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Mejor conocido como el profe Orlando, ha sido testigo presencial de los cambios en su parroquia y se ha dado a la tarea de registrar la historia local como el cronista de San Agustín. Pero no solo es un albacea de la memoria de su comunidad, también es el cuatrista, guitarrista y cantante del grupo de salsa y guaracha Son Mondongo y el maestro de música que inculca a los más jóvenes el legado y ritmo de esta localidad

Texto Harold Contreras
Fotos Soriangel Cremer

En la cocina de la casa de Orlando Martínez hay una mesa rectangular, suele sentarse en su cabecera. Su mirada se dirige a una ventana que tiene enfrente, a través de ella se puede ver el Parque Central y parte de la montaña de San Agustín del Sur. Es el lugar donde ha vivido toda su vida y la comunidad en la que se ha dedicado a resguardar su memoria como cronista, a enseñar a otros en su rol de entrenador de béisbol o maestro de música, o a poner el ritmo y tumbao como músico del grupo Son Mondongo. Todo eso es Orlando.

—Vivir en un barrio no significa ser pobre… Aquí hay riqueza, riqueza cultural— afirma Orlando, mientras se siente el aroma del café recién colado.

A los 14 años, ya Orlando buscaba a los niños de cada cuadra de San Agustín, una de las parroquias más antiguas del centro de Caracas, para invitarlos a jugar a la pelota. Se aseguraba de convocar a los que vivían en la parte de arriba del barrio, en el cerro, porque no estaban incluidos en los equipos de béisbol.

Compraba atunes y espagueti para hacerles pasta luego del partido, reunía a unos 20 chamos, jugaban sin uniforme, solo con el blue jean de cada quien y en sus camisetas el nombre y el número de cada jugador estaban pintados con marcador.

—Se hicieron campeones y eran los mejores, mejores que otros equipos que tenían todos sus implementos—, recuerda con nostalgia y con ojos llenos de lágrimas —esos niños esperaban jugar pelota cada fin de semana.

Orlando ha vivido toda su vida en San Agustín. Conoce cada esquina y calle del barrio, pero también a cada vecino y familia. Mientras camina por los pasajes de arquitectura colonial ubicados en la parte baja de la comunidad, él saluda a todos, a sus “hermanos de toda la vida”.

Sus andanzas le hizo conocer a su gente, a la parroquia desde adentro, a ser testigo presencial de sus transformaciones.

En su adolescencia participaba en protestas estudiantiles y se enfrentaban a la policía, para ayudar a los estudiantes que manifestaban en las afueras de la Universidad Central de Venezuela. Lideraba los escapes grupales atravesando el Jardín Botánico, hasta llegar al resguardo en las montañas de San Agustín del Sur.
Nunca llegó a estar preso por ser menor de edad, en aquel entonces. Inició su activismo político en la Liga Socialista desde muy temprana edad con el apoyo de su madre, Mercedes Gimenez, quien fue militante del Partido Comunista de Venezuela, pero siempre con el temor de que fuese detenido.

Tiene 62 años de edad, pero desde aquella época de su juventud, Orlando de forma autodidacta aprendió a tocar tambor, luego cuatro y después el bajo en el grupo de gaitas creado por él, y con el tiempo aprendió a cantar. Sus primeros instrumentos musicales los compró con las utilidades que le dieron por su trabajo en el Banco Mercantil.

Orlando dejó paulatinamente las actividades deportivas y se convirtió en maestro de música de muchos niños y adolescentes, a quienes impregna de son y guaguancó. Se inició en la sede de la Fundación del Niño en Catia. Pero hoy en día sigue su labor de educación musical dando clases todos los sábados en el Pasaje 8 de San Agustín del Sur.

Clase tras clase, crece la confianza entre los alumnos y el profe Orlando —así le llaman sus alumnos—, pues no le gusta que le digan señor. En sus clases de música permite que los jóvenes compartan situaciones personales, drenen y se abran al diálogo con la intención que ellos puedan expresarse.

—Hablan del consumo de marihuana, de haber presenciado como el papá jode a la mamá. Si alguien llega con un problema personal porque el papá le pegó a la mamá, ese día en vez de recibir clases, hablamos del asunto y todos opinan para ayudar.

Eliminar la violencia, mejorar la vida de los chamos a través del deporte o la música, e inculcarles orgullo por las tradiciones de San Agustín documentando su historia, ha sido parte de su propósito.

La intención de convertir a San Agustín del Sur en un eje cultural en Caracas, era un anhelo que tenían Orlando y otros vecinos y amigos desde los años noventa, para mostrar el legado de su parroquia. En julio de 2017 se realizó el primer Cumbe Tours, la ruta turística de San Agustín.

—Llegó el loco de Reinaldo y me dijo “vamos hacer una ruta y vamos a inscribir a la gente por redes sociales y cuando tengamos unos 20 turistas, los traemos”—, dice al referirse a Reinaldo Mijares, el líder local quien inició el proyecto del Cumbe Tours.

El primer Cumbe Tours fue dividido en dos grupos, uno de 10 de la mañana a 2 de la tarde y el otro de 3 a 6 de la tarde. Orlando, quien es conversador y muy directo al hablar, se ofreció en acompañar el proyecto turístico compartiendo su experiencia en el Venezuela Caribbean Show, revista internacional que promovía los sitios turísticos del país. Desde entonces, Orlando se ha convertido en un anfitrión musical que a su vez es un contador de la historia local de San Agustín.

***

Orlando sale de su casa vestido de pantalón negro, camisa blanca, perfumado. Lleva un cuatro y una guitarra, cada instrumento con un forro negro, y colgada en cada hombro. Se dirige hacia el Pasaje 8 de San Agustín, al conocido Fogón de Emilio, donde culmina el Cumbe Tours. En el camino, saluda y conversa con todo al que conoce. Algunos le llaman Orlando, otros le dicen profe, saca del bolsillo del forro de la guitarra su libro titulado Vivir en San Agustín. Un entramado de historias, cuentos y relatos, publicado en el 2022.

Él no solo es un relato oral, también plasmó por escrito la tradición y memoria de San Agustín, y muestra con orgullo su libro.

El profe Orlando le enseña a la gente fotos en blanco y negro, imágenes donde aprecia detalles de otras épocas, edificaciones que ya no existen, otras modificadas. Recuerda los autobuses Mercedes Benz y sus colores que circulaban por allí, así como algunas personas que fallecieron, pero fueron valiosas para San Agustín. Anima a sus escuchas a leer su libro porque es la historia de la parroquia.

—Una de mis mayores preocupaciones es que las nuevas generaciones de San Agustín no conocen la historia local —comenta, por esta razón él insiste en documentar y contar.

El profe Orlando sigue su camino y llega al Fogón de Emilio, saluda al resto de los integrantes de la agrupación musical Son Mondongo –de la que es miembro principal– quienes también visten de pantalón y zapatos negros y guayabera blanca. Para su sorpresa, los micrófonos, instrumentos musicales y cornetas, están fuera de la casa, en plena vía del Pasaje 8, la justificación es que vendrán unos 50 turistas y no caben todos en la sala donde tocan.

El grupo musical Son Mondongo se prepara para ensayar, van probando cada micrófono e instrumento musical. El profe Orlando ajusta la correa de la guitarra en su cuerpo, coloca su cigarro en el espacio hueco que hay entre cada clavija de su guitarra. Apoya la caja de resonancia sobre el tronco de su cuerpo y orienta el mástil a la izquierda de su hombro. La mano izquierda oprime las cuerdas contra el diapasón, mientras la mano derecha se encarga del rasgueo.

Minutos después se escucha un “¿dónde está Orlando?”, se pregunta el bajista, “hay que ensayar porque los turistas se acercan. Llamen a Orlando por el celular para ver dónde se metió”. Orlando aparece y cada músico está listo en su lugar.

Se ubica de segundo, de derecha a izquierda, con su guitarra y frente al micrófono. Su estatura de 1,65 metros, su cuerpo delgado, lo hace resaltar ante la gran contextura y altura del resto de sus compañeros, algunos son más altos, otros algo obesos, pero todos tienen en común su tez morena.

Comienza a sonar el violín, el bajo, la tumbadora, la guitarra, las maracas, el güiro, los músicos al mismo tiempo entonan:

—¡Almendra pa’ los viejitos, Almendra!, ¡Almendra pa’ los viejitos, Almendra!, ¡Almendra pa’ los viejitos, Almendra!

El son de la salsa resuena en el Pasaje 8 de San Agustín del Sur, anticipando la llegada de los turistas. Ha terminado el ensayo, los músicos son avisados que los turistas han salido del Teatro La Alameda hacia el Fogón de Emilio, y nuevamente “¿Dónde está Orlando?”, se pregunta el bajista. El profe Orlando aparece en la entrada del pasaje, batiendo ambas manos como un niño sorprendido y gritando “¡ahí vienen los turistas!”, apura el paso y toma su puesto en la agrupación.

Finalmente, llegan los turistas siguiendo el paso del grupo de samba de San Agustín, se detiene la música y se logra escuchar el canto “¡lo bueno de nuestra tierra, la cultura popular, lo bueno de nuestra tierra, la cultura popular!”. Siguen tocando la samba, resalta el sonido de las trompetas, y de un momento a otro se detiene la música. Se invita a los turistas a sentarse para la gran presentación del grupo musical Son Mondongo. Salsa, guaracha y boleros son el repertorio.

—Almendra pa’ los viejitos, Almendra —comienza a cantar Orlando, quien da la bienvenida y dice —esto es cien por ciento San Agustín.

12 historias que conectan e inspiran de una de las parroquias con mayor tradición cultural y arraigo de Caracas.

Un especial en alianza entre Historias que laten, Ghetto Photo y 100% San Agustín

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