En San Cristóbal conocen de memoria cómo sobrevivir a los apagones —un reto aún inédito en la capital venezolana— porque llevan años padeciendo calamidades: cortes de luz, cortes de gas doméstico, cortes de gasolina. Algunos, como la madre de Eleonora, se las ingenian para calentar café en medio de la oscuridad
La espera por el regreso de la electricidad suele dar ganas de tomar café.
Pero sin cocinilla eléctrica y con la pena que ya nos da pedir de nuevo la cocina prestada a los amigos, mi mamá diseñó el mejor de los inventos para calentar el agua en esos momentos de oscuridad: una vela dentro de una olla, con una rejilla para sostener el envase con agua al que se agregó el café.
El agua tarda un mundo en calentarse, pero tomamos café caliente. Algunos en mi familia piensan que la idea es descabellada, pero las madres, definitivamente, son siempre sabias. Al menos en esos momentos, nuestra atención se centra en el café que vamos a degustar y no en lo miserables que somos por no tener electricidad ni gas doméstico.
Pero el invento, oh, tristeza, no sirve para el anafre o la parrilla ni para calentar pan. Por eso descartamos desde el principio preparar arepas. No podemos arriesgarnos a utilizar más velas porque eso implica quedarse a oscuras y sin saber qué tan largo será el apagón. La referencia reciente es de 45 horas sin luz, aunque siempre está la expectativa angustiante por un apagón sin solución.
Así que comemos a temperatura ambiente: pan con margarina, galletas con margarina, cereal sin leche y café caliente.
En casa, intentamos todos mantener la calma, a pesar de que a unos cuantos nos da migraña y lumbalgia. Y aunque varios vecinos colaboran con analgésicos y desinflamatorios, el llanto se hace inevitable.
—No llore más —recomienda mamá— Le va a doler más la cabeza y la espalda. Ya pasará esto.
El último corte de luz extendido en San Cristóbal superó las 30 horas y ocurrió a un mes del apagón nacional, que en nuestro sector duró 45 horas.
Unos ven a San Cristóbal —capital de Táchira, al suroccidente en la frontera con Colombia— como el patio trasero de Venezuela, por la aplicación de medidas del Gobierno a manera de ensayo para implementarlas luego en el resto del país o por la tardía atención gubernamental. Otros la ven como la puerta de salida de personas —más de tres millones de venezolanos— que huyen de la crisis, o como el canal para comprar alimentos y medicinas.
Aquí, en este costado andino de la frontera, la experiencia por el apagón del 7 de marzo dejó mucho aprendizaje: dónde recargar la batería del teléfono móvil y el MP3, comprar comida racionada para el almuerzo del día, dónde está y qué teléfono tiene la persona con cuarto frío que puede almacenar la porción de carne guardada con recelo (y que no cobra ni en dólares ni en pesos colombianos por el favor).
Porque tampoco es la primera vez que se vive una «temporada de apagones» en el estado Táchira. En 2008 la situación fue crítica con cortes eléctricos, pero no tan prolongados por evento como hasta ahora. Ni en esa oportunidad ni ahora ha servido tener la Represa Uribante-Caparo, estructura hidroeléctrica de las décadas de los años 80 y 90 con turbinas alemanas y capacidad de generar 2.000 megavatios. La información oficial no da cuenta de su estado y la versión extraoficial que se cuela es que se convirtió en un cascarón.
Pero pese a tantas experiencias previas al apagón del fin de semana del 5 de abril, en mi familia sentimos una sensación de hastío con angustia y una profunda tristeza. Ahora nos la pasamos calculando cuánto tiempo lleva cada conocido sin electricidad, cuánto durarán en la nevera las hortalizas, o el pedacito de queso o la leche pura comprada en Colombia. Sacamos todas esas cuentas para aprovechar todo y evitar que algo se dañe. Porque hace calor. Mucho CALOR, así, en mayúsculas: estas temperaturas de 30 grados centígrados son demasiado para un andino.
En apagones como éste, de nada sirve recargar las baterías de los teléfonos porque no hay posibilidad de comunicarse con nadie ni de la misma operadora ni de distinta empresa. Los datos móviles desaparecen y su disponibilidad, cuando son restablecidos, es intermitente.
Tampoco vale de nada recargar el MP3 con radio porque las estaciones quedan fuera del aire. A excepción de una emisora gubernamental que emite información que pareciera estar muy lejos de esta Venezuela. La ciudad queda muda. No se escucha el tránsito de vehículos por esta zona, que es la ruta usada por ambulancias hacia dos centros médicos de importancia.
La gasolina también desaparece.
La falta de electricidad afecta el despacho de combustible; las gasolineras cierran porque no todas cuentan con planta alterna de energía y paradójicamente, las que tienen generador no disponen de diésel para su funcionamiento o presentan inconvenientes al ser encendidas.
Pero es que en Táchira, desde el año 2002, se registran problemas para comprar gasolina porque los despachos no son suficientes para atender la demanda del parque automotor.
A partir de octubre se 2010 la estatal PDVSA instauró el uso de un tag por cada conductor que limita la compra de carburante a 230 litros al mes en promedio para particulares. Esto pretendía asegurar despacho a conductores y reducir el contrabando de combustible a Colombia. Pero en toda medida restrictiva surgen las desviaciones: conductor con más de 10 tags y reventa de gasolina. El litro de combustible en el mercado negro llega a venderse en 1 dólar.
No hay electricidad, no hay gasolina, no hay internet. Hasta ahora van más de 1.000 horas sin el servicio que debe suministrar la estatal de comunicaciones. La empresa ha dado la siguiente explicación a quienes reclaman por las fallas de conexión: la quema de unas tarjetas que no serán cambiadas «porque no hay dinero ni repuestos».
No hay comida preparada en casa porque sin electricidad, la cocina eléctrica que compramos para cuando se acabara el gas, tampoco prende. La comercialización y despacho de Gas Licuado de Petróleo (GLP) en Táchira, después de la expropiación de empresas realizada cuando el gobierno de Hugo Chávez, se vinieron a menos con el paso del tiempo. Algunas de esas empresas eran de tradición familiar.
Ahora, acceder a un cilindro de gas toma días en un centro de despacho o el desembolso de al menos 30.000 pesos colombianos que equivalen a 300.000 bolívares.
La escasez del llamado «combustible del hogar» ha provocado cientos de protestas ciudadanas que se traducen en bloqueo de vías principales y alternas que afectan el tránsito de vehículos dentro de la entidad y entre los estados.
Entonces tuvimos que desechar algunas hortalizas porque la cadena de frío se afectó con apagones anteriores. Preparamos un pollo en la casa de amigos, a un kilómetro de distancia, que tenían gas doméstico para evitar que se dañara. La situación fue muy sentida porque el pollo fue consumido en una sola sentada y no en varias tandas como solemos hacer en casa.
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Después de varios apagones, ahora vivimos entre cortes eléctricos.
Éste lleva ya 12 horas. El desayuno de hoy: café frío. Aunque lo habíamos guardado en un termo del año de María Cristina (así decimos aquí cuando algo es muy viejo), está frío pero es café. Galletas y queso tibio.
Eleonora escribió: Sigo sin electricidad. Van 23 horas. Hasta ahora tengo datos en el teléfono para enviar este mensaje. Estamos en el límite del quiebre emocional. Me estoy tomando el litro de leche que abrí ayer para que no se dañe. Sé que pondrá mal del estómago, pero ni modo, es preferible a que se pierda.
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Eleonora escribió: Hola. La luz llegó después de 26 horas. Estoy dándome trancazos porque no consigo donde hacerle los Rayos X a mi mamá: en el Hospital del Seguro no hay y en el Hospital Central se dañó el aparato por lo apagones. Estoy buscando en una clínica privada pero sólo le hacen los exámenes si ingresa por emergencia. Y eso es carísimo…