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Autodidacta y apasionado por el diseño, Samuel Schoenberger, se siente como un caraqueño universal. Su proyecto Iconos Venezolanos le ha permitido experimentar con su creatividad y trascender, como él dice, para conectarse emocionalmente con sus raíces.

[Samuel Schoenberger, 24 años. Diseñador gráfico e ilustrador. Creador de Iconos venezolanos. @sschoenberger @iconosvenezolanos]

“Cuando estaba en cuarto año de bachillerato había un instituto de diseño que quedaba muy cerca de mi colegio y que siempre me llamaba la atención, por el espacio y la gente: Prodiseño. Me atrajo la idea de estudiar ahí porque desde pequeño he sido un ilustrador afanado. No soy el mejor ni puedo hacer un retrato parecido a una fotografía pero me gusta expresarme a través del dibujo. Ellos estaban haciendo campamentos de verano; al terminar el cuarto año me inscribí en los talleres. Era puro diseño gráfico para principiantes. El objetivo era una feria vocacional para mostrar todas las áreas de diseño: de sonido, animación, editorial, ilustración. Te llevaban a imprentas, agencias, museos, para que vieras la dinámica y descubrieras tus intereses.

Prodiseño era algo difícil de costear por eso, de las cuatro semanas que duraba el campamento, yo tomé solo dos. Mi papá no vive con nosotros, así que mi mamá lo llamó y le contó y él me financió una semana. Mi madrina de confirmación que es amiga de mi mamá escuchó la historia y ayudó a mi mamá a pagar la mitad de la segunda semana. Para mí fue una experiencia enriquecedora, uno de los mejores regalos que me han podido hacer. Lo disfruté muchísimo y ahí comenzó todo.

Al terminar el bachillerato vino el conflicto familiar de que debía tener un título avalado por el Ministerio de Educación. Terminé estudiando arquitectura en la universidad José María Vargas, en Los Dos Caminos. Solo llegué al cuarto semestre de la carrera porque me di cuenta de que no formaba parte de mis intereses, yo ya me había enamorado de Prodiseño.

Conseguí trabajo en una empresa pequeña donde me pagaron un curso de ilustración. Aprendí muchísimo, estaba explotando al máximo mi potencial. A partir de ahí me convertí en un autodidacta. Me la pasaba en internet viendo tutoriales, supe cómo instalar programas, hice otros cursos y lo disfruté tanto. Fue como tener un PlayStation 10 y matar la fiebre todos los días.

Queda la tarea pendiente de graduarme, es un compromiso familiar. Ya llevo ocho años de experiencia laboral pero igual planeo estudiar cuando mi bolsillo y mi tiempo lo permitan. Haré alguna carrera aquí en España, donde estoy ahora, porque descubrí algunas variantes que me llaman la atención. Con Iconos venezolanos he tenido la cabeza metida en los negocios y creo que puedo enfocarme en el dinero y el diseño. Sería increíble.

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Iconos venezolanos empieza en el año 2014, como un proyecto personal de Behance y una cuenta de Instagram. Yo buscaba resaltar la identidad gráfica venezolana.

En el momento en que Iconos nació, el país tenía una gran división política y social del que muchos fuimos víctimas. Mi objetivo era demostrar que a pesar de las diferencias podemos ser un país igual de bueno y echado pa’ lante que los de primer mundo.

De ahí parten los valores de Iconos venezolanos, de integrarnos a todos en una sola comunidad como hermanos y apoyarnos, verle el lado positivo a las cosas, apreciar más lo bueno porque nos enfocamos mucho en las malas noticias. Hay pequeñas cosas durante el día que nos pueden levantar el ánimo, premios de venezolanos que no fueron reconocidos porque las noticias difíciles las opacan y creo que eso es injusto.

Hay premios de diseño, de música, gastronómicos que no tienen la misma atención que un Miss Venezuela o una temporada de béisbol. No tengo nada en contra de eso, pero creo que esos pequeños reconocimientos también son un triunfo para el país.

Así empezó este trabajo, experimentando con el diseño y la cultura visual, divirtiéndome con lo que hacía y aprendiendo algo nuevo cada día. Escalé a una posición donde medianamente puedo vivir de lo que hago. Aun así me mantengo inventando, investigando, probando tendencias, texturas, programas.

Descubrí que los seguidores tienen una gran influencia. Por eso me dedico a compartir lo que hago o algunos descubrimientos que me gustan mucho y sé que le pueden servir a alguien más. Eso me hace feliz.

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Al igual que a muchas personas, la pandemia ha cambiado mi presente y futuro por completo, tanto mis planes como mi presupuesto. Sentí que el tiempo se estaba deteniendo y lo usé a mi favor. Antes la gente, el arte y la tecnología iban a una velocidad abrumadora y yo sentía que me quedaba atrás con todo lo que quería hacer. Solo tenía tiempo para trabajar, pero al comenzar la cuarentena me di un tiempo y aproveché de terminar proyectos pendientes, actualizar mi portafolio y hacer otras cosas a las que no les había dado chance en otros momentos. Fue productivo.

Soy una persona que necesita tener una meta o un objetivo para levantarse de la cama todos los días.
Hace años tenía la idea de salir de Venezuela porque tengo hambre de conocer el mundo, la cultura visual, a colegas de otras nacionalidades. Estuve dos años planeando este viaje que hice en marzo de 2020. No tenía fecha establecida, solo se dio y al llegar a España comenzó la cuarentena. Ha sido un gran aprendizaje: una pandemia, una cultura nueva y un mundo nuevo. El tiempo del viaje es impredecible pero sí tengo planes de regresar a Venezuela, quiero estar entrando y saliendo. Mi decisión fue salir a conocer muchos países para expandirme, crecer, conocer y codearme con otros competidores en el área.

En Venezuela me motivaba el hecho de que todo lo que veía me parecía extremadamente original y único, y eso me hacía feliz. Por ejemplo, las locuras que se puede inventar un venezolano con la comida o su forma de resolver las cosas. Me gustan las camioneticas porque se han transformado culturalmente y mucha gente no lo sabe: la decoración, el recorrido que hacen, la música que ponen siempre, el estilo de vida dentro de una camionetica. Igual con los motorizados, los pueblos de playa, la montaña… Me gustan los personajes que hay en Venezuela, me enriquece por completo. Si sabes apreciar a Caracas vas a ver toda su cultura visual y musical, una cantidad de cosas nutritivas para la vista y para el alma, no solo en los museos sino en cada calle de la ciudad.

Lo mismo ocurre con otros lugares del país. Conozco Caracas y La Guaira de punta a punta. He visitado Los Teques, Higuerote, Valencia, Maracay, Barquisimeto, Maracaibo, Barinas –porque tengo familia allá–, Guárico, Mérida, Falcón, Margarita –porque pude ir casi todos los años–. También vi la unión entre el río Orinoco y el Caroní en Bolívar y fue alucinante; uno de los viajes más importantes que hice fue el Encuentro Nacional de Estudiantes de Diseño (ENED) en San Felipe, Yaracuy. Allí sentí un verdadero amor por esta carrera y la comunidad de diseño venezolana. Uno de mis últimos viajes fue a los carnavales de Carúpano en Sucre, una experiencia brutal.

Debes dejarte asombrar. Permitirte la capacidad de asombro cada día, eso es lo que te hace un buen filósofo. Con esa frase de El mundo de Sofía me permitía ver la ciudad de una forma diferente, así descubrí diariamente una Caracas que no conocía aun cuando es mi ciudad natal. Todos mis amigos viajaban a Europa, yo tenía muchas ganas de hacerlo pero no podía así que me permití viajar dentro de Caracas y fue alucinante.

Ahora vivo en Madrid y todos los días veo cosas nuevas. Me sorprendo con lo más simple y me enriquece en todo sentido. Las texturas que puedo usar para mi trabajo, los estilos de la gente, las fotos que tomo en la calle, las estaciones del año. Algo muy atractivo es que estoy en la cuna del diseño y eso me ha permitido nutrirme más.

No existe un proceso escrito que siga al pie de la letra pero puedo resumirlo en: buscar referencias, rayar, aclarar la idea y digitalizar para darle forma. Ahora dibujo menos que antes porque lo paso de una vez a digital y voy amoldando, es mucho más fácil experimentar con formas en la computadora. Todo consiste en ensayo y error, probar, recolectar información de cosas que me gusten, anotar ideas, ver muchos estilos y recrearlos para ver cómo van fluyendo. Hay días que no consigo luz, debo salir, hacer otra cosa, dejarlo por una semana, escuchar música. Todo es inspiración si lo ves con los ojos adecuados.

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Desde hace un par de años tengo la meta de generar un punto de venta global para Iconos. Veo la necesidad de trascender el proyecto a algo físico, algo tangible y utilitario. Me encantaría ver mi trabajo en diferentes objetos y medios y que sean accesibles. Quiero un punto de venta online, lanzar la página web de Iconos para que los venezolanos de todo el mundo puedan tener el producto con la misma calidad y sin comisiones de envío.

El plan es generar ingresos para financiar ideas, todas las locuras que tengo, hacer productos con objetos reciclados, probar nuevos materiales. No quiero que se malinterprete lo de vender con una insaciable sed de capitalismo y sacarle dinero a la gente, no. Yo quiero poder darles a ellos una parte de mí, de lo que he hecho, de lo que me apasiona a cambio de seguir manteniendo vivos nuestros Iconos venezolanos.

He sido muy afortunado de conseguirme con personas que no solo tienen fe en mí sino que se transforman en una parte importante de este proceso. Mi mamá todos los días está conmigo. También he contado con la ayuda de Francisco Soares, Marcelo Volpe, Carlos Espitia, Robert Veiga, Erika Dieguez, Karen Cortez, Alfredo Ruiz y Victoria Luna.

A veces no te das cuenta de lo que puedes extrañar hasta que no estás. El estar sentado con mi familia en la sala, planear un producto nuevo con mis colegas, salir y hablar con mis amigos, la comida de la casa de mi novia, los chinos de Altamira, la cerveza y extraño muchísimo el casabe. También extraño comerme un golfeado o un pan de guayaba, aunque sé que pronto volveré para disfrutar todo eso.
Son etapas, siento que estoy viviendo mi sueño. Aprendí a trabajar y hasta el sol de hoy todo lo que he logrado ha sido gracias a mi curiosidad y este amor que le tengo al diseño”.