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Nada es casualidad en la vida. Más de 15 años han trascurrido desde aquel día en el que monseñor Rafael María Febres-Cordero tomó el cruce de calle equivocado en una carretera y se perdió por las sinuosas vías hatillanas. Después de un largo camino, el extravío lo llevó hasta La Mata, en la zona rural de El Hatillo. “Estaba perdido, así que al ver una pequeña capilla, allí me paré. Cuando bajé del carro una señora me dijo: —Padre, a usted lo trajo Dios”. Un joven yacía muy enfermo y pedía ver a un cura. Monseñor Febres-Cordero logró confesarlo antes de morir para que descansara en paz.

“Nunca habían contado con un sacerdote. Luego llegué a Sabaneta, a un lugar muy hermoso. Me paré justo sobre el sitio donde hoy está la ermita y me dije: Aquí construiré la iglesia, es la voluntad de Dios”.

La relación del monseñor con los pobladores de la zona rural de El Hatillo fue amor a primera vista. Hoy es un hatillano más, y un referente que resalta por su vocación de servicio y su valiosa labor social y espiritual.

La construcción de la ermita de Sabaneta, hecha en piedra, fue idea de Monseñor. Allí ocurrió un milagro: Salomón Leclercq salvó la vida de una niña del pueblo. Monseñor lo documentó y gracias a su tesón el beato fue santificado por el Papa Francisco.