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Nunca lo conocí de cerca. Ni siquiera lo vi de lejos. El único contacto siempre fue virtual y distante, los escasos centímetros que me separaban al cajón del televisor, y más recientemente a la pantalla plana, o a la pantalla de cine. El primer acercamiento ocurrió en la madrugada de aquel fatídico 4 de febrero de 1992. No fue nada grato la visión petulante y prepotente de quien aún derrotado y confesándose vencido prometía que “por ahora” no se habían cumplido los objetivos. Es decir, que vendría más. Que habría otra intentona de romper el hilo democrático. En ese momento quien ejercía la Presidencia no era el objeto de mi preferencia, pero el que alguien por vía de la fuerza tratara de romper el orden constitucional, no era una opción que aceptara.
Los acontecimientos que siguieron después serán juzgados por la historia. El por qué esa figura que surgió de un madrugonazo llegó a conectarse en forma tan cercana con una parte de la población no entra en mis análisis políticos y se escapan de estas líneas.
Lo cierto es que durante catorce años su figura se mantuvo en primera plana, su cara presente en mi pantalla de televisión por el tiempo que fuera capaz de resistir las largas cadenas o las charlas bien actuadas, cronometrados sus movimientos con el fin específico de cautivar al oyente. No eran al azar sus muecas, el dirigirse a los subalternos para pedir un datos o preguntarles cualquier cosa. Él sabía que debía de mantenerlos atentos, pendientes del llamado. El tic nervioso en la boca, que la volvía mueca, la pausa para beber café o agua. Todo estaba pensado para causar un efecto. Un actor formado en el Actor’s Studio no lo haría mejor.
Una vez vi a un encantador de serpientes sacar del canasto a una cobra y erguirse en un baile algo macabro, sólo con el sonido de una flauta. Sorprendente cómo poco a poco al oír las notas, la cobra salía desde el fondo encestado y se mantenía erecta y desafiante. Así era el efecto de Hugo Chávez en las masas. Confieso que conmigo nunca hubo esa conexión que me hiciera salir del cesto.
Ahora muerto, mi distancia con su figura se hace aún más lejana, Mientras miles de cobras esperan por un nuevo encantador que les haga sentir que forman parte del baile,
se vuelve más peligrosa en su contenido. Nace un mito, un casi santo se está gestando. Amanecerá de nuevo y mañana todos seremos los mismos. Menos uno.