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Fotos cortesía de Trazando Espacios Públicos

Ana Cristina Vargas se propuso una misión: utilizar su creatividad e ingenio para generar un impacto positivo en los espacios públicos del país. Desde Trazando Espacios, la organización que fundó en 2016, cumple su meta de seguir latiendo en Venezuela para observar, imaginar y transformar el entorno junto a los niños y adolescentes de las comunidades de Caracas y el interior del país. De la serie #LatimosEnVenezuela

(Ana Cristina Vargas. 35 años. Arquitecto. @trazandoespacios)

“Mis antepasados son muy venezolanos, provienen de Barinas, Coro y Mérida. Solo tengo una raíz extranjera, mi abuela materna. Ella se vino de Francia luego de haber vivido la Segunda Guerra Mundial y llegó en una época dorada para los migrantes que venían al país: los años cincuenta.

Ella amó perdidamente este lugar, por haberla recibido y permitirle hacer su familia aquí. Siempre recuerdo escucharla decir que no importaba lo mal que estuviera el país, aunque su sangre fuera europea, para ella Venezuela era su patria y quería morir aquí.

Mis abuelos me transmitieron ese sentimiento de amor y mis padres lo fortalecieron. A ellos les encanta la naturaleza, así que solíamos viajar mucho por el país. Recuerdo haber ido a muchas fincas y playas. Desde muy pequeña me di cuenta del tesoro que tenía solo por recorrerlo y así aprendí a quererlo.

Pero hubo otra cosa que me hizo conectarme con el amor por esta tierra y fue la formación arraigada que me dieron para el servicio. Yo me eduqué en la Academia Merici, un colegio católico de Caracas. El lema de esa institución era el «Serviam», que significa servir en latín, era algo que nos inculcaban y que incluso teníamos inscrito en el uniforme.

Siempre hacíamos recolectas para Fe y Alegría y recuerdo haber ganado premios por ser la que vendía más rifas. Cuando lo hacía me sentía como si fuera yo quien estuviera construyendo las escuelas que se iban a materializar con el dinero recogido. Más adelante empecé a hacer labor social en Petare, enseñaba inglés a niños de un colegio de Campo Rico llamado Corazón de María.

Entender que vivía en un país con muchas desigualdades fue clave durante mi crecimiento y eso me llevó a involucrarme fuertemente con las obras sociales. Yo siempre he pensado que para que este país salga adelante debemos tener igualdad de oportunidades y para tenerlas cada quien debe involucrarse en generarlas. Esto me hizo darme cuenta de que el servicio también se convirtió, para mí, en una forma de amar a Venezuela.

Arquitectura para transformar realidades

Desde muy pequeña me sentí atraída por el dibujo, me encantaba pintar, diseñar cosas. Recuerdo que me la pasaba en clases de Biología haciendo maqueticas de papel y me encantaba la idea de poder crear algo.

Decidí estudiar arquitectura en la Universidad Central de Venezuela (UCV), una casa de estudios de la cual me enamoré por completo. Cuando fui por primera vez allí no podía creer que un lugar como ese existiese. Me encantaba que todos mis compañeros fueran súper creativos y me sorprendía que algo tan divertido como diseñar, hacer maquetas y crear fuera lo que se hiciera en la universidad.

Antes de entrar allí llegué a pensar que el diseño arquitectónico podría ser algo frívolo, así que dudé sobre si debía estudiarlo o no, ya que para mí era muy importante que mi carrera estuviese vinculada con el servicio a los demás. Pero cuando empecé entendí el impacto social que podía tener la arquitectura. El gran despertar fue en una clase de Urbanismo en la que fuimos a una comunidad de la Cota 905. Allí me di cuenta de lo importante que era nuestra labor para el barrio: ofrecer conocimientos de diseño para sectores que no podían pagar un arquitecto. Desde ahí me sentí comprometida con llevar las soluciones urbanísticas a los lugares menos favorecidos. Luego de graduarme en la UCV apliqué para hacer un posgrado en el Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT por sus siglas en inglés) y fui admitida con una beca parcial. El MIT es una de las mejores universidades del mundo en investigación y temas de tecnología; entrar a estudiar ahí me parecía un sueño irreal. Así que vendí mi carro, y me fui para Estados Unidos. Tenía 26 años en ese momento.
Allí estudié Diseño Urbano, que es como el punto medio entre el urbanismo y la arquitectura. Llegué a ese lugar llena de preguntas y dilemas sobre cómo resolver los problemas en la infraestructura de los espacios públicos. Cómo ofrecer los servicios y comodidades básicas en asentamientos urbanos tan improvisados y que ya están completamente terminados, pero sin perder la esencia de los barrios de Caracas.
La principal revelación que tuve en el instituto acerca de este tema es que no se pueden hacer cambios sostenibles en la ciudad si las ideas no salen de su misma gente o si no se involucran en la toma de decisiones. Porque la ciudad se construye entre todos. A partir de esa premisa supe que debía elaborar proyectos participativos en todas las escalas. Así que diseñé una metodología, como mi tesis de investigación, en la que le proponía a niños y adolescentes herramientas para que ellos mismos pudieran cambiar espacios de su comunidad, con planes sencillos y presupuestos bajos. Esto a través de las tres acciones claves: observar, imaginar y transformar su entorno.

Esa investigación fue galardonada como mejor tesis de maestría en el MIT, lo cual fue un gran empuje e incentivo para practicarla en lugares increíbles, antes de regresar a Venezuela.

Soñar con la India

Hubo un momento de mi vida, justo cuando estaba terminando el colegio, en el que quise estudiar Comunicación Social. Sentía que a través del periodismo hubiese podido tener un espacio para impactar el mundo, contar sus problemas y ser la voz de quienes no son escuchados.

Fue por un reportaje que me marcó mucho, era de una periodista que fue a la India a cubrir el trabajo de las Hermanitas Descalzas de la Madre Teresa de Calcuta. Allí reportaba la historia de cómo era la labor de esta congregación y parte de la vida en ese país. Creí que ese era mi trabajo soñado, ir a la India a hacer reportajes como ese.

Años después, cuando estudiaba en el MIT, me dieron una beca adicional de investigación para ir a probar mi metodología en algún lugar del mundo. Yo estaba entre ir a Francia, quizá para reconectarme con las raíces de mi abuela, o ir a la India, el país que siempre soñé visitar. Elegí el segundo porque era el lugar que no conocía, me resultaba más interesante y además me daba la posibilidad de comparar la situación de nuestros barrios con la de los asentamientos espontáneos de Mumbai. Esa ciudad me impactó. Lo primero que me impresionó fue la densidad poblacional, que reúne casi 20 millones de personas únicamente en su área metropolitana. Viajar en el tren de Mumbai fue una experiencia difícil e intensa. Allí tuve la oportunidad de trabajar durante dos meses con niños entre 9 y 12 años. Hice varios talleres de diseño y de observación de espacios para ellos. Fue una de las primeras oportunidades para probar mi metodología de observar, imaginar y transformar los espacios públicos, pero no construimos nada en ese momento. Sin embargo, obtuve muchísimos conocimientos que luego pude replicar en Venezuela cuando fundé Trazando Espacios.

Cuando llegué a Caracas, después de estar la India, vi a Petare como un pueblito precioso, con casas más grandes, bellamente adornadas por las plantas que pone la gente en los balcones. Un lugar hermoso para intervenir y mejorar. Lo percibí así porque me había acostumbrado a la escena de los barrios de Mumbai, que es mucho más dura.

Volver para trazar progreso

Me gradué del posgrado en el 2014, que fue un año muy complicado para todos los venezolanos desde el punto de vista político y social. Así que me cuestioné mucho si iba a regresar o no. Me dije que si volvía a mi país, debía hacer algo que tuviera mucho impacto y sentido.

No fue fácil tomar la decisión, porque me enfrentaba a una gran disyuntiva. Tenía una propuesta de trabajo para dar clases en una muy buena universidad de Nueva York, pero sabía que si me quedaba en Estados Unidos, me esperaba una vida de trabajo en oficinas e iba a ser difícil continuar con mi investigación de diseño participativo. Venezuela me ofrecía un escenario para probar todas las ideas que estaba desarrollando.

En medio de ese dilema una amiga belga, que hizo el posgrado conmigo, me escribió un correo que fue muy importante para mí. Decía lo siguiente: “No tengas miedo de volver. Yo quisiera tener la oportunidad de regresar a un país en el que está todo por hacerse y en el que puedes experimentar y construir muchísimas cosas desde cero”.

También me entregué a ser un instrumento de Dios y sentí que todas las oportunidades de aprendizaje que había tenido debían ser herramientas para ser útil en mi país. Cuando llegué empecé a trabajar con la Fundación Santa Teresa en la aplicación de mi tesis y, poco tiempo después, me gané el premio de Mejores Prácticas Urbanas, que fue otorgado por la ONU Hábitat en alianza con la Alcaldía de Dubai. Lo interpreté como una confirmación del destino de que debía estar aquí y sacar adelante mi proyecto. Poco a poco algunos de mis amigos se unieron a mi equipo, progresivamente fui contratando pasantes y en el 2016 participamos en el concurso “Mejorando vidas en las ciudades de Venezuela” del BID y el Impact Hub Caracas. Lo ganamos y conseguimos un financiamiento importante para fortalecer más el proyecto, además de un sinnúmero de conexiones muy valiosas con gente que nos podía ayudar.

Ellos nos acompañaron a madurar y fortalecer nuestra idea a través de asesorías. Ahí aprendí cómo se hacía una organización no gubernamental (ONG). También empecé a sentirme como una emprendedora social y no solo como una arquitecto que hacía labores sociales.

Hasta el momento, Trazando Espacios ha beneficiado a 34 comunidades. 856 niños y adolescentes han participado en nuestros proyectos y hemos intervenido 4.373 metros cuadrados. Hoy somos un equipo de trabajo de 30 personas, más los mas de 100 voluntarios que se han sumado a nuestra misión.

Me he encontrado en la vía con gente muy soñadora como uno, que quiere seguir luchando aquí y está convencida que todo lo malo que estamos viviendo va a pasar. Nosotros le apostamos a este país porque creemos que el hacer, desde las comunidades, es lo que realmente hace la diferencia. Y somos un país joven que aún tiene todo por delante.
Para mí la clave es la posibilidad de poder aportar en la formación de nuestros ciudadanos. Una de mis misiones es poder demostrarles a los niños y a los jóvenes que ellos pueden construir el país que quieren, que no se trata de esperar a que vengan otros a establecer cómo deben ser las cosas. Porque al final ellos son quienes tienen en sus manos la posibilidad de gestar los grandes cambios”.