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Foto: Raul Colmenares | Taller: Carmen Luisa heredera de La cafunga

San Agustín es un barrio con sabor que se levanta y bordea la Autopista Francisco Fajardo al pasar Parque Central, sube por el Metro Cable y llega hasta Nuevo Circo. Tiene una esencia que se escucha en su música con el afinque de Marín, se ve en el tumbao de su gente, se huele desde sus hornos y fogones. Un sabor que viene de su mezcla entre la cultura afro y la caraqueña, que invita a probar este barrio que sabe a dulce y tiene aroma a especias

Desde ayer todos repasan la lista de ingredientes, para saber qué tiene o le falta a cada estudiante. Los mensajes se atropellan, llegan seguidos y sin parar. “El abasto en donde venden cocos por mi casa estaba cerrado”, sueltan, pero la respuesta más rápida es: “Busca las hojas de plátano en el Gamma, o puedes ir a Quinta Crespo”.

Por segundos el salón virtual se vuelve una periquera y se notan las ansias de los 20 alumnos por probar la parroquia San Agustín envuelta en hojas de plátanos.

Fotos: Javier Ramírez Carril | Durante el recorrido con Cumbe Tours

El grupo está atento desde sus cocinas en distintas ciudades de Venezuela, Estados Unidos, Ecuador, Tenerife, Canadá, Reino Unido e incluso desde Kenia en África. Quieren el paso a paso de la cafunga, un dulce tradicional afro-venezolano poco conocido, que ellos aprenderán a hacer hoy, vía WhatsApp. —Recuerden que se necesitan cambures titiaros, o titi como se les dice en Barlovento —indica Reinaldo Mijares, coordinador de Cumbe Tours y de 100% San Agustín—. Si usan otros, que estén bien maduros, con la concha casi negra, porque con ellos es que se endulza. De repente, la avalancha de mensajes se detiene ante una pregunta. —¿Qué es anís dulce? —pregunta Shirow, pero en inglés. —Is pimpinella anisum, Shirow —le responde, Jael Irene Palacios, coordinadora de la clase, a la pastelera keniana y le envía una foto.

Foto: Anaís Marichal | Semillas de anís dulce

—Parecen semillas de cardamomo —responde en inglés nuevamente y agrega—. Nunca había escuchado de ellas. Lo googlearé. No estoy segura de haberlas visto alguna vez aquí.

Luego de unos minutos de calma llega el primer video, por parte de 100% San Agustín. Es una canción, Trabajo y tierra del grupo Madera; grupo icónico de la parroquia, conocido por su canto popular con ritmo a salsa, tambor y guaguancó.

Grupo Madera Trabajo y tierra

—Una canción para empezar el taller con ímpetu. Cinco minutos y arrancamos  —dice Jael, y agrega—. Por favor, tengamos paciencia porque el internet se pone “simpático” justo cuando estamos dando el taller.

Otro video. Esta vez aparece Carmen Luisa Rivero —la profesora—, morena con cabellos de plata. Ella nació en San Agustín, pero siendo aún niña se mudó a Curiepe, en Barlovento, estado Miranda. Allí su mamá y su abuela le enseñaron la receta de la cafunga y con la que ella regresó a su barrio natal.

Foto: Raul Colmenares | Taller: Carmen Luisa heredera de La cafunga

Un dulce alargado como un bollito, pero plano y tostado como la arepa, con su masa hecha de cambures y coco, que se especia con anís en grano y se envuelve en hojas de plátano como la hallaca.

La cafunga es el dulce con el que crecieron sus hijos y nietos, el que le gusta a sus vecinos de San Agustín del Sur y por el que se hizo famosa entre los turistas que llegan a recorrer los callejones del barrio, desde 2016 cuando apareció Cumbe Tours.

Fotos: Javier Ramírez Carril | Durante el recorrido con Cumbe Tours

Esta iniciativa abrió las puertas del barrio para mostrar su sabor a través de la música, murales, historia, comidas y hasta bebidas hechas por ellos mismos en su cumbe, o territorio de hombres libres como se conocía en la época de la colonia.

En el chat, la configuración del grupo cambia para que solo los administradores puedan enviar información y los alumnos vayan escuchando y leyendo.

Un video más. Es Carmen Luisa junto a don Reinaldo, su esposo.

—¿Cómo abrir el coco? —dice la mujer de piel achocolatada— Con los ojitos hacia abajo y el piquito pa arriba.

Y acto seguido don Reinaldo agarra el coco con una mano, mientras que con la otra sostiene un martillo y golpea cuatro veces. Se agrieta, pero no se detiene hasta que se abre por completo el caparazón de fibras marrones.

Fotos: Raul Colmenares | Taller: Don Reinaldo Mijares y sus besitos

Las explicaciones de Carmen Luisa aparecen en inglés a los pocos segundos, como una especie de subtítulos para Shirow y otra estudiante que está conectada desde Reino Unido.

Aquí nada se improvisa, este es el tercer taller que la organización 100% San Agustín hace vía WhatsApp con un mismo propósito: utilizar los recursos que tiene para ofrecer la comunidad y así poder pagar las clases culturales de los niños y jóvenes del sector.

Fotos: Raul Colmenares | Taller: Juanita Gómez “la buñuelera”

Por eso, cuatro cocinas de la parroquia se encendieron, para enseñar cómo se preparan dulces criollos en San Agustín y demostrar que sigue habiendo madera fina en el barrio.

Fotos: Raul Colmenares | Taller: El mestizo de Emilio Mujica

Luego de 40 minutos de indicaciones se activa el chat y Jael pregunta: “¿Cómo vamos por aquí?”.

—¡Tengo un problema! —escribe todo en mayúscula Ruth Cabeza, una pastelera española que reside en Caracas desde 2016.

—A ver, cuéntanos qué pasa —responde Palacios ante alarma.

—Me estoy comiendo los cambures antes de empezar… —responde seguido de un “¡jajajajaja!”.

Luego de la emergencia ibérica, la cosa se pone un poco más seria, pero no por eso menos dicharachera. En este punto, los ingredientes de la lista inicial se han convertido en una masa. Grumosa, de color arena brillante, en la que se ven los trocitos de coco y las semillas de anís dulce.

Foto: Raul Colmenares | Carmen Luisa poniendo la mezcla en las hojas de plátano

Otro video y otra emergencia. En el primero, la profesora Rivero explica cómo poner la mezcla en las hojas de plátano para llevar las cafungas al fuego sobre un budare y que así se le haga la “concha”.

—Acabamos de descubrir que nuestras hojas no son de plátano —escribe una venezolana que quedó varada en Ecuador por la pandemia.

—Pero, ¿estás segura de que son aptas para cocinar? —pregunta la productora de 100% San Agustín —No vaya a ser qué…

Manuel Mijares, otro venezolano que está en Ecuador. ¿Mijares? Sí, el nieto de Carmen Luisa, explica que sí sirven, porque con ellas preparan un plato ecuatoriano que se llama “quimbolito”, que se hace con harina de maíz y al morderlo tiene la textura de un ponqué.

La adaptación es una característica humana, pero que los venezolanos suelen llevarla al siguiente nivel. Los tours de 100% San Agustín se paralizaron por la pandemia del Covid-19, sin embargo, ellos decidieron buscar la manera de seguir produciendo.

La necesidad de que su “semillero”, como les dicen a sus niños y jóvenes, se siga formando en música, danza, canto y kárate, y no caigan en el ocio los activó y movilizó. Ahora no tienen qué envidiarles a los Youtubers de moda con sus tutoriales en línea. Ellos tienen WhatsApp, buñuelos de yuca, besitos de coco, el mestizo y la cafunga.

Foto: Javier Ramírez Carril | Durante el recorrido con Cumbe Tours

—Si no tienen budare, un sartén de teflón sirve —explica con calma Carmen Luisa mientras las cafungas, ya envueltas y a fuego medio, se oscurecen—. Esos calientan bastante.

Cuando la cafunga se pone morena y tostada se lleva al horno por 15 minutos, son las indicaciones de los coordinadores que asisten a la cocinera de San Agustín.

5 minutos.

Ningún mensaje.

10 minutos.

Todavía nada.

15 minutos.

Y llega la primera foto. Emplatada aún humeante y sobre una manta verde como una hallaca. Después otra, y otra, y otra.

Foto: Raul Colmenares | Las cafungas de Carmen Luisa

Las fotos son seguidas de comentarios alabando las imágenes, diciendo que provoca caer de cabeza en esas mezclas, emojis salivando o con corazones en los ojos llegaron como muestran de una euforia colectiva por saber que, en minutos, le podrán pegar el primer mordisco a la cafunga.

—¿Y cuándo es que se le agrega el papelón?

—Al papelón le echas limón, un poquito de agua y te lo tomas para acompañar la cafunga —escribe Manuel y aparecen las carcajadas.

Jael vuelve a escribir y esta vez para dar un par de datos “gurmé”, como les dice. “Que si le agregan queso es la gloria y con un poquito de picante, ya me contarán”.

A miles de kilómetros de distancia de la cocina de Carmen Luisa, las cafungas salen de sus hojas, se cortan, se comparten, se les agrega queso, melao e papelón, se los comen venezolanos que se reencuentran con sus ingredientes, las prueban por primera vez una española, unos haitianos, una inglesa y una keniana, de almuerzo o merienda. Y en el paladar todos sienten el sabor que sale de San Agustín.