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Boté mis cedés viejos de música, los quemados. Fueron al menos diez años de búsquedas entre buhoneros, points específicos, amigos con música específica. Sí, no pasaban de sesenta gigas, los cuales hechos de policarbonato alcanzaban unos seis kilos , más de la mitad de lo que pesa una computadora PC común… Pensé entonces, durante el “grosor” de las siguientes líneas, acerca de otro ciclo que se cumplía.

Los casetes son casi piezas de museo. Quienes estamos cerca de los treinta años, más o menos estamos familiarizados con ellos. Sin embargo, no está ahora en nuestro concepto de escuchar música, ni el devolver la cinta, ni el voltear el cassette, ni (¡cuánto dolor de bolas!) grabarlo en tiempo real, de lado y lado, lo cual sería una tarea cavernícola para estos días de música digital, compresión de datos, de Kbps, que en relación con el futuro también se vendrán a menos, sí, devaluados.

Más atrás quedó el tocadiscos familiar Intertrón que aún conservo con mucho celo en mi cuarto, al que regularmente saco del silencio con su aguja que emite un rasguido acogedor de antesala a las canciones de tantos muertos que grabaron acetatos que he comprado, con sus carátulas enormes, con su olor a dormido, un poco para vivir lo que vivieron miles de Jazzeros cual Club de La Serpiente. Fetichismo puro pues.

Los ochenta minutos de música del cedé habrían sido en años de mi infancia un gran salto por su lectura óptica, pero no mayor que su ubicuidad en el archivo completo. Saltar las pistas no fue más que un sueño colectivo hecho realidad. Sólo inicios ante ojos inocentes, y ante nerdsy geeks insurgentes en el mundo.

Esta suerte de espiral ascendente de tecnología que se supera a sí misma la ha vivido mi generación más comprimida que en otras anteriores, y más amplia que en otras posteriores. De forma que las nuevas no han percibido el término underground como el romántico movimiento de intercambio de música, o información, en sitios ocultos al mainstream, y al mismo tiempo la internet 2.0 abre las puertas de la información sin fronteras, a estaciones de tren siempre activas, siempre fluidas.

No me deja de resultar fascinante clickear y bajar música de cualquier clase, aunque como me diría un buen amigo, el destapar un CD nuevo es un acto de culto. Disfrutar del concepto en físico es otra experiencia, estamos de acuerdo, pero es inminente el campo por ganar de la digitalización (gigas, teras, nanos…) ante la nostalgia de tecnologías, menos prácticas, más cercanas al under y más románticas.