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El cine Paramount que quedaba en Maiquetía, justo al lado de la iglesia San Sebastián ya no existe. En su lugar construyeron hace muchos años una tienda departamental. Cuando esto sucedió, no le cayó en gracia la noticia a la gente en La Guaira, ese región del litoral central venezolano ubicada en el estado Vargas.

El cine es un elemento importante para el tiempo libre. No hace falta ser cinéfilo para que te guste. A casi todo el mundo le agrada la idea de desconectarse de su propia vida, al menos por dos horas, y comenzar a soñar con historias ajenas.

En La Guaira, dieciséis años atrás, había más de dos cines, pero los principales, a los que más acudía la gente, por su estructura y ubicación, eran el Paramount y el Costamar. Casualmente quedaban relativamente cerca uno del otro, en la parroquia Maiquetía.

Cuando había un estreno, la cola para entrar era enorme. Sobre todo el día lunes, que siempre ha sido popular. Ni en el Paramount ni en el Costamar se vendían esos “combos” que ahora existen en las grandes cadenas. Nadie comía perro caliente, tequeños o pizza en las salas, ni las cotufas eran tan grandes. Todo era más bien sencillo, pero no por eso menos atractivo.

A la hora de la proyección del film, las salas siempre se encontraban relativamente llenas. No recuerdo una sala vacía, lo cual prueba que a los varguenses les gustaba ir al cine. Con el tiempo esa costumbre se perdió (ya no existe ni una sala de cine en toda la entidad), como tantas otras, pero esa es otra historia.

Algunas de las películas que más disfrutaban los habitantes de Vargas eran las de acción. Si el protagonista era Jean-Claude Van Damme, Mel Gibson o Sylvester Stallone, las salas siempre estaban llenas.

Recuerdo muy bien cuando estrenaron Hard Target (1993), protagonizada por Jean-Claude Van Damme, llamada en español Operación Cacería. Ese día, el cine Paramount contaba con un lleno casi total. Era un día de semana cualquiera, quizás un miércoles, quizás un jueves, a la hora acostumbrada de la función estelar: las cinco de la tarde.

Cuando se es fanático de algo se está predispuesto favorablemente y es muy difícil que ese algo te decepcione. Creo que eso sucedía con las películas protagonizadas por Van Damme en Vargas: todo el mundo entraba a verlas con absoluta felicidad. Eso se podía saber por los comentarios previos antes de entrar a la sala. Gente joven en su mayoría, adolescentes excitados, esperando el comienzo de una historia que, aunque predecible, parecía emocionarlos.

Desconozco el éxito o fracaso que tuvo Hard Target en la carrera de Van Damme. Creo que se hizo mucho más famoso por Timecop, Doble Impacto, Soldado Universal, Sin Escape, Kickboxer o Muerte súbita, entre otras tantas que lo hicieron una súper estrella del ya casi extinto –vilipendiado quizás con razón, tal vez por prejuicios- cine de acción. Sin embargo, Operación Cacería fue un éxito en Vargas. Al menos esa tarde, hace ya como dieciséis años atrás.

La premisa de Operación Cacería es sencilla: un grupo de hombres “poderosos” han creado una empresa cuyo servicio fundamental es permitir la cacería humana. Natasha (la chica de la historia) va a Nueva Orleans a buscar a su padre y lo encuentra muerto: ha sido una de las presas en el juego de la cacería. Antes de conocer su paradero, Natasha contrata a Chance (Van Damme) quien es un ex miembro de la marina.

De allí en adelante comienza una rutina predecible (¿es una película de acción no?). Patadas, disparos, muertos, explosiones, saltos, kárate y acrobacias realizadas por Van Damme, quien armado de su experiencia en Kickboxing y Full-Contact sale al ruedo a acabar con los malos. Una historia vulgar, trillada, predecible quizás, sin embargo, recuerdo que esa tarde en el Paramount nadie guardaba silencio: todos aplaudían o comentaban favorablemente cada escena, sin importar interrumpir el ritmo de la proyección. Quizás el atractivo del film radicaba en la identificación con la figura del héroe de acción o simplemente el entretenimiento que trae consigo ver la realización de lo imposible en la gran pantalla.

Al final de la función, la sala abarrotada se vino abajo en aplausos. A lo mejor fue un gesto pueblerino y visceral, pero también placentero y quizás eso es lo único que cuenta.