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En la aridez de la isla de Cubagua habitan entre ruinas de lo que fue Nueva Cádiz, la primera ciudad fundada en Venezuela en el siglo XVI, no más de diez personas. Este lugar, una de las tres islas caribeñas del estado Nueva Esparta, quedó como atractivo turístico, una joya primitiva de aguas cristalinas y sol feroz. Allí se han destacado dos personajes que custodian las tradiciones con mucho orgullo y arraigo: Morocho y Pelícano. Aquí contamos parte de esa sabiduría cotidiana que han cultivado durante toda una vida

Fotos Ysabel Viloria

Morocho tiene surcos en su piel morena y tostada que delatan el paso de los años. Voz ronca, movimientos lentos, bajo de estatura y de contextura menuda. Su dentadura incompleta no frena su verbo para compartir lo aprendido.

Pelícano, en cambio, es alto, más robusto, de piel blanca (a eso debe su mote). Ellos son dos de los cinco pobladores más longevos de la isla de Cubagua y llevan este título con mucha honra.

—Lo que más me gusta de Cubagua es su tranquilidad. Eso también la hace misteriosa —dice José Vicente Carrión, Morocho, con sus 78 años.

Durante el medio siglo que lleva entre esas tierras áridas y solitarias, ha habitado en distintos lugares. Cubagua recibió las primeras expediciones españolas en el siglo XV y allí se asentó la primera ciudad en territorio venezolano, aquella Nueva Cádiz del siglo XVI de la que hoy solo quedan las ruinas.

Entre esas ruinas unas pocas personas, no más de diez, mantienen su domicilio en medio de la arena, la inclemencia de un clima desértico que arrebata posibilidad de frescura entre la brisa marina. Morocho comparte su recorrido dentro de esos 24 kilómetros cuadrados, a pesar de haber nacido en Punta de Piedras.

—Viví en las ruinas. Tenía trenes de pesca (redes) y sacaba hasta 100 kilos de pescado que helaba y mi hijo los vendía.

Su jornada actual empieza a las seis de la mañana con la limpieza de la playa en la bahía de Charagato. Luego va al campamento que tiene la Universidad de Oriente, donde pica palos en el monte para el cultivo de limo (algas). Cuenta que todavía pesca en la playa detrás de Charagato. Comparte con emoción los nombres de las playas que lo rodean.

—Antes de Charagato está la punta de Roba Chivo —y señala confiado al punto que refiere—. Luego viene Punta de Conejo. El mangle es otro sector y luego está El Palo. Los mejores pescados se sacan por la cabecera, en las ruinas, por donde yo vivía.

Pelícano, en cambio, nació y creció en Cubagua. Jesús González estudió primaria en Punta de Piedras y, en esos tiempos, fue apodado Pelícano por la palidez de su piel. Así lo conocen desde entonces. Al nombrarlo nadie duda. Hijo de pescadores, heredó el oficio y el traslado marítimo es parte de vida: para ir y venir a estudiar, para las faenas que le permitían obtener el alimento y también ahora para formar parte de Infinito Producciones, una de las empresas que organiza paseos turísticos de la isla de Margarita hacia la isla de Cubagua y que ha desarrollado campamentos recreativos en el lugar.

Pelícano

—Desde pequeño he pescado aquí, en la bahía de Charagato. Aquí todavía sacan tiburón carite, pulpo, calamar. En mis tiempos pescaba catalana, tajalí, corocoro, de todo. Me gustaba pescar todo, no tenía preferencia, lo que sacaba era bueno.

El día a día de Pelícano transcurre entre contemplar la salida y puesta del sol. Cada 15 días se traslada a la isla de Margarita para comprar los insumos que le permiten permanecer en Cubagua, ya que ahí, donde vive, no hay bodegas, comercios ni opción de reponer sus compras. Va y viene entre recuerdos y sus tareas actuales. Entre sus faenas y sus labores turísticas.

A sus 74 años, Pelícano recuerda su trayecto y apego al lugar donde recibió, junto al Morocho, la “Orden Pelón Hernández” que les otorgaron las autoridades del Concejo Municipal de Tubores, por resaltar y defender los valores de los pobladores de ese rancherío que se niega a desaparecer, a pesar de estar rodeado de ruinas coloniales.

Morocho es oriundo de Punta de Piedras pero cuida la casa de un conocido en Cubagua, donde ha pasado los últimos 50 años de su vida.

Morocho

—Nunca fui a la escuela y no me hace falta. Todo lo que he aprendido me lo enseñó la vida.

Pescador de viera, cabaña, calamar, malacho y todo lo que pueda nombrar con su voz ronca y lenta. Su apodo lo debe a que nació siendo morocho de una niña que murió poco después del alumbramiento.

Cuenta con más de diez hermanos y una prole de ocho hembras, todas viven en la isla de Margarita, y un varón que vive en Puerto la Cruz.

Es paciente, repite sus memorias. Demuestra el conocimiento de la geografía que lo rodea. Esos tributos lo hacen merecedor del homenaje que recibe en el municipio que habita.

Pelícano también hurga entre recuerdos. Con la ayuda de los dedos de sus manos saca cuentas mentales y enumera a sus diez hermanos: seis varones y cuatro mujeres, de los que sobreviven tres y dos, respectivamente. El único de ellos que sigue en Cubagua es Pelícano, quien se asentó allí desde hace 25 años luego de ir y venir. Él es de verbo tajante, pero amable.

Entre su vaivén, se casó en Puerto la Cruz, estado Anzoátegui, mientras sus faenas de pescador lo llevaban hacia esas costas. De esa unión tuvo dos hijos. El mayor, con 29 años, sigue en su ciudad natal, pero el menor es parte de las cifras migratorias y reside en Perú desde hace tres años. Pelícano es abuelo de cuatro varones, dos de cada uno de sus hijos. Su cara arrugada siempre muestra una sonrisa. Entre frases cortas añora su vida de pescador.

—Tengo catorce años trabajando con Infinito. Antes combinaba la pesca y con esto. Ahora estoy aquí (en el campamento de la compañía) todo el día. Camino, hago limpieza, cuido la propiedad. Estoy pendiente de lo que me piden. Ordeno el depósito.

Su vecino Morocho siempre tiene una respuesta amable. Es de mirada acuciosa y comparte lo que la vida le ha enseñado. Comparte también su comida con los perros y hasta con las lagartijas que se acercan, como domesticadas, a recoger lo que él les ofrece. Él también trabaja con la empresa turística y mantiene los espacios limpios y dispuestos para recibir a los visitantes. Del territorio que habita, y en donde lo reconocen, prefiere que conserve lo primitivo pero quisiera una mayor cantidad de habitantes.

—Que venga a vivir más gente y yo sería el comisario para estar pendiente de quienes se porten mal.
Ve la medalla que le cuelga del pecho y muestra una sonrisa. Se siente orgulloso y sabe que representa un legado que exhibe sin pena.

—Descanso demasiado. Duermo mucho. Sueño hasta con los muertos. El mejor descanso y el sueño más profundo es en la madrugada. No quiere morir en Cubagua. —Me quedo aquí mientras pueda trabajar. Me quiero morir en Punta de Piedras, que me entierren con mi familia.

Quien aparece en esta foto es Petra Margarita Marcano. El mismo día en el que publicamos esta crónica, nos enteramos que había fallecido. Ella recibió, junto a otros cuatro longevos de Cubagua (América Marcano, Manuel Salazar, «Morocho» José Carrión y «Pelícano» Jesús González), la orden que reconoce el arraigo que siempre le tuvo a su isla. Por eso queremos dedicarle esta historia contada por las voces de sus amigos, para así rendirle tributo a su memoria y a la de toda esta comunidad.

***Esta es una producción en alianza con Gentesycuentos.com***

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