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Poner gasolina subsidiada en Venezuela se ha vuelto una actividad de horas. Un tiempo de espera en la que algunos comen, trabajan, ven películas, duermen y hasta se colean

A ver, llegué a las seis, pero tengo reunión de trabajo a las 8:00 am, menos mal que con la cuarentena ahora nos reunimos por videoconferencia, porque de aquí no me voy a mover. Mientras espero reclino el asiento, me quito los zapatos y me pongo lo más cómodo posible.

―Buenos días, Carlos… ―me saluda mi jefa mientras se acerca a la pantalla sin terminar la frase― ¿Qué haces metido en el carro? ¿Estás manejando?

―Ojalá. Hoy me toca echar gasolina ―explico― y por eso me conecto desde aquí.

―Bueno, por lo menos será la primera reunión por ZOOM en la que no estás en pijamas ―dice y comienza a reír.

―Ni loco ―le respondo―, yo me quité los zapatos hace como dos horas y ando en shorts de domingo.

Foto Carlos Bello

Enciendo el carro, piso el clutch, el freno, pongo primera, acelero un poco, avanzo, piso el clutch, el freno y apago el carro.

Luego de casi una hora, la reunión termina, pero la espera continúa. Anaís ―mi novia― trajo “provisiones de guerra” o un desayuno de campeones, como diría mi mamá.

Sin embargo, esta situación no es para nada de ganadores. Llevo cuatro horas de cola y sé de personas que están aquí desde anoche, para poder pagar la gasolina a 5.000 bolívares por litro o 0,004 dólares. O te puedes ahorrar la cola pagando a precio internacional lo que sería 0,5 dólares por litro.

―¿Carlos, y si ponemos gasolina internacional? ―me pregunta Anaís―. Así no se hace cola.

―Eso sería pagar al menos 10 dólares por 20 litros, que es más o menos lo que necesito.

Foto Carlos Bello

Después del desayuno avanzamos unos 50 metros. Veo por la ventana a una pareja de guacamayas que sale volando como un par de adolescentes luego de ser descubiertos besándose. Los veo, mientras garren y agitan sus alas cada vez más lejos.

―¿Y si vemos algo en Netflix? ―dice Anaís―. Ayer descargué los capítulos que nos faltan de la serie gringa que nos gustó.

Pongo el teléfono en el tablero del carro y vemos uno, dos, tres capítulos y el maratón continúa. 

Pensar que no puedo venir mañana, este desorden tiene orden, puedes echar gasolina el día asignado por el terminal de la placa de tu carro, o sea cada cuatro días. Ayer pusieron los que tienen placas con terminales 1 y 2, hoy ponemos los que terminamos en 3 y 4, mañana los 5 y 6. Y todos los días los que se colean.

Enciendo el carro, piso el clutch, el freno, primera, acelero, avanzo, clutch, freno y apago.

Foto Carlos Bello

Salimos del carro para respirar aire fresco y estirar las piernas, entonces vemos a algunos de nuestros compañeros de cola, y sabemos que nos vemos como extraños. Somos de los pocos con tapabocas, los que salen por primera vez del carro, que no se aglomeran para conversar y además vestimos como si fuéramos a la playa.

―Buenas tardes ―saludo de lejos a un grupo de choferes que está reunido bajo la sombra de un árbol―, está dura la cola hoy, ¿no?

―Bueno ―dice mientras hace un ademán de saludo con la cabeza―, ayer la estación de servicio trabajó hasta las tres de la mañana. 

―Que esperanza la del pobre ―me dice mi novia en voz baja―. Vamos a ver qué comemos porque todavía nos falta un buen rato.

Vemos hacia los lados y ningún local está abierto. Es semana de cuarentena radical por la pandemia del covid-19 y nosotros tenemos hambre, pero mejor esperamos un poco ya que si no logramos poner gasolina en esta bomba, hay que pagarla en dólares.

Foto Francisco Touceiro

Pienso que pedir comida por delivery sería lo ideal, no sería la primera vez, y entonces veo a un oficial de la Guardia Nacional Bolivariana pasando por los carros de la cola y le digo a Anaís:

―Este ya nos va a decir que se acabó la gasolina.

Nos quedamos en silencio y vemos como la figura del uniformado se acerca, poco a poco y de carro en carro hasta estar frente a nosotros. Sin tiempo para un saludo lo escuchamos escupir una sola palabra.

―Cédula.

Se la entrego y la une al grupo de documentos de identidad que tiene en las manos, como si fueran una mano de cartas. Él continúa por la fila de vehículos que llevan inmóviles ya casi una hora.

Es extraño sentir alivio porque retengan mi cédula cuando es un delito de 48 horas de arresto, señalado en la Ley Orgánica de Identificación, pero los que ya hemos hecho cola sabemos que si te piden la cédula de identidad estás dentro del grupo que va a poder echar gasolina.

Entramos al carro.

Enciendo, clutch, freno, primera y acelero, avanzo, clutch, freno y apago.

Desde aquí veo la estación de servicio, el atardecer y a Anaís durmiendo en el asiento de copiloto.

Foto Carlos Bello

También observo a la camioneta Ford Runner 4×4 que llegó hace menos de 10 minutos y acaba de entrar.

Dentro de la estación, veo al conductor bajarse e ir directo a hablar con un hombre al que solo se le pueden ver los ojos, y que porta un arma larga, pero en su vestimenta negra y camuflada no hay ninguna insignia que lo identifique como un miembro de algún cuerpo de orden público.

Foto Carlos Bello

Enciendo, clutch, freno, primera, acelero, avanzo, clutch, freno y entro a la estación de servicio.

El bombero me pregunta cuantos litros le voy a poner al tanque y entonces dudo. ¿Cuántos? Diablos, si le pongo más de la cuenta voy a perder litros, y si me faltan unos cuantos el tanque no me rendirá lo que necesito. Y entonces mi cabeza comienza a trabajar.

—Si este tanque carga 40 litros y está un poco más debajo de la mitad, entonces necesito un poco más de 20 litros. Listo lo tengo —me digo.

Foto Anaís Marichal

Veo el  ―Ponle 22 litros ―digo tan seguro como ingenuo―, por favor.

Acto seguido el bombero me extiende el aparato donde se registra el consumo del cupo de gasolina mensual o “el biopago”, como él lo llama.

Litro a litro, el surtidor de gasolina llena mi tanque y las 8 horas de cola rinden su fruto. Todo va bien, enciendo el carro y veo que son las 2:15 de la tarde, pero no es lo único que veo. Cinco litros, faltaron cinco aproximadamente y ya no puedo volver a pasar el biopago.

Foto Carlos Bello

―No, hermano, si quieres haces la cola otra vez ―me dice el bombero mientras le hace señas al carro que tengo atrás para que avance.

Clutch, freno, primera, acelero y salgo de la estación de servicio.