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“…Sólo una hora más en silencio…”

Un Languis es lo más cercano que he visto a un cronopio. Este Languis, con nombre propio, Gustavo Adrián Cerati, es un ser en blanco y negro que nació en Buenos Aires en 1959, creció y se reprodujo musicalmente en Puentes y ríos Babel, entre cactus y amebas, por toda América Latina. Su microclima parece ser sobre todo la avenida Alcorta de Buenos Aires pero ha sabido bifurcarse por calles azules con luz de patio por toda Latinoamérica. De alguna forma, comparte muchos rasgos con Rubén Blades, ese otro gran “descifrador” y “conjurador” de lo latinoamericano. Cerati ha ido de sur a norte y Blades de norte a sur. Algo va de la Lisa del primero a la Paula C del segundo.  Algo muy profundo tienen que compartir quienes, no por azar (“ya lo sabes nada es casualidad”), componen dos canciones tituladas simultáneamente “Camaleón” (dos canciones lanzadas el mismo año: 1991). El álbum de Soda Stereo se llamó Dynamo y el de Blades, Caminando. Una cierta idea de lo latinoamericano husmea en esas dos canciones, de forma paradójica y en apariencia distante. Se trata más bien de dos caras de la misma moneda. En la canción de Cerati, el camaleón es la figura del “doble”, de una pareja que se hace uno y se vuelve camaleón a la vez. La letra, herméticamente encantadora y misteriosamente indescifrable, como cierto repertorio de canciones de Cerati (en especial en el álbum Dynamo) nos dice: “Y ya no importa saber el final/ sólo amarte y cruzar el fuego….camaleón/ juntos somos como un templo…”. En la canción de Blades, en cambio, el camaleón es la figura del mal-amigo, del ladino: “…Ten cuidado con el camaleón/ que detrás de la sonrisa lo que esconde es su rencor…”. Dos camaleones distintos y una sola Latinoamérica unida por sus amores y sus desamores. Rock y salsa, lado A y lado B del mismo disco. Dos caras de un mismo antifaz. En un mismo mes, casi veinte años después de sus camaleones, los pude ver a los dos, con diez días de diferencia: primero a Blades, el primero de mayo, y luego a Cerati, el trece. Fue además en el mismo escenario. En el mismo destartalado coliseo El Campín de la avenida Las Palmas de Bogotá donde había visto por primera vez a Cerati con Soda Stereo en 1995. A la vuelta del barrio de mi infancia, el San Luís−una especie de Núñez de Buenos Aires (el barrio natal de Cerati), versión bogotana−.

Pero dejemos la línea de fuga de Blades y volvamos a nuestro cronopio menor, perdón, quise decir, a nuestro Languis mayor. En estos tiempos y en estos mundos (títulos de dos álbumes de Blades)  en los que cada vez hay más famas, un cronopio es aún más necesario y sorprendente que en la época de Cortázar. El origen de la palabra “languis” puede encontrarse en un sueño de Bustos Domecq, aunque algunos sugieren que surgió de una conversación entre Macedonio Fernández y Xul Solar. Pero, más allá de esas especulaciones, sólo se encuentra una primera mención de “languis” en el disco de Soda Stereo, Doble vida, de 1988, en el track número cuatro. Hay una versión distinta, del año siguiente, aún más “argentinizada” con bandoneón de por medio (algo más bien poco común en Cerati, si lo comparamos por ejemplo con Fito Páez). Yo me quedo con la segunda versión, más larga y más “dynami-zada”. La voz de Cerati aquí llega a uno de sus momentos más excitantes: “Un tiempo de blandos/ un tiempo de rígidos”. En esos tiempos yo me sentía como un Languis también. Fue hace muchos años, pero parece algo de hace una Primavera 0, cuando pasaba los días comunes llenos de zoom y de música para volar, y me quedaba horas con una persona al otro lado de la línea telefónica, escuchando juntos esta canción (y todas las de Cerati). Ahora que lo pienso, hoy me suena a un cuento de Bolaño de Llamadas telefónicas y es extraño estar aquí, lejos de él, de ese tiempo y de todo. Habría que acompañar esas escenas con un par de poemas de Bolaño −aún a riesgo de ser “desautorizada” por el mismo Bolaño y sus fans− muchas veces aún más desconcertantes que sus cuentos. Pensemos por ejemplo en La universidad desconocida.

Nuestro Languis ha juntado muchas “soledades”. Nos ha llenado de deja-vus y tal vez (nos) engaña lo que creemos recordar de él. Sobre todo en el video de esa canción, de “Engaña”, podemos apreciar las atmósferas más queridas por Cerati : sus juegos de seducción, sus fantasmas, sus colores santos, sus naturalezas muertas y sus medusas fantásticas. Allí, nuestro Languis bordea y rodea a Borges y a sus temas más queridos: la bifurcación, los espejos, los felinos, la ciudad, Buenos Aires, la noche, la muerte y el “impuro e infame” amor. Y todo eso “está pasando aquí y ahora”.

Nuestro Languis ha tenido desde 1984 –que se sepa– el don de la ubicuidad: suele dar vueltas por el universo todos los días, aunque se queje por estar a un millón de años luz de casa. Aunque nos diga que su casa es una especie de: “Torre de lanzamiento/ hoy nuestra aldea es todo este mundo/ y no es un mero pretexto”. Todos sabemos que su casa es la ciudad de la furia y una ciudad, Buenos Aires, humedad. Nuestro Languis aparece cuando es el momento del baile, cuando es la hora de una danza rota, cuando es el tempo del ritmo de tus ojos: “…Hay sólo una hora para algo prohibido/cuando se acabe la fiesta/ la tribu estará sedienta/ será el momento del baile de los languis… languidos”. Pero también, en las horas más desoladas, nunca sueles dejarme solo.

Para mí, for ever and a day, Cerati, el fundador de la tribu, de la secta de Los Languis, siempre será un ángel clandestino (por el poema de Gómez Jattin), es decir “el amigo imaginario e inseparable”. Cerati, gracias totales, por ser siempre un hacedor de “pieles divinas, eternas y clandestinas”. Gracias por todas las pieles amadas a través de ti. Por las pieles camaleónicas hechas de texturas de coral.

Tú nos recordaste que “el lenguaje es otra piel” (No hay nada más profundo que la piel, decía Deleuze). Tú nos enseñaste que perdonar es divinoy el resto es literatura… o un disco eterno…

 

Madrugada del 20 de mayo de 2010. París, con vista a Caracas.