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Texto Alfredo Morales y Juan José Cabriles Fotos Rommel Ridell

Fiorella, Rommel y su mascota Violeta vivieron momentos de desesperación cuando el lodo comenzó a inundar su casa, tapiando todo. Con un embarazo de ocho meses, y sólo con lo que vestían ese 9 de septiembre, quedaron damnificados por los destrozos que dejó la crecida de los ríos y quebradas en el sector El Piñal, en el estado Aragua. Después de 33 años de aquella tragedia en la misma zona, los vecinos aún le temen a los estruendos de las lluvias. Con esta crónica, iniciamos una serie de historias sobre la última furia del río El Limón

Es miércoles y los vecinos de El Limón comienzan a gritar cuando la lluvia se hace más intensa. La tempestad toma cada vez más fuerza. Un nuevo estruendo, ahora dentro de la casa, asusta a Fiorella González. Todas las conexiones eléctricas explotan. “¡Voy a morir electrocutada!», piensa mientras trata insistentemente de abrir la puerta de su casa.

Es 9 de septiembre de 2020 y Fiorella está recostada en su cama viendo en televisión el Tour de Francia, la famosa competencia de ciclismo. Son las dos de la tarde y la acompaña Violeta, su perra. Allí viven, donde casi ocurre otra tragedia: en el sector El Piñal de El Limón, en Aragua, en la región central de Venezuela.

Más temprano había llamado a su esposo que estaba en Calabozo, en Guárico, para contarle que estaba bien. Violeta le lamía la mano y Fiorella la acariciaba. Con la mano libre se frotaba la barriga de 32 semanas de embarazo.

15 minutos después un estruendo la interrumpe. Fiorella nota que afuera está oscuro y empieza a lloviznar. La perra se agita, ladra y comienza a correr dentro del cuarto, asustada.

«Algo está ocurriendo», piensa Fiorella.

Se levanta de la cama y cuando llega a la sala escucha que el río pasa justo frente a su casa, a centímetros de distancia de ella. Camina hasta la puerta y comienza a dar pasos sobre agua marrón que luego se convierte en barro. Logra destrabar la puerta pero no la puede abrir porque algo muy fuerte la presiona.

Sin escapatoria, se agarra la barriga pensando que va a parir.

Fiorella González -30 años de edad, ama de casa- y su esposo Rommel Ridell -55 años, distribuidor de dos droguerías en Guárico y Apure- se mudaron hace tres años a esa casa ubicada en la avenida principal de El Limón. Un espacio pequeño y cómodo para la pareja sin hijos y sin pretensiones de tenerlos porque ambos tenían problemas de fertilidad.

***

La inundación se inicia hacia las dos y media de la tarde.

Fiorella vive ese instante en cámara lenta. Siente los segundos como minutos y los minutos como horas.

Fiorella vive ese instante en cámara lenta. Siente los segundos como minutos y los minutos como horas.

Pero el instinto de supervivencia es más fuerte y la ayuda la agilidad que le dio formar parte del equipo ciclista Limón Bike. —¡Óscar, Alejandro, ayúdenme! ¡Mi hijo! ¡Vamos a morir aquí dentro! —grita con voz desgarrada. Cuarenta minutos antes, los vecinos habían advertido que “algo feo” ocurría en la montaña porque apenas se veía, se había nublado completamente. Alrededor de las dos, llamaron por teléfono a Fiorella y a Rommell pero el aguacero afectó las comunicaciones. Óscar y Alejandro son vecinos y están junto a otros residentes de la zona montados en la pared de una jardinera, desde donde lograron escuchar los gritos de Fiorella. —¡Auxilio!, ¡auxilio!, ¡auxilio, nos morimos!

Ya el lodo le llega a las rodillas y Fiorella no logra moverse. Los nervios le hacen pensar que va a dar a luz cubierta de barro.

Ya el lodo le llega a las rodillas y Fiorella no logra moverse. Los nervios le hacen pensar que va a dar a luz cubierta de barro.

Afuera los vecinos ven cómo dos quebradas de la zona desbordan su cauce natural y transforman la avenida principal de El Limón en un río embravecido que arrastra rocas, palos y sedimento de la montaña del Parque Nacional Henry Pittier. Esperan unos minutos que baje la furia de la corriente para rescatar a la embarazada.

—¡Tranquila, cálmate, ya estamos aquí! —exclaman, mientras luchan contra la fuerza del agua para llegar a la casa.

El barro cubre la mitad de la puerta que abre hacia afuera. Está obstruida.

—Hay que buscar una palanca y que vengan más hombres a ayudar —dicen los vecinos para calmarla.

Consiguen a dos vecinos más y un palo. Entre cuatro personas fuerzan la puerta desde la parte superior. Sacan a Fiorella que tiembla de miedo. La cargan y la suben a una reja, son casi las tres de la tarde. Pero la perra se queda adentro de la casa. 

Fiorella, en medio de la desesperación, ve que al lado de una casa hay un autobús estacionado cerca de un techo. Le dice a los vecinos y entre todos se suben allí. La señora Rosa, su vecina de al lado, le hace una pata de gallina y la ayuda a impulsarse. Luego, embarazada salta hacia una platabanda y llega al segundo piso de una casa donde todos se resguardan. 

Ya no llueve pero el río sigue bajando por la avenida principal de El Limón arrastrando ahora vehículos, colchones y lavadoras. 

Fiorella escucha que Violeta ladra. 

—¡Está viva! ¡Debo bajar y buscarla! 

—Vamos a buscarla —dice Óscar.

—¡Hay que rescatarla, hay que salvarla! Violeta ha sufrido mucho y no merece morir así —pide Fiorella. 

Hace ocho meses, Fiorella y Rommel consiguieron a Violeta en la calle, anémica y desnutrida. La llevaron al veterinario y lograron recuperarla. Desde entonces se convirtió en su compañera inseparable.

Después de varios empujones, logran entrar a la casa. Hay tanto barro que es muy difícil caminar, los pies se sumergen en el agua marrón y se hacen muy pesados. Los pañales que había comprado hasta la talla XG se dañaron, la ropita del bebé quedó regada en todo el piso llena de lodo.

Lo que Rommel y Fiorella compraron en ocho meses para su hijo está arruinado.

Lo que Rommel y Fiorella compraron en ocho meses para su hijo está arruinado.

La perra está sobre la cama, muy agitada, ladra con fuerza. No quiere salir. Está en shock. Oscar y Alejandro la cubren con una manta y la sacan del lugar. Al comienzo no reconoce a su dueña y le ladra. Luego se calma. «Estamos vivos», piensa Fiorella mientras frota su panza para sentir cómo está Rommel José, el primer hijo de ella y su esposo que ven “como un milagro” porque habían perdido la esperanza de tener un bebé.

Tres horas después de que comenzó la inundación, llega Rommel. Fue tanta su desesperación que apenas recibió un mensaje del deslave se regresó a Aragua en un viaje que le llevó tres horas y media, aunque en condiciones normales pueden ser más de cuatro, desde Calabozo. Ese día “Dios le abrió los caminos” —recuerda— y lo hizo invisible a las alcabalas en la vía.

Cuando Rommel ve a Fiorella la abraza y rompe en llanto.

***

Esa noche Fiorella, Rommel y Violeta durmieron en un colchón inflable en el porche de la casa. Tenían miedo de dejar la casa sola para evitar que alguien robara lo poco que se había salvado.

Esa noche Fiorella, Rommel y Violeta durmieron en un colchón inflable en el porche de la casa. Tenían miedo de dejar la casa sola para evitar que alguien robara lo poco que se había salvado.

Ella no pudo dormir reviviendo como una película lo que había vivido en menos de una hora. Ahora viven a dos cuadras de su antiguo hogar, aún en El Limón, en la casa de los padres de su esposo que no sufrió daños por el deslave. Cada vez que escucha un trueno o siente que comienza a llover, su corazón se acelera y se agita su respiración. —Tengo miedo de que se repita y no logremos sobrevivir.

33 años después

Cada agosto y septiembre, los habitantes del municipio Mario Briceño Iragorry, en Aragua, recuerdan la tragedia de El Limón. Este 6 de septiembre se cumplieron 33 años de la inundación en la que murieron unas 100 personas, miles quedaron damnificados y cientos desaparecidos.

Protección Civil y los Bomberos de Aragua se declararon en alerta ese día ante el desbordamiento de las quebradas El Manguito, Capuchinos y el río El Limón. En total, siete comunidades fueron muy golpeadas por la inundación, entre ellas: La Ceiba, Corral de Piedras, El Piñal, Caja de Agua, El Progreso Arias Blanco, de la parroquia El Limón, y La Candelaria, de la parroquia Caña de Azúcar.

En el municipio Mario Briceño Iragorry viven más de 171.000 personas, según el último censo del año 2011.

El alcalde Brullerby Suárez informó que 385 familias fueron afectadas por las inundaciones del 9 de septiembre y 334 viviendas quedaron comprometidas en su estructura, mientras que 35 fueron destruidas.

33 años después

Cada agosto y septiembre, los habitantes del municipio Mario Briceño Iragorry, en Aragua, recuerdan la tragedia de El Limón. Este 6 de septiembre se cumplieron 33 años de la inundación en la que murieron unas 100 personas, miles quedaron damnificados y cientos desaparecidos.

Protección Civil y los Bomberos de Aragua se declararon en alerta ese día ante el desbordamiento de las quebradas El Manguito, Capuchinos y el río El Limón. En total, siete comunidades fueron muy golpeadas por la inundación, entre ellas: La Ceiba, Corral de Piedras, El Piñal, Caja de Agua, El Progreso Arias Blanco, de la parroquia El Limón, y La Candelaria, de la parroquia Caña de Azúcar.

En el municipio Mario Briceño Iragorry viven más de 171.000 personas, según el último censo del año 2011.

El alcalde Brullerby Suárez informó que 385 familias fueron afectadas por las inundaciones del 9 de septiembre y 334 viviendas quedaron comprometidas en su estructura, mientras que 35 fueron destruidas.