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Desde abril de 2017 las calles de Caracas, y algunos otros estados del país, fueron testigos de continuos y crudos enfrentamientos entre grupos opositores al gobierno de Nicolás Maduro y los cuerpos de seguridad del Estado. Pasaron al menos tres meses en ese escenario que se repetía en calles y avenidas. Miguel Hurtado retrató detalles de lo que ocurría en Caracas durante esos días signados por bombas lacrimógenas, movilizaciones y choques de fuerzas

“La guerra es un lugar donde jóvenes que no se conocen y no se odian se matan entre sí, por la decisión de viejos que se conocen y se odian, pero no se matan”. Erich Hartman.

Van dos años de las protestas, de los días del gas y el agua, de las piedras y el fuego. Dos años desde que la autopista Francisco Fajardo, desde Altamira hasta un poco más allá del Rosal, se convirtiera casi a diario en un campo de batalla para los que participaban en las manifestaciones. Esta es una muestra de los muchos detalles que en esos días marcaron las calles.

Por un lado, jóvenes, “soldados de franela” como solían llamarlos, aplaudidos y vitoreados cuando aparecían para tomar la vanguardia de las multitudinarias marchas en contra del gobierno de Nicolás Maduro. Fueron tratados como héroes -quizás demasiado anárquicos para serlo- luchando por el cambio, por la libertad e incluso por la efímera fama de las redes sociales. “¿Si me tomas una foto me volveré viral?”, me  preguntó alguno.

Salían alimentados por la osadía de la juventud, la adrenalina y la rabia de tener lidiar con todo lo que ha acarreado esta llamada revolución. Con el objetivo de ¿cambiar las cosas?, ¿drenar la molestia?, ¿atravesar el piquete que tenían al frente?

Del otro lado, la orden solía ser más clara: “que no crucen este punto”. Ellos eran menos en cantidad y no mucho mayores en edad. En lugar de franela llevaban equipos antimotines y sus acciones no eran el resultado de la improvisación y la adrenalina. Estaban formados para “mantener el orden público”. A estos nadie los vitoreaba ni aplaudía, a lo sumo compartirían entre sí las palabras necesarias para mantener la moral y la entereza. Repudiaban las imágenes y para ellos salir en las redes sociales, formar parte de ese “show mediático” distaba mucho de ser un anhelo. Apenas habrían dormido o comido, más que cansados exhaustos, pero allí estaban con el peso de su indumentaria bajo el inclemente sol del trópico, mientras creían defender el orden, la paz, “la patria”.

Cada bando, de una u otra forma, víctima de la situación del país que a todos nos consume, cada uno hacía lo que en su momento consideraba lo correcto. Recuerdo el cuestionamiento de alguien camino a una de las marchas:

-Si en medio de todo, una de estas señoras te dijera que bajes la cámara y no hagas más imágenes, ¿lo harías?

-No, porque es mi trabajo -le contesté.

-Entonces, ¿cómo van a pretender que estos guardias bajen sus escudos?