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 La ilusión de ver a su hijo convertirse en un atleta de alto rendimiento quedó suspendida por los momentos. Ahora Sonia se enfoca en ayudar a Samuel para ganar la competencia más importante de su vida. Una enfermedad renal y la crisis de trasplantes en Venezuela cambió la rutina de todos en casa

Sonia Parra nunca dudó de la decisión de desprenderse de un riñón para donarlo a su hijo Samuel. Era la única alternativa para salvarle la vida. Por eso lloró tanto, por los nervios, por la emoción, cuando recibió esa llamada de un número desconocido el 6 de julio de 2019. La persona que se identificó como miembro de la Fundación Negro Primero la contactó para avisarle que habían aprobado el presupuesto para la operación para el transplante.

Al principio Sonia pensó que había escuchado mal, quizás por la costumbre de recibir un “no” como respuesta a sus solicitudes. Le indicaron que debía viajar hasta Caracas para firmar los trámites y programar la intervención y el tratamiento. 

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Dicen que el cronómetro es el mayor enemigo de un nadador, pero Samuel comenzaba a librar una competencia muy importante contra reloj fuera del agua. A sus 14 años, le habían diagnosticado rabdomiólisis, una enfermedad causada por una ruptura de tejidos musculares que libera una proteína dañina en la sangre, la cual puede dañar los riñones. 

Todo comenzó a cambiar en 2015. Ese año fue trasladado de emergencia por presentar vómitos y un fuerte dolor abdominal al hospital de Carabobo, la región donde habitan, en el centro de Venezuela. Tras detectar la causa de esos síntomas, los médicos dijeron que sólo una diálisis podría evitar que se agravara. Sonia, su madre, no entendía qué pasaba. La noticia había golpeado como un martillo su cabeza.

La primera vez que lo dializaron, los médicos lograron hacer que su riñón volviera a funcionar. Pero desde ese momento, todo en su rutina se trastocó.  Sus días agitados como deportista pasaron a ser de cuidado y atención. Debía iniciar un tratamiento estricto: Micofenolato y Prednisona para medicarse, Calcio y el Hierro para controlar sus valores.

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En el barrio Colinas de Girardot del municipio Naguanagua, uno de los sectores más humildes del estado Carabobo, recuerdan a Samuel como un niño sano, dedicado a la natación. Jamás dio señales de estar enfermo. 

—Un 12 de octubre del 2001 lo traje al mundo. Eran las 11:40 de la noche de un viernes lluvioso, el mismo día que supe que haría lo que fuera por mi hijo —dice Sonia. 

Desde los cinco años entrenaba en el Polideportivo Misael Delgado de Valencia, y con tan solo nueve ya participaba en su primer nacional, visitando Yaracuy y otros estados de Venezuela.

-En tanto mi hijo crecía, los logros llegaban y comenzaban a tomarlo en cuenta para futuras competencias -recuerda su madre.

En 2018 logró graduarse de Bachiller, y ese evento fue un pequeño destello de felicidad en medio del padecimiento familiar por esa rara enfermedad. La emoción de su madre era inmensa: verlo triunfar la hacía olvidar a ratos que su hijo llevaba tres meses sin tratamiento por la escasez de medicamentos en Venezuela.

Los fármacos indicados para su tratamiento desaparecieron de las farmacias, activando los temores de una posible recaída. La angustia se agudizó cuando los estudios revelaron que Samuel iba a depender de la Hemodiálisis y que requería un trasplante anticipado.

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Tras un año de espera, y ante la ausencia de algún donante, Sonia Parra y su esposo José Ruíz decidieron realizarse las pruebas cruzadas para saber si eran compatibles con su hijo. 

Por suerte, lo eran.

Esta resultaba la única opción porque desde hace cuatro años en Venezuela no hay procura de órganos para trasplantes de donante cadáver, según la Organización Nacional de Trasplantes de Venezuela (ONTV), por la carencia de los inmunosupresores necesarios para evitar los rechazos de los órganos trasplantados

La alternativa de que Sonia le donara uno de sus riñones a su hijo no sería tan sencillo. Aunque eran compatibles, no tenían el presupuesto para la operación. La situación económica en el núcleo familiar comenzaba a mermar, producto de los continuos gastos en medicinas, y su esposo, quien había sido taxista por más de 20 años, hacía lo imposible por compensar los gastos sobrevenidos por la enfermedad de su hijo.

—Mi esposo ya no daba más, se esforzaba demasiado, a diario nos debatíamos entre comer o comprar medicinas —cuenta Sonia.

Pero la madre seguía insistiendo. Acudió al Hospital Militar de Caracas para solicitar ayuda. Allí una persona tomó los datos de Samuel, y dijo con cierta indiferencia que llamarían.

Pero la llamada nunca llegó. Sonia sentía que a su alrededor, el mundo era ciego, nadie observaba, nadie veía, nadie ayudaba.

Hasta que recibió la llamada en julio del 2019.

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Minutos antes de la operación para el trasplante en el Instituto Docente de Urología, Sonia estaba muy nerviosa. Sólo se calmó al tomar la mano de su hijo, así supo que todo iba a estar bien. 

Recuerda claramente aquel 3 de diciembre de hace tres años, el día en el que salieron airosos del quirófano. 

Aunque lo más complejo fue superado, Samuel, ya con 20 años, sigue bregando junto a su familia para ubicar los medicamentos postrasplante y así evitar el rechazo del donante. Su madre y sus ganas de regresar a una competencia de natación, lo mantienen animado.

—Todo se lo debo a ella, siempre estuvo para levantarme, y me ha devuelto las ganas de vivir.