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Ilustración Betania Díaz

La adrenalina de ir por la noticia los puso en medio de un tiroteo. Un grupo de reporteros subió a la Cota 905 el pasado 26 de julio y quedaron atrapados en un enfrentamiento entre delincuentes y policías. Fueron testigos de cómo la «zona de paz» se convirtió en un escenario de guerra. Esta es una crónica de lo que se siente sobrevivir a una balacera

 

Estoy bien. Estoy bien. Si les llega el rumor de algo, estoy bien.

Estaba nublada. Su mente. También su voz.

Con un nivel de pánico que no le permitía caminar ni unir palabras, una de las reporteras atrapadas en medio de la balacera alcanzó a enviar ese mensaje a su medio a través de un grupo de WhatsApp. La mujer estaba arrodillada y se cubría con una puerta a la que ya habían atravesado tres impactos.

El miedo y la incertidumbre se adueñaron de un grupo de prensa aquella mañana del 26 de julio, día en que el Cuerpo de Investigaciones Científicas Penales y Criminalísticas (Cicpc) incumplió lo que ordena el trato de las “zonas de paz” y se enfrentó con la banda de ‘el Coqui’, la mandamás de la Cota 905, uno los barrios humildes más emblemáticos del centro de Caracas. Cuatro reporteros, acompañados de un grupo de fotógrafos, camarógrafos y choferes de prensa ávidos de la noticia, quedaron en medio de un tiroteo entre uniformados y delincuentes. 

Somos prensa, somos prensa. No disparen, no disparen.

Las detonaciones cesaban solo por segundos y luego arreciaban. Los delincuentes tenían marcados a los funcionarios que se encontraban a menos de 20 metros de donde estaban escondidos los reporteros. El nivel de alteración subió cuando un funcionario cayó herido. Le dispararon en la mano. Un sentido de desamparo mayor surgió cuando los propios policías pidieron a los periodistas que solicitaran refuerzos, pues no tenían radios. 

Los malos les roncaban en la cueva y las balas escaseaban.

Tras esa escena, se asomó una peor. 

Tengan cuidado porque es posible que nos lancen una granada. Saben dónde estamos —gritó un policía.

Quienes fueron a cubrir la historia quedaron conmocionados. Luego del alarmante anuncio, los únicos escudos que tenían para resguardarse eran carros a medio armar y repuestos viejos, al quedar atrapados en un taller que estaba en la vía. Los más nerviosos se ubicaron dentro del baño del mecánico, una pieza cubierta por un techo de madera y no de zinc.

Transcurrió una hora de batalla campal. Al ver que el tiroteo no cesaba, las lágrimas empezaron a brotar de los ojos de dos de las periodistas allí atrapadas. Los hombres también flaquearon, aunque querían, no podían evitar exhibir el miedo. Minutos antes habían escuchado el estruendo de una granada. Una detonación que puede volver loco a cualquiera.

La desesperación se hizo presente. Nadie sabía qué pasaba, pero sí imaginaban lo que podía pasar. La mente les jugaba una mala pasada y no venían los refuerzos.

*

La mañana se hacía ligera. No había mucha tragedia que reseñar ese viernes. Los periodistas de la fuente de sucesos echaban cuentos en la medicatura forense de Bello Monte, el sitio donde se conoce ahora cuántos asesinados hay en Caracas desde que cerraron la sala de prensa de la policía científica, después de los sucesos de abril de 2002. Los reporteros hablaban de lo que habían desayunado y los posibles planes que tendrían para el fin de semana. Todo normal. 

De pronto los celulares de todos comenzaron a sonar. A través de distintos grupos de WhatsApp se corrió la información de que había una situación irregular en la avenida Guzmán Blanco, conocida por los caraqueños como la Cota 905, una de las zonas más peligrosas de la ciudad.

Los periodistas se emocionaron.

¿Un procedimiento en la Cota? ¿Qué estará pasando? ¿Quién se atrevió a meterse allá? soltó una. 

Antes de que los periodistas se subieran a las motos y carros les llegó otro reporte más detallado. El mensaje aseguraba que el Cicpc había subido a la Cota 905 y que ya habían dos policías heridos. Luego recibieron otro mensaje de voz: en el audio un funcionario pedía apoyo de los grupos tácticos, también de vehículos blindados para hacerle frente a civiles, específicamente a los miembros de la banda de ‘el Coqui’, con quien este órgano policial tiene una historia de larga data.

*

Alias ‘el Coqui’, quien recibe el nombre de Carlos Luis Revete, es el dueño y señor de la Cota 905 desde 2015. Ese año el Cicpc mató a su líder, un hombre conocido con el apodo del ‘Chavo’. El asesinato de la figura más importante de la banda hizo que Revete tomara su lugar en la organización y lograra un pacto con otras bandas de El Valle, La Vega y El Cementerio, los otras grandes barrios aledaños, para así evitar la incursión de los organismos de seguridad y cuidarse entre todos.

Después de vencer al ‘Chavo’, el Cicpc tenía el nombre de ‘el Coqui’ entre ceja y ceja. En la Operación de Liberación del Pueblo (OLP), acción policial tipo comando para desarticular a las bandas más violentas, realizada en la Cota 905 en julio de 2015, su rostro fue el más buscado, pero el pran —término con el que identifican a los líderes de esas bandas— se les adelantó y horas antes huyó de la zona.

Los intentos por acabar con ‘El Coqui’ continuaron. Su ficha rodó por todas las comisarías que tiene el Cicpc en el Distrito Capital. El panfleto hecho con letra palo seco y color amarillo indica: solicitado. También señala los delitos por los que es buscado el hombre de 39 años: homicidio, secuestro, robo y extorsión.

Entre 2015 y 2017, el Cicpc se acercó cada vez más al territorio de ‘El Coqui’. En sus tanteos mató a varios de los miembros de su organización. Pero les llegó una orden que no esperaban.

Al cuerpo policial con los hombres más entrenados y el mejor armamento para enfrentarse ante los delincuentes más letales del crimen organizado del país, para el momento, le tocó guardarse sus ansias de destruir a una de las bandas que le había dado mayor guerra y bajas. La Cota 905, en agosto de 2017, fue elegida por el gobierno nacional para ser modelo del relanzamiento de los “territorios de paz”. La iniciativa buscaba borrar los daños causados por la Operación de Liberación del Pueblo (OLP), que dejó 15 muertos y 252 detenidos, según el reporte oficial. Para ello el trato era solo uno: las bandas debían dejar de robar, secuestrar y matar a civiles, pero también a policías. A cambio el gobierno les ofreció programas sociales y la garantía de una zona de distensión libre de oficiales de la policía.   

*

Este 26 de julio de 2019 los policías rompieron el pacto. Pasadas las ocho de la mañana una comisión de la División de Vehículos del Cicpc ingresó a la Cota 905 a buscar carros robados. Según especialistas en el área de seguridad la zona es un deshuesadero. 

En medio del procedimiento, los uniformados, protegidos con chaleco antibalas y sus armas de reglamento (pistolas 9mm), fueron rodeados por delincuentes de la banda de ‘el Coqui’, conocidos como ‘el Galvis’ y ‘el Vampi’. Ellos no estaban protegidos por armas de balas de bajo calibre como los policías, sino disparaban desde lo más alto del barrio con rifles de asalto AR 15, AR 47 y granadas.

Entre tanto, los periodistas iban en búsqueda de la noticia. Salieron de la morgue, cruzaron Las Acacias y cuando se dirigían a la plaza Madariaga de El Paraíso, la curiosidad de saber qué sucedía pudo más. Tomaron la decisión de ingresar a la Cota 905, por la avenida Fuerzas Armadas.

Si la cosa está candela en la Cota, por ahí será más fácil llegar y escapar dijo el motorizado que iba al frente de la comitiva. 

Cuando empezaron a subir la Cota 905, las casas de bloques rojos con techos de zinc se fueron multiplicando, la basura amontonada y botes de aguas negras en la calle también. Uno que otro vecino, a pesar de que el reloj aún no marcaba las diez de la mañana, tenía en sus manos una cerveza fría. Ningún rostro mostraba señales de alguna anormalidad. Lo único que distinguieron como alarmante fue una patrulla del Cicpc que bajaba del barrio a toda velocidad. Sin embargo, los periodistas creyeron que, como es habitual en estos procedimientos, la zona estaría custodiada y siguieron su camino. Grave error. 

*

¡Nos están disparando! ¡Nos están disparando! —gritó un reportero a los compañeros que le seguían.

En el sector Los Laureles de Las Quintas de la Cota 905, los periodistas fueron sorprendidos a bala. Los delincuentes, desde los ranchos que rodean el área, les lanzaron ráfagas de disparos, los creyeron policías. 

Nadie supo qué hacer. Los que están acostumbrados a cubrir muertos y llegar cuando los enfrentamientos han cesado les tocó protagonizar el momento. Periodistas, choferes de prensa, fotógrafos y camarógrafos no sabían para dónde agarrar. Los parrilleros que iban en moto se quisieron lanzar, pero los que las conducían aceleraron. Quienes iban en vehículos se sentían algo más protegidos, a pesar de las circunstancias. 

Todos quedaron a mitad de una curva. Allí se escondían unos diez funcionarios del Cicpc, quienes disparaban para defenderse del feroz ataque, mientras también buscaban refugio entre paredes y árboles, pues la lluvia de balas que recibían de cerro arriba los sobrepasaba. 

Los periodistas se convirtieron en intrusos. Los policías de inmediato los apuntaron con sus armas. La situación era tan caótica y hostil, que los confundieron con enemigos del bando criminal. 

Uno de los reportero les gritó: 

—¡Somos prensa. Somos prensa!, funcionario.

Un policía les dijo:

Si hubiésemos tenido balas para regalar, varios de ustedes estarían muertos. Lo primero que pensamos es que eran de la banda.

Luego de lo que podría llamarse una improvisada conversación, periodistas y trabajadores de la prensa ingresaron a un taller mecánico de paredes de bloque gris y techo de zinc. Un sitio nada seguro para escapar de la potencia de un rifle. 

*

En el momento más anárquico, entre tiros y estruendos, finalmente llegaron dos autos blindados de la Brigada de Acciones Especiales (BAE) a prestar apoyo. Uno para sacar a los cuatro policías heridos y el segundo para rescatar los periodistas.

No transcurrieron diez minutos, cuando los miembros del cuerpo élite del Cicpc, lograron extraer a los periodistas del sitio. Nadie salió herido. Incluso los choferes pudieron llevarse sus carros y motos. En esos instantes cesaron los disparos. Por un momento, parecía que tanto funcionarios como delincuentes habían hecho un trato de cese al fuego.

El enfrentamiento en la Cota 905 terminó pasadas las 11:30 de la mañana, luego de la retirada del Cicpc por una «orden de arriba». Cuatro funcionarios quedaron heridos. Los detectives Greiber Solano, Moisés Hernández, Luis Boyer y el comisario Jesús Ramírez fueron alcanzados por las balas, pero recibieron atención médica oportuna y se encuentran bien de salud. De los civiles no se conocieron heridos, aunque en las redes sociales rodó el reporte de que dos presuntos delincuentes sometieron al personal de un centro asistencial en Quinta Crespo para que fueran atendidos. 

¿Los periodistas? Bueno… regresamos a nuestros medios a escribir la historia.