No había salido el sol cuando sonó la diana. Un repiqueteo de trompetas y tambores produciendo un estruendo que parecía el presagio de una guerra. Duró tres, cuatro, cinco minutos. Lo suficiente para espantar el sueño. Se oyeron también fuegos artificiales estallando en el cielo todavía oscuro.
Las calles de Caricuao, una parroquia caraqueña ubicada al extremo suroeste de la ciudad, estaban vacías. Eran las cinco de la mañana cuando aparecieron dos motos cuyos conductores lanzaron un par de gritos: “¡A votar, que la Constituyente sí va!”; “¡A pararse, que el día llegó!”.
Después que pasaron, hubo silencio. Apenas los gallos cantando, unos perros ladrando. Y luego terminó de amanecer el domingo 30 de julio.
Fátima escuchó desde su cama el sonido militar y los gritos de los motorizados. Tenía frío y, sobre todo, sueño. Desde hace algunas semanas le cuesta descansar. Se queda hasta altas horas de la noche preocupándose, pensando: en sus hijos, en sus nietos, en lo que pasa en el país. Por eso había dormido no más de un par de horas. Pero luego de la diana se levantó, preparó café, encendió el televisor y pensó: “No quería que este día llegara”.
–No quería que este día llegara porque sé que vienen más muertes. Muertes, muertes, muertes. A mí me tiene mal esta una mortandad de jóvenes que no han conocido el mundo. Yo ya viví; pero esos niños, no. ¿Cómo estarán esas madres?
Salió de su casa a votar para elegir a los diputados a la Asamblea Nacional Constituyente, convocada por el Presidente Nicolás Maduro. Lo hizo en el liceo Benito Juárez de Caricuao: entró al centro electoral, y cinco minutos después, ya estaba afuera. Eran las nueve y media de la mañana.
–Se inventaron este show y no me quedó otra que ser parte de esta farsa. Porque esto es una farsa, que no quede dudas.
Dijo “esto es una farsa” y bajó el volumen de su voz. “Para que no me escuche esta gente”, se excusó. Y entonces se explayó en un monólogo susurrado.
–Yo vine a vine a votar con tristeza, porque sé que lo hice por una bolsa de comida. Jamás, en mis sesenta y seis años, me imaginé pasando por semejante humillación. Con el hambre no se juega. Aquí donde me ves estoy sin desayunar, en la casa no había mucha comida, sólo unos plátanos. ¿Sabes por qué no podía dejar de venir a votar?
– ¿Por qué?
–Porque hace meses me saqué el Carnet de la Patria, que era obligatorio para quienes recibimos la bolsa Clap. La semana pasada el Consejo Comunal me dijo que iban a saber si no votaba. Me amenazaron con quitarme el beneficio.
Clap son las siglas de Comités Locales de Abastecimiento y Producción, una forma de organización popular impulsada por el gobierno para efectuar la distribución y ventas de alimentos a precios regulados. Se originaron como una forma de hacerle frente al aumento de la escasez y las reventas de productos cuyos precios están controlados. Las jornadas de entregas de las bolsas de comida deberían tener una frecuencia mensual, pero en muchas comunidades como Caricuao ocurre cada 45 días. Algunas veces pasa hasta más tiempo.
Fátima es robusta, tiene el cabello cano y camina despacio. Vive en Caricuao con sus dos hijos: un joven de veintitrés años y una muchacha de veinte, quien tiene dos bebés, uno de tres años y uno de nueve meses.
–Mi hija es madre soltera y ahí está con los niños. No trabaja. Mi hijo mata tigres, pero no siempre le va bien. A mis muchachos los levanté sola porque mi marido me dejó. La verdad es que me cansé de que me pegara. Llegaba borracho, me golpeaba y después me pedía perdón. Un día no volvió más. Fue mejor así. Soy la cabeza de familia. Lo que más me angustia es que a veces no tenemos cómo darles tetero a los niños. La leche que trae la bolsa Clap se acaba rápido, imagínate ¿cómo hago si me la quitan? No puedo comprar nada bachaqueado (revendido) porque todo es demasiado caro. Una Harina Pan, 12 mil, 13 mil bolívares. Yo con lo que cuento es con mi pensión, que son un poquito más de 90 mil, y ya casi no trabajo.
Suele lavar, planchar, cocinar en casas ajenas. Por día le pagan 10 mil bolívares. En un mes, trabajando de lunes a viernes, podría tener un ingreso mensual de 200 mil bolívares. Qué más quisiera ella.
–Pero casi toda la gente a la que le trabajaba se ha ido del país. Otros me han dicho que ya no me pueden pagar. Ahorita sólo voy a dos casas, y no me resulta. Me costó darme cuenta de que me había equivocado apoyando a (Hugo) Chávez. Lloré cuando se murió. Pero ahí fue cuando abrí los ojos. ¿Cómo se le ocurrió dejarnos a este señor, Maduro, que no tiene idea de lo que está haciendo? Nos tiene pasando hambre.
Hizo una pausa, miró a los lados, se encogió de hombros.
–Ahora, si me permites, tengo que ir a registrarme ahí en ese toldo rojo, para que sepan que voté. Es la gente del Consejo Comunal.
*
Caricuao es un terreno verdoso de 23,89 kilómetros cuadrados, rodeado de muchas montañas, que le han valido ser reconocida como “la parroquia ecológica”. Aunque es parte del municipio Libertador, parece una ciudad en sí misma. Alejada de los principales centros urbanos, se conecta con el resto de Caracas a través de la autopista Francisco Fajardo y del Sistema Metro.
En 1946 era una extensión de haciendas cafetaleras. El Estado compró esas tierras para edificar allí la Gran Urbanización de Venezuela. Se perfiló entonces como el crecimiento urbanístico planificado más grande de América Latina: se construyeron avenidas, 200 edificios, escuelas. Pero quedó a medio camino. Algunas las montañas fueron invadidas y se formaron barrios. Ahora, de acuerdo con el Censo de población y vivienda del año 2011, la parroquia la habitan más 138 mil personas. La mayoría trabaja a las afueras, de modo que ha terminado siendo un asentamiento dormitorio.
El 30 de julio allí transcurría el domingo como cualquier otro. A las diez y media de la mañana el mercado popular de la Avenida Principal de la Hacienda estaba atestado de gente. En la calle, como siempre, había buhoneros vendiendo verduras, legumbres, frutas y productos regulados a sobreprecio. Había colas extensas a las afueras de algunas panaderías: personas que esperaban para comprar ocho unidades de pan francés por 1 mil 200 bolívares.
– ¿Ya votaste? – preguntó un señor a otro, mientras esperaba en esa cola.
–Sí, boté… boté la basura– respondió
Se rieron.
El venezolano siempre se ríe.
–El humor del venezolano es lo último que se pierde – intervino una señora– Uno puede perder la esperanza, pero nunca el humor. Por eso es que estamos como estamos. No voy a votar. Le ven a uno la cara de idiota. No sé cómo hay gente que todavía les sigue la corriente. A partir de mañana estaremos en dictadura formalmente.
El establecimiento queda a metros de un centro electoral que funcionaba en el liceo Ramón Díaz Sánchez. Allí votó Ricardo, quien trabaja, desde hace 19 años, en la Compañía Anónima Nacional Teléfonos de Venezuela (Cantv), la empresa estatal de telefonía del país.
Hace una semana su jefe reunió a todo el equipo. Antes de comenzar a hablar, les pidió que, por favor, apagaran los teléfonos. “Para evitar que alguien se pusiera creativo y grabara lo que aquí se va a decir”, explicó. Cerró la puerta y sostuvo: “Estamos en un momento muy importante. No podemos dejar que la derecha arruine el país”.
–Que las guarimbas, que el imperio, que el Carnet de la Patria, que es para la paz. Dijo toda esa paja. Qué arrechera me dio. Tuvo el descaro de decir que si alguien estaba inconforme se fuera a trabajar en una empresa privada. Como si eso fuera así como así. Y yo pensaba: qué bolas, son unos sucios. Me provocó tener el celular pendido y grabar todo para ponerlo en las redes sociales.
Ricardo antes de ir a votar discutió con su esposa, que también trabaja en el sector público, pero decidió abstenerse. Ella le pedía que pensara en sus hijos, que “como no encuentran oportunidades” están por migrar a Colombia y le decía: “Ricardo, no podemos entregar al país por un puesto de trabajo”
–Tiene razón. Estamos perdiendo nuestra dignidad. Aquí se acabó todo. Yo, siendo pobre, pude comprar mi carrito, mi casa, logré viajar a varios países de vacaciones. Ahora fíjate, nos tratan como unos muertos de hambre.
Quiso hacerle caso a la esposa. Pero pensó también en sus casi dos décadas de servicio, en la jubilación que está cerca, y en sus casi 50 años de edad. “¿Dónde voy a conseguir trabajo si a esta edad me botan?” Así que le dijo a ella que sí participaría, pero que votaría nulo.
–Así lo hice, aunque al final, si ellos quieren decir que sacaron diez millones de votos, ¿cómo uno sabe si eso es verdad o mentira? Está claro que es un fracaso. Ni sé quiénes son los candidatos, honestamente. Los veía en la cadena que pasaban en las noches y, no es por ser despectivo, pero tú te das cuenta que no tienen los requisitos para redactar una Constitución. No sé quién les hizo la maldad de grabarlos para sacarlo al aire así. Caricuao es un sector popular donde el oficialismo siempre ganaba. Y mira, hoy esto está vacío.
Todo indica que esta zona dejó de ser un bastión de la revolución. Hace once años, en las presidenciales de 2006, Hugo Chávez se impuso ante Manuel Rosales con 62% de los votos. Y en los comicios de 2012, obtuvo 52% de los sufragios frente a 47% que recibió Henrique Capriles.
La grieta se abrió cuando falleció el líder del chavismo. Y cada vez el hueco parece más grande.
En 2013, en Caricuao 51% votó por Henrique Capriles y 47% por Nicolás Maduro. La brecha fue mayor en las Parlamentarias de 2015: la Mesa de la Unidad Democrática (MUD), coalición que agrupa partidos opositores, alcanzó 61%, mientras que el oficialista Partido Unido de Venezuela (Psuv), apenas 36%.
Eso explicaría por qué el domingo 30 de julio, cuando la oposición llamó a la abstención, los centros electorales de Caricuao lucían vacíos, diferente a lo vivido el 16 de julio: el día del plebiscito convocado por la Mesa de la Unidad Democrática, una consulta popular en la que se le preguntaba a la ciudadanía, entre otros aspectos, si estaba de acuerdo con la Asamblea Nacional Constituyente. En la parroquia hubo dos puntos votación: se produjeron colas durante varios momentos del día y había música, un ambiente festivo. La MUD anunció que más de 7 millones 535 mil personas votaron ese día en todo el país.
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A las dos de la tarde del 30 de julio, Caricuao parecía un primero de enero. Los locales comerciales bajaron las santamarías más temprano que de costumbre. Las calles estaban vacías, el transporte público circulaba a cuentagotas. Había, eso sí, un camión con música dando vueltas por las principales avenidas: “La constituyente sí va”. Y desde los edificios sonaban –algunas, no muchas– cacerolas.
Mientras, en el resto de Caracas –y en todo el país – se desataba una vorágine sombría. Aunque el gobierno prohibió las manifestaciones, la MUD ignoró la orden y llamó a movilizaciones. Como en los últimos cuatro meses, las fuerzas de seguridad reprimían dejando muertos: terminó siendo más de una decena en apenas tres días. Una masacre, de acuerdo con parámetros internacionales, que establecen que se considera así cuando hay al menos cinco fallecidos en un mismo contexto.
Engrosaron el parte sangriento de 121 decesos y casi 2 mil lesionados que, de acuerdo con el Ministerio Público, ha dejado -hasta la primera semana de agosto- la ola de protestas que se ha mantenido por más de cuatro meses. Comenzó en marzo, cuando el Tribunal Supremo de Justicia desconoció las funciones del Parlamento, de mayoría opositora, y la Fiscal General de la República denunció la ruptura del hilo constitucional. Y se intensificó a partir del 1 de mayo, con la convocatoria del presidente de Nicolás Maduro a una Asamblea Nacional Constituyente, sin consulta previa. Aunque las manifestaciones no cesaron, el proceso electoral se mantuvo: así llegó este 30 de julio.
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Caricuao también ha sido epicentro de la convulsión. La primera vez fue el 27 de junio. Los vecinos tocaban sus ollas. Algunos decidieron salir de sus edificios a trancar las calles. Eran cerca de las 10 de la noche cuando armaron barricadas con cauchos viejos y basura en la Avenida Principal de La Hacienda. Cada vez eran más los que se sumaban a esa manifestación que nadie había convocado. Fue una expresión espontánea, genuina.
Entonces llegó la Guardia Nacional a reprimir. Gasearon el lugar. Algunos manifestantes intentaron hacerle frente, pero terminaron refugiándose. Antes de irse, los Guardias, utilizando las tanquetas, derribaron portones de dos estacionamientos.
María, de veintisiete años, vive en el piso 13 de un edificio aledaño a esa avenida. Desde su ventana vio todo. Se asomaba durante la refriega, asfixiada por el gas lacrimógeno, y gritaba: “Que viva Chávez, que viva Chávez”.
–Siempre he sido chavista y no dejaré de serlo.
A las tres y quince de la tarde del domingo 30 de julio acababa de salir del centro de votación. Participó aunque, según dice, no está del todo de acuerdo con un cambio de Constitución.
–Pero yo soy estudiante de Medicina Integral Comunitaria. Entonces tenía que venir. Además, lo que pasa es que la derecha se la ha puesto muy dura a Maduro. Se murió Chávez y ellos pensaron: listo, se acabó el chavismo. Chávez decía que la nuestra era la mejor Constitución del mundo, pero a Maduro no le quedó más opción. Él bastante le insistió a la oposición en dialogar y no quisieron. Prendieron la guarimba, que ha dejado muertos ¿Qué ganan con eso? Ahí hay terroristas. Yo creo que les pagan. Mi mamá es escuálida. Ella se come el cuento y me dice: “Abre los ojos, son unos pobres muchachos”, y yo le digo: “Mamá, por Dios, son unos malandros”.
Hizo un silencio y continuó:
–No conozco a los candidatos por los que voté, es verdad, pero lo importante era apoyar a la Revolución. ¿A quién no le ha pegado la crisis? A todos. Me ha tocado comprar bachaqueado. Todo porque Lorenzo Mendoza (presidente de Empresas Polar, una de las mayores productores de bebidas y comida del país) tiene acaparada la comida. La solución de Maduro de la bolsa Clap no es la más deseada, claro, pero ha ayudado mucho. Es como un mientrastanto. ¿Tú crees que Maduro lo ha hecho bien?
–…
– Maduro no lo ha hecho perfecto. Pero no podemos dejar que nuestra Revolución se pierda dejándola en manos de una gente que desprecia a los pobres. Hay irregularidades, uno sabe que hay corrupción, pero creo que si estuviera la derecha fuera peor. Yo quiero que la educación siempre sea pública; que se mantengan las misiones. Me da miedo que quiten todo eso. Y esta noche ya verás que será una victoria perfecta.
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Era casi la medianoche cuando la Rectora del Consejo Nacional Electoral (CNE), Tibisay Lucena, dijo que en el proceso había participado 8 millones 39 mil 320 de personas. Según esas cifras, sería la victoria más contundente en la historia del Chavismo. Y sugiere que el apoyo a la Revolución, aun en un contexto de aguda crisis económica y social, aumentó; pues en los comicios anteriores (las parlamentarias de 2015), el oficialismo obtuvo 5 millones 571 mil 685 votos.
Desde luego la oposición, de inmediato, puso en tela de juicio la cifra. Citaban los exit count de firmas privadas como Delphos, Ratio-Ucab, entre otras, cuyas estimaciones estaban entre 2 y 3 millones de votantes.
Tres días después, el miércoles 2 de agosto, eran más de 20 países los que desconocían la Asamblea Nacional Constituyente. Pero lo que dilató la suspicacia fue lo siguiente: Antonio Mugica, director de Smartmatic, la compañía multinacional que desde 2004 automatiza los votos en los procesos electorales venezolanos, declaró en Londres que “sin lugar a dudas hubo manipulación del dato de participación” informado por el CNE. “Estimamos que la diferencia entre la cantidad anunciada y la que arroja el sistema es de al menos de un millón de electores”, agregó.
Una cosa es cierta: en Caricuao, la noche del 30 de julio, hubo silencio. Cuando Lucena dijo que habían sufragado 8 millones 39 mil 320 personas, hubo silencio: no estallaron los fuegos artificiales. Y en muchísimos rincones de Venezuela, tampoco.
*Los nombres de los protagonistas fueron cambiados para proteger su verdadera identidad