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Cada año guía el ritual de una de las tradiciones más antiguas de la parroquia. Pastora González es la responsable de levantar de su altar y sacar del templo a la santísima, ella lidera la cofradía de la Virgen de Lourdes. Sigue la costumbre iniciada en 1884, en la que cada 11 de febrero cientos de devotos salen de la Iglesia de la Divina Pastora junto a la virgen en una peregrinación que cruza el Ávila a través del antiguo Camino Real de los Españoles, una festividad que tiene más de 140 años

Crónica Jonathan Gutiérrez / Fotografías Ana Cristina Febres Cordero

Pastora González arregla el lecho de rosas blancas y azules sobre el que reposa la santa patrona, revisa los últimos detalles antes de que comience la eucaristía. Se arrodilla frente al altar central bajo la cúpula del templo, juntas sus manos en señal de oración y se persigna dirigiendo su mirada a la virgen. A su espalda una iglesia colmada de peregrinos parecen sus custodios. Ella es el centro de la escena, esta señora de 82 años lidera la cofradía de la Virgen de Lourdes. 

El sonido de las campanas son la señal que anuncia que comienza el ritual. Cada año Pastora tiene la tarea de levantar a la santísima en hombros junto a otros hermanos de la congregación para sacarla del altar y cargarla hasta el exterior del templo, con este ceremonial da inicio la peregrinación. 

La primera vez que la señora Pastora hizo la procesión estaba en el vientre de su madre, desde antes de nacer hizo el primer recorrido.

—Es mi misión en la vida, yo siento que es una tarea que me encomendó Dios —dice. 

Concluye la misa aún de madrugada, son las 5:45 de la mañana. Una neblina con rocío hace que los devotos que esperan a la virgen usen abrigos y se froten las manos. Afuera de la iglesia una bruma deja entrever apenas los destellos de luz de los focos de los postes.

A Pastora la acompaña Mariela, nacida en un caserío del Ávila, La Cumbre, quien es parte de la cofradía y una hija adoptiva para ella. 

—Me curó de cáncer. Nuestra señora de Lourdes es la virgen que sana, es milagrosa. Estoy curada, gracias a ella —asegura Mariela, quien cumple la promesa de por vida de servir en la cofradía. 

La peregrinación de la Virgen de Lourdes, patrimonio cultural de Venezuela, está muy arraigada entre los habitantes de La Pastora y La Guaira, quienes se unen en una demostración de fe desde el siglo XIX. Pastora es una de esas fervientes devota. 

En su casa la señora Pastora tiene su propio altar, una repisa cubierta por un mantel bordado por ella ubicada en una esquina de su cuarto y en la que resaltan una Virgen de Lourdes que sostiene entre las manos varios rosarios y un relicario. Son cerca de dos docenas de vírgenes las que reposan en el sagrario más íntimo. 

—Algunas me las han traído de Francia, del santuario de Lourdes. Este rosario me lo trajeron del Vaticano y fue bendecido por el Papa —dice.

Pastora toma una virgen de su pequeño altar, una santa que a la vez es un frasco de agua bendita, lo destapa y rocía el contenido como una llovizna, ella esparce gotas por todo el lugar. Se detiene un instante frente a una mesa de noche con fotos familiares y las baña con el agua de Lourdes, incluso se echa a sí misma un poco porque según ella “el agua del manantial de Lourdes purifica y cura”. 

A las tres de la tarde de cada día, la señora Pastora reza un rosario dedicado a la virgen, lo hace de pie frente al altar con un rosario de cuentas azules, blancas y plata entrelazado en sus manos y una medalla de Lourdes. En su oración le pide por su esposo Hernán López con quien tiene más de 60 años casada, su hija Lolián, una maestra que vive en España, y por su hijo Hernán, un dibujante quien vive con su nieta Giuliana en Estados Unidos. 

—A mis hijos yo los llevaba desde bebés a la peregrinación, subían conmigo, me los llevaba cargados desde chiquititos. Ellos son devotos. 

En la residencia de Pastora, un pequeño departamento que mantiene impecable y prolijo, Pastora se suele sentar a hacer llamadas del trabajo de la cofradía en un salón con un sofá de colores rosas y gris, solo la acompaña su marido, Hernán, quien es creyente pero “no tanto”, y no siempre va con ella en la travesía porque “él ya con la edad se cansa”. 

—A mi esposo lo conocí en La Pastora, él es de la parroquia, tiene mi misma edad, 82, un día fuimos a una fiesta, porque a mi me gusta bailar, y me dijo: “Vamos a casarnos”, yo le respondí: “ta bien, pues”, y hasta el sol de hoy —relata. 


Del altar saca una hoja de papel, en su plegaria diaria, Pastora también reza por los enfermos. Ella anota en una lista los nombres de familiares, amigos, vecinos y conocidos con afecciones de salud a quienes encomienda su sanación a la santísima, según ella, la virgen no sólo cura las enfermedades sino que también abre los caminos. 

Cada 11 de febrero, siguiendo la costumbre iniciada en 1884, cientos de devotos salen desde La Pastora en un recorrido que cruza el Ávila a través del antiguo Camino Real de los Españoles, en una procesión que baja el mar y llega a Maiquetía. 

Este año la festividad cumplió 140 años. Fue el padre Santiago Machado –el padre Machado como lo llama la gente– junto a la madre Emilia de San José quienes hicieron el primer recorrido con Nuestra Señora de Lourdes a cuestas, que sale en procesión acompañada por sus devotos desde el casco central pastoreño hasta llegar a la Iglesia San Sebastián de Maiquetía. Son unos 20 kilómetros a pie cruzando la montaña. 

En la primera etapa de la ruta Pastora saca a la santísima, luego de que salen del templo, entrega el testigo a otro cargador, acompaña a la virgen y se suma a los cantores de Lourdes, quienes también son miembros de la cofradía. 

—La reina del cielo, la madre de Dios, en Lourdes, benigna, su trono fijó —dice la estrofa que canta—. Aprendí esta canción desde muy niña, cuando aún vivía en la montaña.

En las faldas del Ávila nació Pastora, en una hacienda de café llamada Las Flores, en Las Aguadas, su padre fue Sebastián González quien era panadero y estaba casado con su mamá, Antonia Hernández, ambos de origen canario. 

—Somos gente del Ávila, todos los caseríos hasta La Cumbre pertenecen a La Pastora, aunque nací en la montaña, soy pastoreña —comenta. 

Los padres y abuelos de Pastora fueron peregrinos de la Virgen de Lourdes, hacían el trayecto junto al padre Machado, lo conocieron y lo acompañaban en el recorrido desde la época del fundador de la peregrinación. Para ella es un legado familiar que abarca cuatro generaciones. 

Pastora se crió entre La Cumbre y el hogar de su hermana mayor, Carmen, en la casa número 14 en Puerta de Caracas. Cuando era apenas una bebé su mamá la llevaba cargada a la procesión, cuando comenzó a caminar la llevaba de la mano y cuando era una niña de 10 años, ya se iba caminando sola.

—De niña y adolescente nunca dejé de ir y cuando tuve la mayoría de edad, ya me asumí como peregrina. Siempre me gustó acompañar a la virgen desde tempranito, cuando empieza la jornada. 

La peregrinación comienza frente a la iglesia en la calle real de La Pastora, sube hasta la Puerta de Caracas, para luego seguir hacia el Ávila, una multitud va delante, al lado y detrás de la Virgen de Lourdes. Las ventanas y portones de las casas centenarias se abren de par en par. La gente le canta, le reza, le piden, la aclaman. Algunos le lanzan pétalos de rosas, otros agua bendita. 

—Yo siempre he ido pegadita de la virgen, yo no me he ido ni adelante ni atrás, yo voy ahí, al lado de ella —cuenta Pastora. 

En la procesión se fijan 14 estaciones que emulan el vía crucis. La primera parada de la ruta la hacen frente a la Iglesia de San Judas Tadeo. Ahí la multitud se detiene y Pastora es una de las cofrades que reza. 

Después de unas dos horas y media de recorrido en subida, en el sector de Campo Alegre del Ávila la marcha de la Virgen de Lourdes se detiene en la Capilla San José.  

En el porche de la casa colonial de los Pérez Aranguren, una de las familias más antiguas del Ávila, las personas toman café negro y chocolate caliente. Pastora es una de ellas.

—Ya soy una señora mayor, pero en la peregrinación de Lourdes no me canso, hay gente que me pregunta de dónde saco fuerzas, yo respondo que la misma virgen me las da —dice mientras bebe una taza chocolate para recargar energías.

—La vida de Pastora está dedicada a la peregrinación. Ella no para, se prepara todo el año para este día y su labor en la cofradía. Es su trabajo, ella continúa una tradición y ama a la virgen con devoción —cuenta Mariela.

Pastora toma un bus en la calle real para subir hasta la casa de una de sus hermanas, Gloria, quien reside después del arco de Puerta de Caracas. Al bajar del transporte, saluda por donde pasa, algunos vecinos la abrazan, otros la besan. Un muchacho le pide la bendición. Es carismática y popular. 

Subiendo por unas calles empinadas, se detiene en una de esas aceras altas para contemplar el Ávila, mientras apoya su mano en una baranda. Señala un punto lejano para indicar donde se crió. Pastora tiene la convicción que hay un vínculo sagrado entre la montaña y la peregrinación. 

—Para la gente del Ávila la peregrinación de Lourdes es más que una tradición, es una fe muy grande y poderosa que está arraigada en el corazón, para los avileños la virgen nos cubre con un manto protector —dice con énfasis.

Luego del deslave de La Guaira no se hizo una peregrinación completa por tres años consecutivos, se hacía solo hasta la mitad del trayecto, pero en 2003 la cofradía de Lourdes se propuso arreglar el camino para que los peregrinos pudieran cruzar el cerro con la virgen.

—Era un imposible, las piedras que obstaculizaban la vía eran enormes, pero los muchachos de La Cumbre se fueron para allá abajo, a El Guayabal, trabajaron todo el mes de enero, se lo propusieron y lo lograron. La virgen los ayudó a recuperar el camino del Ávila. Esa peregrinación fue tan grande y bonita por la devoción de esa gente que aún hoy se recuerda. La fe mueve montañas —relata Pastora.  

Aunque sus hijos emigraron y ora por ellos cada día, para Pastora los miembros de la cofradía son sus hijos adoptivos. Después de tantos años los ve como una familia. Entre ellos, a Aníbal Martínez, uno de los cantores; Tony Pereira, quien es de la casa parroquial y la ayuda en lo que requiera; y Donald, otro de los cantores del grupo.

Al son de las voces de los cantores de la cofradía, en la procesión de este año, a partir del caserío de Campo Alegre, la neblina envuelve la hilera de peregrinos que atraviesan los bosques del cerro. Hay un instante en el que solo se contempla la Virgen de Lourdes alzada que sobresale sobre las cabezas de los caminantes.

La virgen parece que flota entre las nubes. Por breves segundos ocurre un momento místico en la peregrinación: al concluir el rezo colectivo de un Ave María un haz de luz atraviesa el bosque tupido con neblina, e ilumina la corona dorada de la imagen de Lourdes. 

A medida que los peregrinos se adentran en el Ávila, en los bosques del cerro se ven jabillos, bucares, almendros, palmas e incluso araguaneyes floreados. A lo largo de la ruta brotan helechos, orquídeas y bromelias que están por doquier. En algunos pasos se percibe una fragancia a eucalipto. Los colibríes hacen de las suyas en las cayenas rojas o en las margaritas amarillas y silvestres. 

Cuesta arriba, al llegar a la capilla rosada de Hoyo de La Cumbre, un palo de agua recibe a los peregrinos, quienes se unen uno a uno a una fila de personas que se va alargando hasta perder de vista al último de la línea. Es la cola de la sopa de los peregrinos que cocina Pastora. 

La líder de la cofradía también coordina a los voluntarios que hacen una sopa especial. Ella inició la costumbre de ofrecer un sancocho de verduras, costilla y carne de res a los caminantes devotos de la Virgen de Lourdes, para que nadie pase hambre y tengan el aguante necesario para seguir el recorrido, que a partir de ese punto baja desde la montaña al litoral.

—Esta es una sopa que llena la barriga y también el espíritu, es una sopa divina —dice Pastora. 

Un olor a leña y una humareda envuelve a todo el caserío de Hoyo de La Cumbre. En un galpón en enormes calderos sobre un fogón, cocinan el sancocho. 

A cada devoto le sirven su respectivo caldo reparador. Es una sopa caliente elaborada con la receta de Pastora, casera y gratuita, para muchos una recompensa por llegar a la cumbre y un gesto que agradecen todos los feligreses.

—Aunque somos humildes, desde la primera vez que la hicimos le dí un plato de sopa a cada uno de los peregrinos y alcanzó, porque la virgen hace que eso rinda —afirma. 

Algunos la bautizaron como “la cofradía de la sopa” a esta congregación alternativa. Son muchos los voluntarios, entre ellos, los hermanos de Pastora, Juan Alberto y Gloria, quienes la noche previa  junto con otros colaboradores pelan kilos y kilos de verduras. También están Cheo quien lleva el agua potable para la sopa en un camión, un aliado incansable, y José Díaz, un muchacho de La Cumbre que la ayuda a cocinar, encender la leña y preparar el fogón. 

—La gente dice que mi sopa es sabrosa, pero yo digo que el mejor aliño se lo pone Nuestra Señora de Lourdes. Yo le pido a la virgen que quede bien rica, que a nadie le haga daño y que ningún peregrino se quede sin comer. Es la multiplicación de la sopa. Eso es ayuda celestial. 

Esta señora de tez blanca-blanca, ojos azabache, hablar pausado y mirada dulce de abuela cree en los milagros.

—Usted vio a la señora que nos saludó y abracé cuando veníamos, Milagros, ella es otra que tenía cáncer y se curó de la enfermedad, le ofreció a la virgen su petición y la virgen le cumplió, la tiene sanita —asegura.

Son tan numerosos los milagros y prodigios atribuidos a Lourdes que Pastora dice que ella ya perdió la cuenta. Aferrada a su rosario, a Pastora se le aguan los ojos que se ponen vidriosos cuando rememora algunos. 

—La peregrinación para mí es muy especial, es un día feliz, maravilloso, el mejor día del año. Es una herencia de la que me siento comprometida y orgullosa. 

Es tanta la gratitud y fervor que siente por la virgen que el día antes de la peregrinación, la señora Pastora junto a los otros miembros de la cofradía la reciben a la entrada de la parroquia.

—La de Lourdes es la celebración religiosa más importante, la más antigua y la más grande en convocatoria de gente que se hace en La Pastora, y “la señora Pastora de La Pastora” es un ícono de esta comunidad —dice Víctor Zambrano, el cronista de la parroquia.

La virgen llega desde Maiquetía la tarde previa, la esperan en la avenida Baralt, cuando arriba a La Pastora le dan la bienvenida con pañuelitos que agitan y es aplaudida. La conducen hasta la iglesia, la espera su pedestal en la esquina derecha del altar, Lourdes comparte el templo por una noche con la anfitriona Divina Pastora. 

Al amanecer, luego de la misa de honor, Pastora González junto a los miembros de la cofradía sacarán nuevamente cargada a la Virgen de Lourdes para continuar la tradición. 

—Toda mi vida he hecho la peregrinación y estaré allí como la guardiana de la virgen hasta que me lo permita Dios.