fútbol o baloncesto, y los pasillos y aulas donde adultos reciben entrenamiento militar, se llega a un centro de acopio en el que un grupo de chicos reciben desechos, los clasifican y arrojan en el contenedor que corresponde a cada material: botellas de vidrio al final del salón. Papel y cartón del lado derecho. El plástico en el gran contenedor (piscina) de botellas.

Esta piscina, como la llaman los pequeños voluntarios, tiene bordes sólidos, pese a su improvisada construcción. Desde la cima, Chipi-Chipi se prepara para ejecutar un clavado. Salta y da una vuelta en el aire hacia adelante antes de caer de espaldas. Un estruendo lo inunda todo.

Su nombre de pila es Roniel y tiene 11 años. Le gusta ayudar y él solo ha hecho más de seis viajes con la carretilla para cargar los materiales reciclables desde la entrada al centro de acopio. 

Todo lo que está distribuido aquí forma parte de una iniciativa que comenzó en el año 2020 y que tiene como protagonistas a unos 20 voluntarios entre 8 y 16 años que procesan materiales reciclables. En este instituto conocido como “La Técnica”, cuyo nombre oficial es Escuela Técnica Industrial Leonardo Infante, opera el Club de reciclaje Recyclers.

A este lugar, los pequeños que viven en este conglomerado de barrios -uno de los más violentos y poblados de Caracas- llegan cada sábado para recibir los desechos que les llevan. Entre 10 y 15 personas se acercan cada fin de semana con bolsas repletas de botellas de plástico, vidrio, papel o telas. Algunos traen electrodomésticos. Los chicos reciben y clasifican estos insumos. 

El paso a paso lo aprendieron de Michelle Delgado y Giohana Vegas, encargados de este emprendimiento social que concientiza, educa y promueve el reciclaje a través de un programa que capacita a niños y adolescentes voluntarios. La meta es que aprendan a reutilizar y transformar desechos en objetos útiles y abono orgánico.

Al principio, los niños, niñas y adolescentes se acercaban por la promesa de que luego de reciclar había juegos y paseos. Pero ahora, ellos enseñan en su comunidad y escuelas lo que hacen en el centro de acopio. De esa manera, otros se han sumado a la iniciativa. 

El grupo de ocho voluntarios que vino este sábado no solo separa y reutiliza. También crea productos nuevos a partir de los insumos que reciben. Michelle y Gio –como le dicen de cariño a Giohana- dan el primer paso y los niños observan para aprender. El equipo es autodidacta: aprenden y enseñan con el método de ensayo y error.

En tres años, han recolectado 15 toneladas de desechos

Hasta el momento han fabricado porta vasos con tapas de plástico, budares y trofeos a partir de la fundición de latas, y hasta pintura de pared luego de procesar anime y mezclarlo con un viejo tóner de impresora que alguien les llevó.

Chipi-Chipi y el resto de sus compañeros voluntarios del club ya saben que existen varios tipos de plástico, que están clasificados por números y que cada uno tiene una función determinada a la hora de transformarlos en algo nuevo. También saben convertir cartones de huevos en bancos para sentarse.

Y todos son expertos en ecoladrillos, la pieza estrella de este espacio. Pueden explicar con soltura que son envases de plástico rellenos de un tipo de papel específico y que con ellos se puede crear madera plástica.  

Dicen que para hacerlos se necesitan botellas de plástico tipo PET, es decir, aquellas que son de Polietileno Tereftalato y que se usan comúnmente para envasar refrescos y agua. Que se deben rellenar y compactar bien con unas bolsas en específico “esas de chuchería que crujen”, precisan. Que luego de pasar por un cuidadoso proceso de fundición se pueden convertir en casas. Muestran, con orgullo, todos los que tienen ya listos. 

Han fabricado más de 500 ecoladrillos 

Sin embargo, los voluntarios no han podido aprender ese proceso de fundición. Ese trabajo requiere de un equipo específico que tiene un costo por ahora inalcanzable para este club.

—Nosotros no hacemos la madera plástica ahora, pero sí estamos tratando de conseguir una máquina para poder hacerlo. Para crearla, el plástico de los ecoladrillos se corta, luego pasa por una máquina de fundición y de ahí sale la madera plástica. Con eso se puede fabricar mesas, casas y hasta parques para niños, y no corre el riesgo de pudrirse –explica Gio.

Mientras tanto, los ecoladrillos sirven de base para hacer banquitos. Hasta ahora, los chicos han creado 10 de ellos.

Poco a poco más personas se acercan con los ecoladrillos ya listos para donarlos junto a los demás desechos. Aprendieron a hacerlos viendo los videos que Michelle y Gio comparten en las redes sociales.  

Parte de la misión de Recyclers es enseñarle a los demás cómo hacer en sus casas lo mismo que ellos realizan en el centro de acopio. Es por eso que los niños voluntarios ya tienen como su ABC el proceso de creación de los ecoladrillos, así como el de clasificación de los desechos.

Hace mucho que no necesitan instrucciones. Saben que las botellas donde se suele envasar cloro van separadas de esas donde se distribuye agua.

Lo que Chipi-Chipi y el resto aún no hacen es fundir las tapas de esas botellas para crear portavasos. Tampoco han dominado la ciencia de convertir las latas de cervezas en budares para hacer arepas, o las botellas de vidrio en delicados vasos. Pero están como observadores, siempre que la seguridad del proceso lo permite, cuando Michelle y Gio transforman estos materiales. 

Estos niños supieron del Club de Reciclaje por un vecino de su comunidad. Desde entonces ocupan las mañanas de sus sábados en clasificar y transformar desechos.  

Cada mes, entre 40 y 60 personas llevan sus desechos al centro de acopio

En Venezuela se genera diariamente unas 25.000 toneladas de desechos, según cifras estimadas por la ONG Vitalis. La mayoría se produce en la capital y, de acuerdo con las estimaciones de esta misma ONG, solo se recicla poco más del 10%.  

En los tres años de existencia de Recyclers han podido recibir y gestionar en el centro de acopio unas 15 toneladas de desechos que les llevan las personas de esa comunidad y de otros rincones de Caracas.

—Te das cuenta que las 15 toneladas recolectadas aquí no son tanto, pero nos enfocamos primero en crear conciencia y educación sobre el reciclaje en los colegios, donde no la hay. Eso es lo que nosotros estamos trabajando –dice Michelle.

Él es el líder de esta iniciativa. Desde pequeño se interesó por el reciclaje y ya como adulto, pasado los 20 años, hizo cursos online certificados para aprender y enseñar sobre reciclaje.

Todo su conocimiento lo comparte con Chipi-Chipi y los demás niños. 

Por el momento, asisten al centro de acopio alrededor de ocho niños, niñas y adolescentes. Pero esa cifra ha llegado a ser más del doble desde que activaron el centro.

Lograron sumar 20 voluntarios con edades entre 8 y 16 años 

—Estamos buscando beneficio general, ir estableciendo los espacios. Esta pared que está afuera fue pintada con fondos generados por este proyecto. Porque a través de varias cosas que hemos realizado hemos ido generando fondos que hacen sostenible o sustentable esto. 

Al principio, el Club de Reciclaje buscaba llegar a cada escuela de esa zona. Cinco centros educativos formaban parte del radio de acción de esta iniciativa, que tuvo que reducirse a un solo espacio por el necesario confinamiento debido a la pandemia. Desde las escuelas llegó a los hogares y así comenzaron a aparecer los niños y adolescentes.

—Uno le decía a un amigo y llegaban los dos el siguiente sábado. Es gracioso porque todos vivimos por acá cerca y algunos de ellos son primos pero no lo sabían. Se enteraron aquí –cuenta Gio.

Chipi-Chipi es voluntario desde hace seis meses, pero hay otros que tienen más tiempo. Una de ellas es Lorenys, o simplemente Lore. Estaba en cuarto grado cuando se unió a este grupo. Empezó a clasificar desechos que recolectaba en su comunidad durante los primeros meses de la iniciativa.

Ya Lore está en segundo año de bachillerato y aún va al centro de acopio. Hace chistes mientras lanza al contenedor unas tapas.

—Hemos visto la creación de los banquitos. Y hemos probado hacerlo con varios materiales. Una vez lo intentamos con desechos orgánicos, solo para probar. Pero no sirvió. Después Michelle dijo, y aclaró, que era mejor con los ecoladrillos –dice Lore con soltura.

Habla desde un asiento armado con cartones de huevos que ella y sus compañeros estuvieron apilando más temprano, cuidando que las esquinas estén alineadas. Están considerando ponerle alguna tela que les hayan donado y goma espuma para decorarlo y hacerlo más cómodo.   

—También nos llevaron una vez a una actividad en la que nos mostraron que el aluminio se podía transformar en otra cosa; que si en un sartén, un budare, un trofeo. Y eso es lo que me gusta.

Según expertos y algunas organizaciones como el Banco Mundial, cada persona en Venezuela produce entre 0.9 y 1 kilogramo de desechos diariamente. Michelle cree que esa cifra es cierta pero con variaciones que deben ser consideradas.

—Es bastante complejo tener una cifra debido a que no hay una data fiable en ningún ente gubernamental. Entonces, cuando sacas ese cálculo hay que considerar que no en todos lados se genera el mismo tipo de residuos. Por ejemplo, las personas con más poder adquisitivo consumen más cosas procesadas, por lo cual generan más empaques de plástico –explica.

En el municipio Sucre de Caracas, zona donde funciona el club, hay alrededor de 319.000 habitantes, según lo publicado por la Encuesta Nacional de Condiciones de Vida de 2021. Si se toma las cifras que estiman los expertos, unas 287,1 toneladas de desechos se producen a diario en ese territorio.

La labor de esta iniciativa cobra mayor relevancia cuando se considera que en toda Caracas solo hay un relleno sanitario habilitado para verter desechos, conocido como La Bonanza. También hay otro ubicado en Los Valles del Tuy, una zona vecina a la capital, que es usado para ese mismo fin pero no está oficialmente habilitado para ello.

Para tener más alcance e impacto, el equipo ha creado alianzas con diferentes empresas. Algunas que procesan el plástico. Otras son emprendimientos artísticos que requieren de ese material para decorar algún espacio, y también trabajan con los recuperadores que reciben los desechos y los llevan hacia las empresas.

Son los proveedores en algunas ocasiones y en otras el enlace.

—Todo el plástico y el papel que tenemos acá y no logramos transformar lo donamos a la industria. De esa manera evitamos la tala –explica Gio. 

Algunas de las cosas que se quedan en el centro de acopio ellos las reconstruyen con máquinas improvisadas o prestadas, y cuando es posible les muestran a los demás que también pueden hacerlo.

—Las fundiciones de tapas las hacemos manualmente con un horno artesanal que tenemos en casa. Ahí ingresamos el plástico dentro de un envase de aluminio, que evita que se pegue. Lo dejamos un tiempo según el tipo de plástico y luego lo sacamos, los ponemos en un molde y los hacemos portavasos.

Diseñaron 10 ecobancos con ecoladrillos y otros materiales

Este equipo trabaja arduamente para crear ecoladrillos, pero en Venezuela hay pocas industrias que se dedican a procesarlos, y la mayoría se encuentran en el interior del país, para quienes es poco rentable invertir en un viaje por unos cuantos kilos de plástico.

El club también se topa con otras limitaciones que han frenado su proceso de formación sobre el reciclaje. No han podido retomar la recolección de desechos dentro de las comunidades, como hacían antes, debido a que requiere de vehículos y personal con los que ellos no cuentan y no pueden pagar. Además, en 2021 el Estado catalogó como “material estratégico” el cartón, plástico y otros desechos, así que se requiere de unos engorrosos permisos para trasladarlos.

—Si tenemos un contenedor lleno de botellas de plástico, y bien aplastadas, el volumen es mayor al peso, y eso involucra entonces mover un camión. Es un gasto tanto de personal como del mismo camión –explica Michelle.

Encuentran el mismo obstáculo cuando quieren llevar a la industria todas las botellas de plástico que les acercan al centro de acopio para así poder obtener recursos y ayudar a acondicionar, con pintura e iluminación, el edificio de “La Técnica”.  

Tampoco han podido ampliar su rango de acción, porque requiere una logística e inversión importante con la que ellos no cuentan y que el Estado rara vez facilita.

A las demás escuelas de Campo Rico dejaron de asistir durante la pandemia y otras trabas les han impedido volver. Uno de sus principales objetivos es trabajar con niños para que desde pequeños aprendan sobre reciclaje, y la promesa de paseos a parques y playas para recolectar basura y jugar era lo más atractivo para ellos. Sin embargo, desde 2020 no han podido llevarlos.

A partir de ahí, son menos los voluntarios que se acercan al centro de acopio. Llegan alrededor de ocho y no asisten todas las semanas. Aunque hay cuatro o cinco de ellos que siempre se acercan.

—Vamos a intentar retomar las salidas al parque este año, porque después de la pandemia siempre hubo obstáculos para hacerlo, por el tema de la gasolina y el transporte.

Para los desechos orgánicos el Club del reciclaje tiene una finalidad clara: se convertirán en compostas para las plantas. En un rincón del salón hay una bolsa con unos cuatro kilos de cáscaras de huevo. En otro lugar, un envase con la borra de café que les donaron.

—Con el café hacemos abono orgánico. Con el huevo también. Estamos por empezar un taller de plantas para enseñarles a las personas cómo cuidar sus matas en casa y hacerlo con desechos orgánicos. Hacemos compostas para darle macronutrientes a las plantas –explica Gio. 

Los movimientos del club son un paso hacia una conciencia de reciclaje. Ellos han sumado a sus labores cada arista que en otros países de la región han logrado grandes resultados. Según el Banco Mundial, en 2019 en ciudades de México y Argentina se compostaban hasta el 10% de los residuos que se producían. En Venezuela la cifra es desconocida.

Las pocas empresas que en el país crean madera plástica incentivan a las personas a crear sus propios centros de acopio y luego llevarles el plástico tipo PET.  

Maderplasven es una empresa que crea madera plástica para distintos usos y reciclan unas 40 toneladas de plástico PET mensuales en el proceso. Cuentan con una iniciativa conocida como Puntos Verdes, que son centros de reciclaje en las comunidades a los que luego ellos les compran todo el plástico recolectado, que van desde botellas hasta sillas rotas.

Esos puntos verdes se encuentran en los Valles del Tuy, en el estado Miranda.

La organización Madera Plástica, ubicada en el estado Barinas, en el occidente del país, realiza una labor similar. Y al igual que el Club de Reciclaje, tienen un programa para enseñar en las escuelas de su comunidad.

Una señora conocida por el equipo llega al centro de Recyclers y deposita un ecoladrillo y otros materiales.

—Le metí un blíster accidentalmente pero ya sé que no debe tener. Lo vi en el video que subieron. Es que ese era el que tenía hecho desde antes, pero ya sé que no va –dice la mujer de unos 60 años.

—Tranquila. Está perfecto –le responde Gio.

Gio pone el ecoladrillo con los demás, en un mesón del centro de acopio cerca de donde está la pintura hecha con anime fundido. Ahí están todos los que han hecho o les han llevado este año. Los del año pasado los donaron a la ONG Öko Spiri para armar un árbol de navidad gigante con botellas de plástico.  

En otro lado del salón, Michelle sigue recibiendo llamadas de quienes esperan a las afueras de “la Técnica”, para que Chipi-Chipi u otro miembro del equipo se acerquen con la carretilla para cargar todo lo que traen. Y así, van sumando de sábado a sábado para completar más toneladas de material para reciclar y transformar.