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Foto Eva Mujica|

Entre Catia y Petare hay 21 kilómetros de distancia. Cada paso es un reconocimiento para la ciudad de parte de quien la camina. Sus esquinas, sus historias, sus geometrías, sus colores y su gente, se funden, mientras las épocas que las formaron, cobran vida en los oídos de quienes la recorren. Les presentamos la segunda entrega de la experiencia urbana Caminatas de Relevo #DeCatiarumboaPetare que realizamos en alianza con Collectivox y su programa social [CCSen365]

Como si el velo de la cotidianidad permitiera una tregua para mirar más allá, y dejarse impresionar por cada esquina fuese la misión del día, arranca mi recorrido por Caracas desde La Candelaria hasta Altamira. No es una competencia ni una carrera sino una caminata constante con relevos para maravillarse por la ciudad. La historia está allí, contándose en silencios, mientras los que la caminamos, pisamos sus páginas y sus esquinas.

Son las nueve y treinta de la mañana de este lunes de Carnaval en 2021, y los habituales visitantes del sector van de norte a sur pasando por la iglesia Nuestra Señora de La Candelaria. Los colores y olores caminan frente a su plaza, fundada en 1708 y que por siglos fue el límite noroeste de la ciudad. 

El grupo de participantes espera por la entrega del testigo que viene en secuencia desde Catia, 23 de Enero y El Silencio. Tienen caminando desde las siete de la mañana. Los minutos de espera son recompensados con golfeados y jugos. El audio explicativo de las próximas paradas son enviadas a través del grupo de WhatsApp creado para darle un sentido único al trayecto. Hacia el sureste, la primera calle que se descubre como una clase de historia, es la antigua calle real de La Candelaria, específicamente, en la esquina de Alcabala, donde nos cuentan, se detenían los burros de carga y encomiendas desde otras ciudades del país y las haciendas aledañas de lo que hoy conocemos como la gran capital. Ya es imposible ver de nuevo a la misma calle sin imaginar una Caracas de carruajes y calles empedradas escondida entre edificios modernos y tascas españolas.

Parque Los Caobos. Foto Yull Teran

El sur nos muestra la plaza Parque Carabobo que reúne en una misma asignatura a Antonio Guzmán Blanco, quien la fundó, y al arquitecto Carlos Raúl Villanueva, junto al escultor Francisco Narváez, responsables posteriormente de integrarla al urbanismo de la ciudad en forma de arte, a través de cambios y nuevas geometrías y, por supuesto, el grupo escultórico con su fuente. Esta última representa a nuestros grupos aborígenes venezolanos bañándose en un río.

Caminar Caracas, recorrerla como si fuera un museo teniendo la explicación de muchos de los espacios que la definen, a través de cápsulas sonoras, es entenderla o por lo menos, asumirla. La avenida México tiene un propósito distinto cuando comunica a Parque Carabobo con la Galería de Arte Nacional. Son brincos de espacios temporales justificados por nuestra propia caraqueñidad. 

El carnaval nos recibe en la plaza de Los Museos, nuestra siguiente parada. La comparsa ensaya para enfrentar al público que aguarda más adelante. La dimensión de la plaza en relación con los edificios es siempre impresionante. Las escaleras hacia el parque Los Caobos empiezan a ceder al verde de los árboles, y la luz del día, acepta su protagonismo entre ellos; parece una gran bóveda natural donde sus actores disfrutan entre caminerías, esculturas y helados. Las familias fluyen cerca de la Fuente Monumental Venezuela, una alegoría a las cinco regiones del país representada por las manos de Ernesto Maragall, escultor nacido en Barcelona, España, y considerado como uno de los pioneros en la estatuaria pública venezolana.

Los Caobos invita a sumergirse en la naturaleza, el arte y la música, ya que a la izquierda de la fuente, está el Centro de Acción Social por la Música. Las hojas en el piso demarcan las opciones de caminería que definen este paseo natural, una manera de regalarle a la ciudad importantes desahogos, que al caminar entre ellos, la hace más respirable.

Plaza Venezuela. Foto CCSen365

De la contemplación natural del parque, aparece la modernidad de concreto en Plaza Venezuela. Una transición comprensible en una ciudad que habla sus propios idiomas en sus diferentes espacios. Uno de ellos es el cinetismo del maestro Carlos Cruz-Diez en su Fisicromía Cóncavo-convexa. Homenaje a Don Andrés Bello, muy cercana a la plaza. No sabría contar las veces que he pasado por ahí sin ser el actor de la realidad autónoma como se lo planteó el maestro. Esta vez, detallarla bajo las sombras de una ciudad soñada en concreto, y con el verde de Los Caobos aún vivos en nuestros pasos, me convertí en protagonista dentro de ese clima que evoluciona y cambia.

Un nuevo combo de golfeado y jugo para hacer el cierre del trayecto caminado. La entrega del testigo dicta el siguiente relevo que dio pie al próximo diálogo con la ciudad. La urbanidad caraqueña se abre camino a través de su chakra principal: Plaza Venezuela. La puerta giratoria entre una visualizada zona comercial, el parque Los Caobos, la Ciudad Universitaria, la autopista Francisco Fajardo y el bulevar de Sabana Grande.

Caracas pareciera mostrarse como un constante desafío, no por entenderla y sí por asumirla. Habla de todas las maneras que queramos escucharla. La Torre Polar, que emerge del asfalto, tiene su propio discurso, el primer rascacielo de Latinoamérica en acero y vidrio. 

Son solo metros los que separan el cinetismo, una fuente de colosos bajo un techo de árboles, una plaza como nodo principal de la capital, una torre vanguardista y la entrada a un corredor peatonal conocido como Sabana Grande. Lo heterogéneo hace sentido con cada paso.

Sabana Grande. Foto CCSen365 

Este corredor, llamado antiguamente Calle Real, era el paso que unía a las haciendas aledañas con la Caracas de finales del siglo XVIII. Además, según Inés Quintero, fue la ruta de escape y evacuación de la ciudad ante la avanzada realista durante la Guerra de Independencia, en la llamada Emigración de Oriente. En solo 200 años, el mismo espacio pasó de ser la huida de muchos a la reunión de otros. La Venezuela petrolera y su necesidad de transformación económica convirtió a Sabana Grande en una zona cosmopolita, extravagante y bohemia a mediados del siglo XX. 

Sabana Grande es otra manera de definir Caracas, una irreverencia entre esculturas, grafitis, locales y ventas ambulantes; todo pasa aunque no se muestre. Un constante homenaje de sí misma. 

Los golfeados tienen más sentido en un paseo como este, sobre todo en el Bulevar. Enterarse de que allí nacieron, hace que su sabor cobre un valor especial. La reina pepeada también, por cierto. La antigua calle real de Sabana Grande es un lugar de acceso a la urbanidad, la arquitectura, el transporte, la gastronomía y el arte. Un eje para la peatonalidad donde la diversidad social tiene espacio para pertenecer y hacer ciudad. 

“Me he hecho ciudadano de Venezuela…”, y no por haber caminado Caracas, así comienza el escrito en la estatua del Almirante Luis Brión, obra de Renzo Bianchini ubicada en la plaza homónima. El Cubo virtual azul y negro de Jesus Soto tambien muestra su protagonismo en esta plaza, la mas grande del municipio Chacao. Caracas no deja de expresarse en cada rincón. 

Como piezas de un gran tablero de ajedrez, continuamos nuestra marcha a Campo Alegre.

Plaza Brion. Foto Eva Mujica

Santiago de León de Caracas es una reunión de ideas diferentes transformadas en ciudad. La necesidad de un acuerdo de armonía para entendernos y aceptarnos se concretó en el proyecto artístico Monumento a La Concordia, diseñado por el arquitecto y artista plástico José Ignacio Alvarado. La urbanización Campo Alegre baja el ritmo traído de Sabana Grande. El convenio, la comunión y la modernidad ofrecen un respiro entre sus calles. 

El proyecto de ciudad jardín de Manuel Mujica Millán está plasmado en el trazado de la urbanización Campo Alegre. La iglesia Nuestra Señora del Carmen manifiesta su fantasía neobarroca mientras que su arquitectura moderna entra en escena con la quinta Las Guaycas, la primera vivienda en este estilo en Caracas. Verla en fotos teniéndola frente a los ojos constituye un debate importante por todo lo que significó como nueva estructura para la época. Su abandono habla de un paisaje y su resistencia por derrumbarse. Son esquinas dentro del siglo XXI que siguen hablando de nuestra historia como ciudad.

Chacao abre espacio entre sus calles estrechas para que la siguiente entrega del testigo tenga vida en la plaza Francia de Altamira. El golfeado vuelve aparecer como saludo y también como despedida. Caracas despeja el camino hacia el este y Petare se ve en el horizonte.

Plaza Fracia de Altamira. Foto Marianto Jordan

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